La segunda orden

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MK sentía que su cuerpo quería moverse en todas direcciones.

Quería ir a la cama de Tang, abrazarlo y decirle que sanaría pronto y que comerían fideos mientras hablaban de leyendas chinas antiguas. Quería ir a la morada de Red Son y preguntarle qué estaba pasando. Quería hacer algo, algo que no fuera estar esperando sentado en la sala de espera del hospital, con Pigsy al lado, con una expresión tensa que no le había notado nunca.

-¿Ustedes son su familia?

La voz lo sacó de su tren de pensamiento, y miró a la mujer que había hablado: era una médica distinta a la anterior, una con un rodete en la nuca y mirada seria. No parecía ser del hospital.

-Sí- dijo Pigsy, con la voz contenida.

-Soy la doctora Daiyu. Me han llamado para atender al paciente con el sello demoníaco. Usted, señor- señaló a Pigsy -será mejor que se retire.

-Es mi pareja- dijo el cocinero, para absoluta falta de sorpresa de MK.

-Y por eso mismo es mejor que no esté presente. Muchacho- dijo, mirando a MK -usted puede quedarse. Esta clase de sellos afectan más a las parejas sentimentales, en especial si son demonios- miró a Pigsy con ojos verdes y serios -Por la buena salud del paciente, retírese. Cuando termine de examinarlo, podré decirle su estado y qué se puede hacer. Si no puede hacer eso por él...

Pigsy apartó la mirada, con toneladas de peso en cada hombro, y suspiró.

-Nos vemos luego, Tang- dijo, mirando a la figura sobre la cama, y se retiró.

Apenas se cerró la puerta, la doctora fue hacia el paciente, con pasos rápidos y decididos. Desató la bata de hospital y deshizo, con cuidado, las vendas que estaban sobre el sello. El brillo enfermizo sobre el hombro y cuello de Tang se hacía cada vez más visible conforme iban desapareciendo las capas de tela y vendas que la cubrían. MK sentía náuseas. Las manos femeninas de la doctora retiraron la última venda, se acomodó los anteojos, y examinó el sello.

-Muchacho- dijo, de repente.

-¿S-sí, doctora?

-¿Sabes el nombre del demonio que hizo esto?

-C-creo que sí. Aunque él nunca demostró tener habilidades mágicas para...

-Esto no es una habilidad mágica, es algo innato. Biológico. Cualquier demonio con suficiente poder puede hacerlo, esté sellado o no dentro de sí. Y las de este tipo parecen verse afectadas por la luz. Apaga las de arriba, muchacho.

MK obedeció, y fue apagando, una a una, las luces de la habitación, hasta que sólo quedó la de una lámpara en la mesita. Tang pareció respirar con mayor facilidad.

-Ahora, mantente alejado- dijo la doctora, y sacó algo pequeño de su bolsillo. Con un chasquido, hizo aparecer una llamita, y la acercó al hombro de Tang. El jadeo volvió con más fuerza, y con un movimiento de su mano cerró el encendedor -Poderes de fuego- colocó una mano sobre el hombro, y el cuerpo sobre la cama pareció calmarse.

Su respiración se hizo casi normal.

Suspiró.

Despacio, sus ojos se abrieron, agotados.

-¿M...K?- la voz de Tang sonaba ronca.

-Tang... qué bueno que despertaste- MK sentía los ojos húmedos y el alivio queriendo derretirle el pecho -¿Cómo te sientes?

-Ah... horrible. Duele...

-Dolerá por un tiempo, sí, hasta que cicatrice la herida- la voz de la doctora era la de alguien que hablaba con autoridad sobre un tema en el que era especialista -Será mejor que se quede por un par de días, en observación. Y que no intente hablar.

Cómo aman los demoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora