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Esto es para aquellas 15 personas que leyeron mi fanfic.

Escenas +18. Si no te gustan o te incomodan, no leas

***

—Hola.

Una sonrisa adornó los labios del hombre frente a él, seguida de una última calada al cigarrillo entre sus dedos.

—Hola —respondió, haciendo al más joven temblar un poco.

Por el momento no se dijeron nada, y fue entonces que el rubio se detuvo a observarlo más allá de ver su muy bien trabajado físico. Era alto, pero no más que él; tenía el cabello castaño y el rastro de lo que parecía una barba recién rasurada. Tenía unos ojos azules tan profundos que Henry creyó poder perderse en ellos de seguir sin hablar.

—¿Cómo te llamas, chico lindo? —de nuevo una cálida sensación se instaló en su pecho al escuchar aquel cumplido.

No era primerizo, pero la sensación de intentar algo con alguien mucho mayor revoloteaba en su estómago como un enjambre de abejas.

—Henry —el mayor hizo un meneo de cabeza para indicar que avanzaran, a lo que el rubio obedeció. Los pasos de ambos eran lentos, como si temieran que el eco de sus zapatos ahuyentase al otro.

De repente, el castaño se detuvo frente a un auto negro. “Quizás un Audi”, pensó Henry. Con una de sus gruesas manos abrió la puerta, meneando la cabeza hacia el más joven como una invitación para que subiera, pero este, nervioso, negó, moviendo ligeramente su cabellera.

—Espera —se apresuró a decir. La cara de intriga del hombre lo hizo tragar saliva con ansiedad—. No te conozco —se encogió de hombros viendo hacia otro lado—. Quiero decir, no quieres llevarme a tu casa para matarme, ¿o sí?

La suave carcajada del más grande hizo que las avispas en su vientre revolotearan de nuevo.

—No, claro que no —las arrugas que se formaban alrededor de sus ojos hicieron a Henry sonreír un poco—. Lo juro —alzó una mano con la palma hacia afuera en una señal de presunta inocencia—. Y créeme que la intención de que vayas a mi casa es totalmente diferente —dijo, sugerentemente, alzando una ceja.

El muchacho desvió la mirada, sintiendo sus orejas calentarse.

—Tampoco sé cómo te llamas —Henry intentaba con todas sus fuerzas no ceder tan fácil con aquel musculoso hombre, pero simplemente no podo evitar dar un paso, y como si de un espejo se tratase, el castaño hizo lo mismo.

—Ese no es problema. Me llamo Raymond —“Maldita sea. Hasta su nombre es caliente”, pensó el rubio, viendo los labios del mayor—. Raymond Manchester. Puedes llamarme Ray —“O papi”, pensó.

Raymond dio un paso más, tocando ligeramente la cintura de Henry.

—¿Cómo sé que no es un nombre falso? —otra risa divertida por parte del castaño. Sus alientos comenzaron a entremezclarse.
—Si quieres te muestro mi cédula.

La cordura de Henry se fue a la mierda cuando sintió los labios del mayor rosar los suyos, decidiendo acortar la distancia. La boca de Ray se sentía extraordinariamente exquisita sobre la suya, rosándole la piel con delicadeza, sembrando en él la necesidad de estar entre sus brazos desnudos toda la noche. Más tarde se arrepentiría por caer tan fácil.

Con un gemido se separó del beso, sintiendo como las manos ajenas acariciaron sus costados, después notó como su pene se apretaba contra el del castaño, simulando embestidas lentas. Su respiración estaba acelerada por el beso tan profundo; ni siquiera notó en qué momento la situación había subido de intensidad. “En definitiva vas a ser mi perdición, Raymond”, se dijo, saboreando la saliva que quedó sobre sus labios.

Henry, las casualidades no existen [Henray]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora