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He vuelto.

Este capítulo contiene escenas un poco subidas de tono.

Disfrútenlo.

***

Después de la ceremonia, un par de saludos y de fotografías, Raymond fue hasta su oficina, abrumado por la situación de antes. En cuanto cerró la puerta detrás de él con seguro, aflojó de un tirón la corbata alrededor de su cuello, pues sentía que se asfixiaría en cualquier momento. La cabeza comenzó a dolerle luego de que Henry saliera despavorido del auditorio. Se sentía culpable y no entendía la razón. Descansó la cabeza sobre el escritorio lleno de papeles, cansado de pronto. Miró sus manos como si hubiera cometido un asesinato antes de tomar el teléfono sobre su escritorio. Necesitaba que el chico fuese a su oficina de manera discreta.

—Dana, ¿de casualidad sabes el nombre del muchacho que huyó a mitad de mi discurso? —intentó sonar molesto, algo que no le costó trabajo— Haz que venga, por favor. Bien, gracias.

***

Los tres chicos estaban camino a su siguiente clase, cuando al pasar por un conjunto de edificios se pudo escuchar en los parlantes un anuncio que heló la sangre del rubio más alto.

"Henry Prudence Hart, se le solicita en la oficina del director". El aviso se repitió tres veces más antes de que Jasper y Charlotte observaran cómo su amigo se ponía pálido.

—Hen, cariño —habló la morena, acariciando su espalda—. No vayas si no quieres. No te puede obligar.

Jasper chasqueó la lengua.

—Claro que puede, Charlotte. Es el director.

Henry negó pasando saliva.

—Gracias chicos, pero debo ir. Creo que así podré aclarar algunas dudas y... —suspiró, apretando una correa de su mochila— Si todo sale bien, podré presumirles que ligué con el director —intentó sonar divertido. Ninguno rio.

***

El castaño suspiró cerca de veinte veces en menos de diez minutos. Tenía las manos cruzadas sobre el escritorio y la boca apoyada entre estas, dándole un aire lúgubre. Hacía cinco minutos había sacado el seguro de la puerta para no hacer esperar a su chico cuando llegase. Buscó entre los cajones algo que ni él sabía qué era; solo necesitaba distraerse.

Exasperado se recostó sobre el respaldo de la silla. Tenía el saco sobre un posa brazo, las piernas abiertas y el cabello ligeramente despeinado. Justo cuando iba a levantarse, la puerta fue tocada un par de veces y, sin siquiera esperar una permisiva, el chico rubio entró, cerrando la puerta detrás de él. Su rostro se veía agotado y dolido. Ray no se movió un milímetro, aunque quiso correr hasta él para decirle que todo estaría bien.

El primero en hablar fue el mayor.

—Siéntate, Henry, por favor.

—Si no le molesta, señor —su voz era dura igual que sus facciones—, prefiero quedarme aquí.

El castaño se enderezó un poco en su asiento, comenzando a fastidiarse por la actitud infantil del joven.

—Vamos, Henry. No tienes que hablar formalmente. Estamos solos —hizo un movimiento con su mano señalando una de las sillas frente a él—. Siéntate.

Henry tembló ligeramente con la orden. No podía ignorar la voz que tanto deseaba escuchar al oído. En los segundos que tardó en colocarse sobre la silla, su mente fantaseó sobre Ray y él haciéndolo ahí mismo; se sonrojó tanto, que intentó ocultarlo tosiendo un poco y girando la cara. El mayor notó esto como una oportunidad. Con una sonrisa divertida se puso de pie, caminando directo a la puerta para poner seguro, cosa que puso más nervioso al rubio, que no dejaba de juguetear con sus dedos.

Henry, las casualidades no existen [Henray]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora