Te has ganado tu corona

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 MK sentía que el mundo estaba lleno de estática.

Sentía el oleaje de energía oscura, escuchaba el sonido de la magia de sombras a su alrededor, podía ver cómo el Rey Mono se movía hacia dentro del camarote, hacia donde estaba Tang, y sabía que debía moverse, que no había tiempo que perder, que no podía quedarse allí...

-¡MK!

-¡Sí!- empujó el pánico hacia abajo y se puso firme.

-¡Hay un solo antídoto, pero falta el ingrediente principal!

-¡Lo traeré, sea como sea!

-¡Bien! ¡Ve a la casa tras la cascada, y trae todos los duraznos de la inmortalidad que encuentres!

-¿Los de la... ?

-¡No demores, no sé cuánto tiempo podré mantenerlo con vida! ¡Ve!

Tang apenes y se veía, pero las sombras parecían retroceder, un poco, ante las manos del Rey Mono.

-¡Ahora!

-¡Enseguida!- dijo MK, saltando a la acción.

.-.

Las sombras se concentraban en el barco.

Como un remolino, los jirones de oscuridad que rodeaban la zona parecían ir hacia la habitación donde estaban Tan y el Rey Mono. Lo que fuera que estuviese haciendo, funcionaba. MK hundió su bastón en una zona firme del puerto, apuntó hacia la Montaña del Fruto Floral, y partió. El agua pasaba bajo él como un borrón azul, el viento le golpeaba la cara, y tenía los ojos fijos en su destino, que se acercaba cada vez más.

Cuando el bastón empezó a curvarse hacia abajo, dejando atrás el anillo volcánico que rodeaba la isla, se preparó para aterrizar, rodó, y comenzó a correr hacia la cascada.

Tang estaba vivo.

Por ahora.

La isla era un paraíso de árboles, flores, monos saltando por las ramas y mirándolo con curiosidad, y luz solar. Llegó a la cascada, levantó la mano, y el sello lo dejó pasar. En la frescura de la cueva, sintió cómo la transpiración se le secaba y lo hacía tiritar. Siguió adelante. La luz al final del túnel se hacía más amplia, más cálida, y lo hizo moverse más rápido. Tomó una cesta que había por ahí tirada. Fue hacia el duraznero, y empezó a llenarla con todos los que pudiera agarrar.

Cuando la cesta estuvo llena, miró a su alrededor.

Casi esperaba ver al Rey Mono allí, sonriendo, esperándolo para entrenar, comiendo algo hecho de durazno mientras se tendía sobre su nube. Pasar un par de horas de intenso ejercicio físico para poder dominar sus poderes, hablar sobre las aventuras del Rey Mono, y quizás jugando con los monos.

Sabiendo que Tang estaba a salvo.

Se ató la cesta a la espalda y salió corriendo, diciéndose que no iba a llorar. No tenía por qué llorar. Su mentor estaba allí, le había dado una tarea, y la iba a cumplir. Salvarían a Tang. Tang viviría. Tang iba a recuperarse, romperían ese sello demoníaco cuando vencieran a Macaque, juntos. O quizás el mismo Pigsy fuera tras él, por lo que sabía. Era capaz de hacerlo. Luego volverían al restaurante y comerían fideos, juntos y con vida.

MK apuntó hacia el remolino de oscuridad que se veía a la distancia, y partió.

.-.

Dolía.

Dolía, dolía, dolía.

Tang no sabía qué había pasado, pero el sello lo había paralizado, haciéndolo caer sobre el sofá, desparramando los libros a su alrededor e impidiéndole abrir los ojos. No podía moverse, no podía hablar, y sólo escuchaba retazos de voces que no alcanzaba a distinguir. Voces familiares. Una de esas voces callaba, y la otra, más calmada, se acercaba a él.

Cómo aman los demoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora