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Hola, vengo a presentarme después de casi dos meses. Lo lamento, pero estuve bastante ocupada con la universidad. Ahora vengo a dejarles el capítulo 10 sin editar, lamento eso, por adelantado, pero no tengo cabeza para escribir, pues tengo un lío con las calificaciones que no puedo pensar en otra cosa que no sea pasar una materia donde espero con todo mi ser no reprobar.

Sin más que decir, disfruten su lectura. Lamento aburrirles con mi vida.

ADVERTENCIA:

Empieza el drama.


***

El tintineo de sus tacones anunciaba varios metros antes que se acercaba hacia su destino. Llevaba un vestido negro, el cabello suelto y lentes oscuros. Toda su aura era misteriosa; su cabellera roja resaltaba como único accesorio colorido dentro de su sombrío atuendo. Su figura seguía siendo la misma que hacía seis años a pesar de que su cuerpo había experimentado el traer un hijo al mundo.

A donde quiera que fuera siempre se llevaba las miradas de las personas, y aquel momento no era la excepción. Cuando por fin llegó a la oficina que buscaba, entró importándole poco si la secretaria le exigía esperar a que el hombre la atendiera. Ni siquiera se detuvo a tocar la puerta, y, por suerte, la situación dentro de las cuatro paredes era nada menos que normal. Sin molestarse en disimular, paseó su mirada por la habitación, repasando los múltiples reconocimientos y constancias a su alrededor, sacándose las gafas para ver mejor.

No podía mentir; el que él tuviese un trabajo de ese calibre y el que posiblemente ganase mucho más que antes la estaba volviendo loca, sin embargo, no iba a demostrarlo, mucho menos en las circunstancias en las que se encontraban. El lugar, si bien lucía sencillo, se llenaba gran parte en decoraciones minimalistas que estaba segura eran costosas. Al fin y al cabo, él siempre había sido una persona con gustos finos.

El tintineo de los tacones había alertado al hombre sentado frente a ella. Lo había notado al dar un paso adentro.

—Aunque quisiera decirte algo —el dueño de la oficina habló, con la mirada sumida entre sus documentos, apretando los dientes entre las palabras—, dejaré que nuestros abogados arreglen esta situación. Ahora vete.

Ninguno cedía a mostrar emociones que no fuesen más allá de la ira. La pelirroja giró los ojos antes de ponerlos de nuevo tras sus lentes, bufando con hastío. El pelinegro ni siquiera se inmutó en verla; no iba a quitarse tiempo pensando y sintiendo cosas innecesarias. La puerta de su oficina rechinó después de que el sonido de los tacones se detuvo.

—Los abogados no van a solucionar que Rosse quiera verte, Raymond.

En la voz de la mujer no había nada más que veneno, quizás por eso al aludido le dolió el pecho cuando escuchó el nombre de su hija. Cuando la puerta se cerró, él pudo soltar el aire contenido en un suspiro sonoro; tiró de su corbata para aflojarla y tomó su teléfono, las llaves de su coche y su saco, que siempre descansaba sobre el posa brazos, y salió casi corriendo de su oficina directamente a su auto. Escuchó a su secretario llamarlo, pero no se detuvo siquiera a meditar la respuesta. Como pudo balbuceó que necesitaba salir, dejando a la mujer con la palabra en la boca.

Su corazón latía con fuerza en sus oídos. Se sentía mareado. Y, sin poder evitarlo, mientras trotaba hacia el estacionamiento su mente lo envió hacia la mañana en que había conocido a Agatha. De alguna forma todo daba vueltas como aquella vez. Su mano izquierda tanteó su corbata, tirando con más fuerza para bajarla hasta dejarla bajo los pectorales mientras que la derecha hurgaba entre sus bolsillos en busca de sus cigarrillos. Cuando por fin vio su auto corrió hasta poder encerrarse dentro, no podía fumar dentro de las instalaciones, pero dentro de su auto sí.

Henry, las casualidades no existen [Henray]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora