Capítulo 10

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La señora Kidd ha vuelto a limpiar mi departamento. Me siento delante del escritorio llevándome las manos tras la nuca. Estoy cansado. Estos últimos días han sido agotadores... En muchos aspectos. Los recuerdos de Emily en la cama me teletransportan a un aérea de mi mente que conozco muy bien. Los nombres de las chicas que entraron en mi departamento pasan uno tras otro ante mis ojos; Emily, Susan, Brie, Lauren... Y creo que no recuerdo más. Estoy seguro de que sabría cómo pasar el rato con una de ellas en éste momento, pero debo contener el deseo persistente de llamar a alguna ahora mismo y lanzarlas a mi cama.

No es momento para ése tipo de cosas. Concéntrate, Carter, es hora de cobrar.

Me saco del bolsillo el teléfono desechable y marco un número que me sé de memoria. Contestan la llamada al primer tono.

—Ya estaba empezando a creer que te habías olvidado de mí, querido amigo —me responde la voz incorpórea del otro lado del auricular. Reconozco ése falso tono elegante y afectuoso. Me saca de quicio.

—Déjese de tonterías, Señor R —le espeto.

El «Señor R», el intermediario que existe entre los contratos que recibo y el remitente. Es la única persona que logra conseguir trabajos que requieran de mi inesperado profesionalismo, y siempre logra conseguir una jugosa porción de los pagos sin interponerse con la mía. O eso creo. Jamás me ha dicho su nombre, así como yo tampoco le he dicho el mío.

—¡Qué agresividad!, bien, Señor V. ¿Tiene avances para mí? —Su tono ha cambiado. Por fin parece que se pone serio.

—Sí. El trabajo está terminado.

—¿Y... Las pruebas? —Siempre hace las mismas preguntas. Me pone de mal humor. Pero supongo que en eso se basa su trabajo, en asegurarse de todo.

—Te las estoy enviando ahora mismo —Tengo el celular conectado al portátil. Paso la foto de un dispositivo a otro y finalmente cuelgo la imagen en la bandeja de borradores de un correo electrónico—. Revisa el correo.

—A ver, dame un segundo, justo estoy frente a la computadora... —Puedo escucharlo teclear a través de la llamada—... ¡Ahg! ¡Qué horror! —Parece que el señor R jamás ha tolerado ver sangre. Es un poco irónico, dado el negocio al que se dedica—. ¿Por qué tiene el ojo tan rojo?...

—Ahí están tus pruebas.

—¿Y cuál es la póliza de seguro que les indica que todo ha sido limpio? —Como predije: Siempre las mismas preguntas.

—Bien —le respondo luego de un suspiro—. Para empezar, el estrangulamiento es una de las formas de matar favoritas de las mafias italianas en general, así que es una forma de fijar la atención. Recopilé información que me aseguró que en la división de homicidios de la policía metropolitana de Londres hay un oficial a cargo que tiene cierta reputación de ser algo duro con los criminales. Es un policía de la vieja escuela, y es seguramente el hombre que se hará cargo de la investigación. Por no decir directamente que es el que la tomará. Ahora, me aseguré de que la policía llegase al lugar en cuanto el italiano estuvo dentro de la escena del crimen; no estuvo mucho tiempo, pero sí el suficiente como para que lo tomen en cuenta. Planté sus huellas dactilares y su ADN en la escena, además de que seguramente encontrarán el arma homicida en el lugar.

—¿Arma homicida? —me interrumpe. A veces es demasiado curioso.

—El cable de un monitor de computadora —le respondo de la forma más fría que puedo. Debe aprender a centrarse en un solo tema—. Te puedo asegurar que, con los antecedentes que tiene ése desgraciado, el oficial que se encargará de su caso, la evidencia en su contra y la posición en que le encontraron, ni siquiera tendrán en cuenta la participación de alguien más en el hecho. En resumen: Estoy seguro de que todo será limpio.

—Siempre logras impresionarme, querido amigo. Le daré esta información a Yakov de inmediato.

—Asegúrate de que mande mi pago. Que no crea ni por un segundo que no tengo una póliza de seguro en su contra si intenta pasarse de listo conmigo —Mi tono es más severo de lo esperaba.

—Descuida, compañero. Tienes mi palabra cuando te digo que me encargaré de el resto a partir de ahora. ¿Quieres efectivo o-?...

—Me gustaría poder tener una pequeña parte en mi cuenta —le sugiero—. Sé que no es problema para ti eso. Quiero que transfieras el 5% del pago a la cuenta que ya conoces. Ya sabes qué debes hacer con el resto.

—Bien. Me encargaré. Es un placer hacer negocios con usted, mi querido y letal amigo —Puedo escucharlo teclear de nuevo—. Ya estoy agendando la reunión con Yakov y sus hombres. En cuanto tenga tu pago lo enviaré ya sabes a dónde. Ahora ¿Me dirás alguna vez cómo obtuviste la cuenta en ése banco suizo? —Su tono ha vuelto a abandonar toda seriedad—. ¡Ya nadie puede tener esa privacidad financiera!

—No. No lo haré. Estaremos en contacto, Señor R. Cuídese.

Cuelgo la llamada y termino sacándole el chip al teléfono.

El Señor R es un hombre increíblemente astuto y cínico. Siempre sabe lo que hace y, si no lo sabe, se las ingenia para saberlo. Es muy persuasivo y tiene muchos contactos, por lo que le es relativamente fácil conseguir esta clase de trabajos para mí, aunque también se le ha hecho relativamente más fácil desde que empezó a correrse la voz sobre mis trabajos. Nunca creí que sería tan bueno para esto. Ciertamente no confío en él, pero nuestra «Relación de Negocios» ha sido de lo más lucrativa para ambos, así que me limito a entablar conversaciones con él sólo con carácter de trabajo. Y sé que él hace lo mismo. Aunque una cosa si pude aprender con el paso del tiempo: Si da su palabra de que hará algo, es porque definitivamente lo hará.

Una vez que cierro el portátil y borro todo rastro electrónico de evidencia me levanto para dirigirme al balcón, apreciando la hermosa vista que ofrece mi posición a la vida nocturna de Londres y sus habitantes, junto con el reflejo de la luna centelleando sobre las aguas turbias del Río Támesis.

Adicción Mortal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora