Capítulo 13

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Durante el vuelo no hice nada más que admirar la vista por la ventanilla y charlar con la joven mujer que se sentó a mi lado. Es muy amable, de buen vestir y no puedo negar que es hermosa. Quizás demasiado hermosa, me he tenido que mantener a raya con lo que digo y me he esforzado para no coquetear de ninguna manera.

Después de poco menos de una hora en el aire, finalmente el avión aterriza. Y en cuanto pongo un pié en desembarque me deleito con el frío y el bullicio particular que forman al Aeropuerto Internacional de Ámsterdam, Schipol.

Una vez que al fin recupero mi equipaje de la banda transportadora me dirijo a la salida del aeropuerto con la vista fija en el celular; he pedido un taxi. El conductor no tardó demasiado. Debo ajustar la hora de mi reloj por la diferencia horaria. El reloj de mi celular marca las 10:18am cuando el conductor estaciona su Chevy Cruze delante de mí.

—Bien, ¿A dónde lo llevo, señor? —me pregunta el conductor cuando estamos ambos dentro.

—A Zuidas, Gustav Mahlerlaan, por favor —le anuncio manteniéndole la mirada por el retrovisor.

—Entendido.

El tráfico de Ámsterdam no suele ser demasiado pesado. Definitivamente nada pesado a comparación de lo difícil que es aprender Neerlandés, su idioma. Aquí es algo engorroso encontrar a alguien que hable inglés o español. Pero con el paso del tiempo he podido trabajar en mi acento, me es mucho más fácil hablar ahora.

Viajo inmerso en un silencio tranquilizador en la parte de atrás del auto mientras el conductor aumenta la velocidad en la autopista A4, en dirección Este. Después de unos minutos el auto toma un desvío para salir de la autopista y se incorpora al tráfico, tomando el rumbo que le indica su GPS hasta que me deja justo donde se lo pido. Me despido de él con la mano y aprecio la vista de los edificios de ladrillo anaranjado donde está mi apartamento, mi casa.

Estos últimos meses, después de tanto tiempo, al fin encontré un buen lugar. Vivo en la acogedora Torre Residencial Symphony. Las últimas semanas que he pasado fuera me habían hecho olvidar lo imponentes que se ven estos edificios en la calle con el brillo del Sol ante ellos. Sus superficies hechas de ladrillo anaranjado les vuelve deslumbrantes ante la vista; tengo que ponerme las gafas para poder mirar sin encandilarme.

La recepción sigue igual de tranquila que como la recuerdo. Atravieso el lugar como una centella para evitar contacto con la incómoda mirada lasciva que me lanza Manfred, el recepcionista que, desde el primer momento en que me vió, supe que era gay. Sus reiterados coqueteos me ponen de un humor de los mil demonios; no le cabe en la maldita cabeza que las mujeres son mi gusto, mi adicción y, seguramente, serán mi perdición. Aunque eso último aún podría tener solución, quizás.

Ya en el ascensor pulso el botón de mi piso y no pasa mucho hasta que las puertas se vuelven a abrir. A medida que me voy acercando a mi puerta empiezo a notar cómo mi mente se relaja, al igual que mi cuerpo.

Atravesar la puerta y el pasillo de entrada del lugar es como una marcha de victoria que me llena de emoción con cada paso. Me abandono a la sensación de estar en casa cuando suelto las maletas en medio del descaradamente amplio salón, donde la luz desemboca en el suelo a través de los nueve ventanales que me ofrecen una atractiva vista de 180 grados de la ciudad.

Mi apartamento está en el piso 19 del edificio. Las paredes y el techo son blancos mientras que el suelo es de parqué de madera de punto húngaro. En una esquina del salón hay una alfombra afelpada bajo un sofá azul en forma de L frente a una pequeña mesa de cristal y un sillón individual que. Frente a ellos está la enorme TV pegada a la pared y bajo ella el mueble donde reposan las consolas y el sofisticado equipo de sonido. Al otro lado está la isla de la gran cocina y el lavadero, y luego el área del comedor y el pasillo que da con el otro dormitorio y la lavandería.

El espacio me sobra en éste lugar, aunque siempre consigo cómo ocuparlo... De momentos que no podría olvidar fácilmente. Y cuando no se trata de contar con compañía femenina, siempre puedo pasar el rato con Rakaro, mi Pastor Belga Malinois.

Rakaro… Cuánto tiempo ha pasado desde que no lo veo... Lo he extrañado mucho. Ya le arreglé la hora a mi reloj, son las 10:35am; el día apenas comienza. Es hora de volver a lo que se ha vuelto mi rutina cotidiana.

Estoy terminando de desempacar mis maletas cuando suena mi celular, el que no es para los trabajos. Tenía tiempo sin escuchar una llamada entrante ahí. Al leer el nombre que aparece en la pantalla, sonrío.

—¿Es que un hombre no puede tener al menos un día de paz? —digo al mismo tiempo que me pongo el celular en la oreja.

—¡Hola, infeliz! —me contesta una voz grave al otro lado de la llamada—. Me dijiste que volverías en dos semanas aproximadamente, no creí que me contestarías la llamada.

Se me escapan las carcajadas de la boca. Mi sarcasmo siempre le resulta gracioso a Garit, que es, posiblemente, lo más cercano que tengo a un amigo.

—Sí, tuve un pequeño cambio de planes y volví un poco justo de tiempo.

—¿Y qué tal todo? ¿Cuándo llegaste? —puedo escuchar el rugido del motor de su auto al fondo. Está en su casa.

—Aterricé hace como media hora, más o menos.

—¿Te espero en el bar?

—Tenlo por seguro. Terminaré de arreglar mis cosas y luego iré. ¿Cómo se porta Rakaro? —me siento impaciente. Necesito volver a ver a mi perro.

—¡Es un caos! ¿Cómo logras seguirle el ritmo? —se ríe. Parece que la ha pasado genial—. Lo tienes muy bien entrenado. Lo llevaré conmigo al bar. Como en unos... Veinte minutos.

—Bien, nos vemos allá. Adiós.

—Vale.

Cuelgo la llamada y apresuro mis manos para terminar de desempacar mis maletas y devolver todo a su lugar.

Garit y su esposa son como el medicamento para mi mal humor. Los conocí a ambos cuando llegué a su bar, hace poco más de dos años. Sé que tienen dos hijas, una de ellas es doctora y la otra está estudiando derecho; también sé que les encantan los animales, porque fueron ellos los que me dieron a Rakaro cuando apenas empezaba a ladrar, un cachorro demasiado adorable como para negarme. Gracias a la buena relación que inicié con ambos desde el primer momento, se han vuelto un aspecto muy importante de mi vida aquí. He invertido en su bar, y esas ganancias se convierten en el ingreso legal que va directo a la cuenta que tengo abierta en un banco suizo desde antes de que comenzaran a revelar la información de sus clientes. Es posiblemente el único aspecto normal de la vida que llevo hoy día.

Adicción Mortal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora