NEGLIGENCIA MÉDICA

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No puede recordar los detalles exactos sobre ese fatídico día, solo el potente olor a hierro brotando por todos lados y los restos de vidrio fragmentados y enterrados en su vientre y costados

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No puede recordar los detalles exactos sobre ese fatídico día, solo el potente olor a hierro brotando por todos lados y los restos de vidrio fragmentados y enterrados en su vientre y costados. Un duro golpe en el cenit de su cabeza y el imprudente estruendo fueron suficientes para aturdirle por toda una vida. Una terrorífica tumba por la que no recuerda haberse topado, pero que no desea escarbar jamás.

Sus ojos recién abiertos le susurran el oscuro final del cuento, y sin querer reacciona. Sabe que fue víctima de las decisiones estúpidas y neuróticas de su padre.

El rabillo de su ojo izquierdo nota a una mujer de cabellos azul oscuro, estatura alta y bata blanca, aquella que recuerda le hablaba dulcemente. Sin poder evitarlo, se encariña con una imagen de empatía pasajera y se repite la frase que sabe ella misma le dijo cuando estaba inconsciente: "Por favor, debes luchar por tu vida."

Al intentar levantarse, sus extremidades gritan de dolor y cansancio. Lo único que puede hacer es girar su cabeza hacia las voces provenientes del pasillo de hospital. Reconoce ambos tonos de voz, el primero siendo de la doctora que salvó su vida y el segundo siendo el de su padre.

Es incapaz de rememorar tan siquiera los mínimos pormenores, pero en su mente aquellos diálogos del momento se reproducen cual cinta de VHS trabada.

—Señor, la transfusión de sangre fue un éxito. –Una dicción calmada y de aspecto bondadoso.

— ¡Oh, me alegro tanto! No sé qué sería de mi vida sin mi niño, no podría vivir sin el... -Una dicción falsamente aliviada, una que grita "Hipócrita" con cada segundo transcurrido.

Miente, miente descaradamente. Hace días su propio padre le gritoneaba que desapareciera de este mundo y que el abandono de su madre fue por culpa suya. El accidente automovilístico fue producto de sus arranques de ira, pero de alguna forma se sentía culpable por ello. ¿Tan necesario era impregnarle de un crimen que nunca cometió?

—Disculpe señorita, ¿Podría pasar y ver a mi hijo?

Y ahí estaba, esa ficticia preocupación que solo anhelaba aparentar gentileza. No lo sabe con total certeza porque su cerebro se encargó de protegerle del dolor, pero los primeros pensamientos suicidas se dispararon en su interior cual silenciosas monedas lanzadas al cielo. Lo único que ansiaba era crecer, crecer e independizarse para conseguir libertad sin importar lo que pasara o en su caso desear que se lo tragara la tierra y no volver a salir de ahí nunca. 

 

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