El fruto de un amor

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La fina capa de nieve cubría la plenitud de todo el reino, los carruajes se dirigían al castillo de Dargoland. De todas las direcciones venían invitados al gran día de la princesa menor de este reino, y la reina de Lerzalis.

El gran momento se llevaría acabo en el gran salón. Como acto de atención y amor, Kara mando a traer desde algunos lugares lejos donde la nieve no caía, las flores favoritas de su futura esposa, la mayoría de adornos llevaban plumerías.

La princesa de cabellos dorados, estaba en su habitación dando vueltas de un lado para otro, pues los nervios se apoderaban de ella.

-Kara, deja de hacer eso, me mareas- dijo Alex rodando los ojos.

-Alex, y ¿si se arrepiente?- preguntó la princesa defendiéndose.

-No lo hará, a caso dudas de cómo te ve y la sonría que pone al hablar de ti- le recordó a su hermana- además si no se casa contigo… tendrá grandes problemas, porque se comió el pastel antes de la fiesta.

-¡Alex!- regaño la rubia, cubriendo el rojo que se esparcía por sus mejillas- No digas cosas que no sabes.

-Te conozco lo suficiente, además ¿quién aguantaría la tentación de tener a Lena Luthor a su lado en una cama, completamente a solas?

-Le diré a Sam.

Entre bromas de la pelirroja a su hermana, esta olvido sus nervios un poco. Que mejor que sacándole de quicio.

En una de las habitaciones más lejanas a la de la rubia, se encontraba una reina que se desmayaba de pensar, y que los pensamientos le causaran nervios. Pues quedaba poco tiempo para ver a su amada ser suya en esta vida, como sabía lo sería en las siguientes, o eso era lo que se decía. Sam y Sara la habían dejado sola unos minutos, pues a ambas les faltaba uno que otro arreglo, lo principal era que Lena estuviera lista, algo que ya estaba hecho. El vestido de la reina era perfecto, blanco es su totalidad, con bordados de la mejor calidad elaborados por el mejor de su reino. El velo fue traído desde Stoneland. Y los zapatos únicamente diseñados para ella.

Su corazón latía con fervor, su mente se dejo llevar a todo lo vivido en los últimos años y sintió como se formaba un nudo en su garganta. Pero una voz que no esperaba la hizo brincar del susto en su sitio.

-Lena, nunca haz dejado de ser el ser más puro de entre muchos. La vida no ha sido fácil y aún así tu lealtad, amabilidad y humanidad nunca te han abandonado. Haz hecho de todo un aprendizaje, eres ejemplo para muchos. Tu sueño para este día no esta del todo cumplido, te casas con el amor de tu vida, pero sé que esperabas que otras personas estuvieran- hubo silencio por un momento, y Cat Grant sonrió- podrás hablar con tus padres y hermano un momento, su bondad los llevo a un lugar donde te esperan, o donde aún no están listos para su nueva vida.

Sin más Lena se vio en un campo lleno de plumerías, y el sol resplandecía. No, no era el cielo, era el campo que su padre cultivo para ella y estaba en su reino, estaba tal cuál como cuando era niña. Y sintió que sus emociones estallaban por todos lados, pues vio a su padre caminar de la mano de su madre, ambos sonreían. Y su hermano corrió hacía ella.

-Lena, lo estás haciendo bien- dijo abrazándola y haciéndola girar- o debería decir su majestad.

La azabache no era capaz de pronunciar palabra. Y sintió como unos brazos se sumaban al momento.

-Estoy orgulloso de la mujer en la que te haz convertido- dijo Lionel dejando un beso en el parte superior de la cabeza de su hija.

-Todos lo estamos, eres nuestro pequeño y gran milagro, el que tanto amamos todos- dijo con amor Lillian.

-Los extraño tanto- dijo en un hilo de voz Lena.

-Vive feliz, hija mía, disfruta del reino, las bendiciones de los dioses y de la mujer que estará  a tu lado- sonrió Lionel- te esperemos en otra vida, esperemos ver una vez más esos lindos ojos verdes vernos con amor cuándo nos llames padres.

Érase una vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora