No había picante

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 Oscuridad.

A su alrededor, una negrura de terciopelo que se le pegaba a todo el cuerpo como niebla, cegándolo de todo lo que estuviera a su alrededor. Quizás estaba cayendo. Quizás se había dormido en medio de la función, y MK estaría allí cuando despertase, sonriéndole y diciéndole que la próxima vez irían a otro sitio. Sintió que unas chispas salían de su cabello pero no las vio.

No veía ninguna parte de su cuerpo.

Había intentado usar sus dispositivos, palpándose el cuerpo hasta tocarlos, pero por más que los acercase hasta que estuvieran pegados a su cara, no los veía. Tampoco había funcionado el hacer estallar su cabello en llamas. La oscuridad, como un océano infinito, se lo tragaba todo, dejándolo en un espacio donde lo único que existía era él, la oscuridad, y un sopor que nunca cejaba.

Cinco minutos más...

.-.

-No había picante.

Pigsy dejó de moverse, a medio camino de colocar una pila de libros en la mesita cercana. Miró al erudito.

-Entre la última visita del joven Red- la marca se hizo notar, pero él no iba a romper ninguna de las reglas impuestas -y cuando fueron a buscarme en barco, no hubo nada de picante. Nada que hiciera arder la lengua.

Pigsy comprendía.

Pigsy y Sandy lo entendían por ser demonios, pero el cocinero podía comprender más allá de ese nivel. Tang debía obedecer las órdenes. Pero ya estaba cansado de ser "un monje inútil", y no iba a permitir que lastimasen a sus seres queridos.

-¿A domicilio?- preguntó Pigsy.

-No lo sé. Pero en la última semana he probado trece veces tus fideos.

Dos por día.

Esa era la rutina que habían establecido durante todos esos años, y en uno de esos siete días Tang había desaparecido. Pigsy, actuando como si no hubiera ningún mensaje fluyendo por debajo de esas palabras, continuó como si nada.

-¿Quisieras repetir ese plato?

Tang asintió.

-¿Tofu?

-No.

-¿Verduras?

-Sí.

-¿Carne?

-Ternera asada.

-¿Especias?

Tang enumeró todas las que recordaba, y en qué orden las había percibido. Porque el no comer no lo habría ayudado en nada, eso lo sabía, y dentro de esa celda el negarse a la comida de Pigsy no le iba a hacer ningún bien. Fue reconstruyendo, poco a poco, el pedido, y el cocinero, tomando su celular, comprobó las órdenes de ese día.

-¿A qué hora te gustaría que te llegase el pedido?

-No sabría decirlo. No hay relojes a la vista, ni siquiera el pulsera que llevaba... ese día.

-No importa. Tengo la lista de pedidos como ese del día, y ahora... Cuentas de usuario nuevas o que no estaban activas sino hasta ese día...

Tang se acercó, observando por sobre el hombro del demonio. Él podría ser un erudito, pero Pigsy no era ningún tonto, en especial en lo que concernía a su negocio, aplicación incluida. Apoyó su cabeza en su hombro, dejando que su peso relajado calmase al cocinero, y revisaron la lista. Descartaron a la clientela habitual, luego a las cuentas que hacían pedidos con regularidad, y después se concentraron en las que habían quedado.

Cómo aman los demoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora