Capítulo 29

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—¿Qué es lo que me delató? —En cuanto le respondo a la chica, ella toma asiento justo delante de mí. Mientras, aprovecho de tomar los cubiertos y atacar mi comida. El chico no mentía; los panqueques están buenísimos.

—He visto a muchos viajeros por aquí —me responde—. Reconozco a un viajero cuando lo veo.

—Pues, debo decir que yo jamás había visto a una camarera tan hermosa como usted. Y eso que he visitado muchos, muchos restaurantes y cafeterías.

Suelta una risita y revela una blanca sonrisa con ortodoncia. Bien, está respondiendo a mis halagos. Deja caer un par de veces sus largas pestañas antes de extender su mano hacia mí.

—Soy Danica. Mucho gusto.

—El gusto es mío, Danica —le respondo, estrechando la mano que me ofrece—. Soy V-... —Maldición. No puedo decirle ése nombre. Fingo haberme ahogado y toso un par de veces para disimular lo que acaba de pasar.

A ver, ¿Qué decía el permiso de conducir que le di a la anciana del hotel?... Williams. James. James Williams.

—Oye ¿Estás bien? ¿Necesitas un poco de agua? —me pregunta.

—No, no. Estoy bien. Estoy bien —sonrío,  tranquilizándola—. Soy James. Es un gusto, Danica.

Su sonrisa vuelve a hacerse presente. Y desde éste punto sé que es posible que consiga algo aquí...

. . .

Es increíble todo lo que puede ocultar una inocente sonrisa.

Resulta que Danica tiene 24 años y, como deduje, también se aloja en el hotel. Está trabajando en el horario nocturno de la cafetería para ahorrar e irse a vivir a Nueva Orleans, además de que también está estudiando administración, por internet. Una chica lista.

Y muy, muy sexy. Sus curvas las ocultaba el uniforme, como también ocultaba el tatuaje de una rosa que tiene entre los pechos, que rebotan con cada brinco que da encima de mí.

El sofá de su habitación no era mi primera opción, pero la parte racional de mi cerebro sabe que si me metía en su cama, no me iría pronto.

Somos un amasijo de besos, gemidos y caricias. Tengo sus rodillas a cada lado de mis piernas y su cabeza apoyada en mi hombro. Su piel cobriza reluce ante la vaga luz que hay en la habitación. Sisea sus dulces gemidos en mi oreja mientras la tomo de la cintura y hago el encuentro de nuestras caderas más intenso, esparciendo por la habitación el sonido de palmadas húmedas por nuestra excitación. Dios, necesitaba esto. Y quiero más, mucho más.

Le pongo una mano en la espalda y me muevo en el sofá, de manera que ahora ella está debajo de mí. Apoyo un brazo junto a su cabeza y el otro sobre el posabrazos del sofá mientras la sigo embistiendo con fuerza. Ella me recibe con gratitud. Por suerte, es tan delicada con sus uñas que no se atreve a rasguñarme la espalda por temor a que se le rompa alguna. Gracias al cielo, porque aún tengo los zarpazos que me dejó... Que me dejaron, las dos últimas chicas, en Londres.

Danica me rodea la cintura con las piernas y me lanza los brazos al cuello. La siento. Está al borde. Aumento la velocidad de mis embestidas y en pocos minutos la escucho dar un último y profundo suspiro que rebota en lo más profundo de mi mente, avivando esa llama que llevaba días dormida en mi interior, y ahora es un incendio incontrolable que planeo extinguir con el elixir de esta hermosa chica.

—No recuerdo cuándo fue la última vez... Que lo hice con alguien la primera noche que lo conocí —me susurra al oído. Toma bocanadas de aire con cada frase—. Ni cuándo fue la última vez que lo pasé tan bien con un chico.

Oh no, nena. Yo no he acabado aún.

—Pues, tengo más edad de la que aparento —le respondo antes de caer en cuenta de lo que me dice—. Espera ¿«Con un chico»?

—Un chico, una que otra chica, tal vez —me responde, con un tono cargado de deseo que se refleja en su sonrisa.

—Pues, puedes estar segura de que esto aún no ha acabado —le respondo, devolviéndole la sonrisa pícara que me obsequia—. Porque yo aún no lo hago.

—Creo que yo puedo arreglar eso.

Estoy boquiabierto. ¿Es que todas las mujeres hoy en día tienen la mente TAN abierta?

Mejor me concentro en ella. Ahora está ayudando a arreglar mi «Problema». Y para ser tan joven, tiene una increíble habilidad con la lengua. Aunque a veces sus dientes me rozan un poco, pero creo que me agrada la sensación. Observo su cabeza subir y bajar entre mis piernas hasta que finalmente me libero del peso que llevaba encima y me vacío por completo… Quizás demasiado.

¿Qué carajos estoy haciendo?

Tu hermano podría estar siendo torturado ahora mismo y tú estás jugando al Don Juan, maldito imbécil.

—¿Vives aquí? —le pregunto a Danica mientras me estoy poniendo el pantalón.

Estoy haciendo lo posible por desviar mis pensamientos del turbio camino que tomaron.

—No. Me quedo en esta habitación cuando vengo a trabajar. El hotel y la cafetería son del mismo dueño. Yo sólo trabajo aquí de noche, un par de días a la semana, pero cuando alguien tiene que hacer turno en la mañana y vive demasiado lejos, esta habitación siempre está disponible.

Genial. Eso significa que volverá a la cafetería el resto de la noche. O, mejor dicho, la madrugada. Está tendida sobre su cama, vestida sola y simplemente con sus bragas mientras revisa lo que, me parece, son sus redes sociales. Verla ahí me resulta… Diferente. Diferente de lo que esperaba. Me siento… Siento que... Mierda.

Me doy asco.

Maldita sea. Ahí está de nuevo esa sensación. Hace días que no me sentía así.

—Oye ¿Me alcanzas mi reloj? —le pido, señalando mi Ferragamo F-80, que tiré a propósito en la orilla de su cama cuando entramos aquí.

Ella divisa el reloj con algo de dificultad sobre el colchón, y cuando se estira para tomarlo aprovecho su distracción para tomar mi arma de debajo de uno de los cojines del sofá y devolverla a mi cinturón. Para cuando se acerca a darme el reloj, no hay nada fuera de lo común.

—Fue un placer conocerte, James —me dice con un tono que despunta lascivia en todas direcciones.

Un atisbo de deseo se asoma en mi interior, y por una milésima de segundo pensé en volver a lanzarla de vuelta a la cama, pero la idea es abatida de inmediato por un extraño sentimiento de culpa y asco que comienza a hacer estragos en mi estómago.

¡Maldita sea! Debo aprender a controlarme.

—Igualmente, Danica —le devuelvo la sonrisa con esfuerzo y me acompaña hasta la puerta.

Vamos, sal de aquí antes de que suceda de nuevo. Ya tuviste tus asaltos. Es suficiente.

Finalmente abro la puerta, decidido a salir del lugar. Pero en cuanto doy un paso fuera de la habitación, me toma del brazo.

Ay no. Aquí vamos de nuevo.

—¡Oye!, espera, ten mi número —me tiende un trozo de papel con un número telefónico anotado con bolígrafo rojo.

Dios. Eso estuvo cerca. Le sonrío una última vez antes de cerrar la puerta. Agradezco el golpe que me ofrece la cálida brisa cuando camino de vuelta a mi habitación, sintiéndome ahora más calmado, pero aún asqueado.

Hoy ganó la parte racional de mi cerebro. Creo.

Me acerco a la puerta y la abro con prisa, sólo para encontrarme a Bianca tendida en su cama, totalmente dormida y, por lo visto, duchada; tiene el cabello mojado. Aunque lleva la misma ropa. Deberíamos comprar algunas mudas de camino a Atlanta.

Por ahora, creo que es mejor dejarla descansar. Yo también necesito un pequeño respiro. Pero no demasiado profundo. Necesito estar alerta.

Apago el televisor y me recuesto en el colchón con mi arma sobre el pecho. No estoy dispuesto a ser sorprendido de ninguna manera. De todos modos sólo quedan un par de horas para que amanezca.

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