Capítulo 10

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¡Disculpen la tardanza!

Continuamos esta historia, preparen las palomitas y busquen los refrescos y por si acaso, unos pañuelos. 

¡Disfrútenlo!

AÑOS ATRÁS...

Siete años tenía cuando Zev la vio por primera vez. Era una luz rodeada de mucha oscuridad, de demonios y misterios que quizás jamás descubrirán.

Diez años pasaron y sus sentimientos por ella solo iban en aumento, pero él solo era su amigo, el hermano que la vida puso en su camino aunque no corriera la misma sangre por sus venas, cada vez que Zev Maxwell la escuchaba decir amigo, incrustaba más la daga en su corazón, aquella que ella desconocía estaba hiriendo a su amigo.

Ayla para él no era su hermana, no era su amiga y mucho menos una simple conocida, ella era su jodido mundo.

Pronunciar su nombre era experimentar una especie de plenitud. Estar lejos de ella su tortura. Cada año después que la adoptaron costó, fueron segundos lejos de su motor, de la única razón por la que su corazón latía y se había trazado objetivos.

Cuando estas lleno de oscuridad, crees que ya nada puede sacarte de ese hoyo hasta que alguien tira de tu mano y te ayuda a salir, eso fue ella para Zev. Su salvación.

Al verla en la calle, abrazada a un cuaderno, sus ojos grises llorosos y sus mejillas con lágrimas en ella, su corazón dio un vuelco. Con tan solo sietes años él era consciente que ese pequeño ángel no pertenecía a ese lugar. Leer su historia en aquel cuaderno que llevaba lo dejó peor, aún se sorprendía que existieran personas como su tía que la abandonó, sin ningún remordimiento. Ella no soltaba ni una palabra, tampoco llevaba una identificación, solo lo miraba como un animalito asustado.

—Soy Zev ¿y tú? —volvió a decir con la esperanza de obtener una respuesta.

—No lo sé —escuchó en un murmullo apenas audible. Realmente ella no sé acordaba de nada, probablemente ni sabía cómo llegó a ese lugar. La miró con tristeza en sus ojos y guío hasta la entrada de la casa hogar, se detuvo antes de entrar.

—Tus ojos son muy bonitos —comentó intentando iniciar una conversación o averiguar algo más de ella, él sabía muy bien que si no poseía un nombre, en ese lugar lo escogerían al azar, al menos quería que ella pudiera elegir su próximo nombre si no se acordaba del propio —¿sabes? —dijo llamando su atención —en clase nos contaron una historia, donde una princesa tiene los ojos grises, el rey y la reina la nombraron Ayla en honor a la luz de la luna ¿Te gusta ese nombre?

Ella asintió haciéndolo esbozar una sonrisa.

—Los tuyos son iguales —escuchó que le dijo haciendo referencia a la luna, él la miró, entonces ella lo sorprendió extendiéndole la mano—. Me llamo Ayla.

Aquello solo era un fragmento de su vida, probablemente uno de los momentos que más la habían marcado. La razón por la que Ayla no lograba superarlo. Zev era su familia. Su único motor desde los siete años, y es que a esa edad solo eran unos niños obligados a aprender lecciones de vida. No tenían quien los llevara a la escuela, quien los abrazara o arrullara cuando se rasparan la rodilla.

Y lo más triste de su historia, es que ninguno de los planes que habían trazado a futuro iban a poder cumplirse.

Ayla fue arrastrada ferozmente por una ola, que le dio la lección más grande su vida. La vida es muy corta para hacer planes. Es un ahora o un nunca.

¿Hacer planes? ¿Para qué? A que costo si mañana capaz su existencia se resumiría a cenizas, ciertas cosas las dejaría para un mañana, pero jamás se volvería a quedar con la ganas, mucho menos de decir a los cuatro viento un te quiero.

Porque una bonita pintura jamás sería opacada por el llanto, sus colores pueden mezclarse, crear una hermosa o terrible combinación pero jamás perdería el cómo así como ella jamás perdería su luz.

Publicado el 04/10/2023

Cautivadora belleza ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora