II

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Me miré al espejo, mi ropa no tenía ni una sola arruga y ningún cabello se asomaba de mi velo, salí para dirigirme al gran comedor dónde ya estaban algunas hermanas. Me senté a lado de Susann, mi mejor amiga en el convento, la rubia me recordaba mucho a Alexa, a pesar de querer servir y ser una monja, era alguien rebelde, alguien difícil para las hermanas superioras. La conocí cuando llegué aquí y desde entonces he intentado averiguar por qué, si algunas veces, se quejaba seguía estando ahí.

—No te vi cuando desperté —dijo luego de dedicarme una sonrisa.

—No, fui a rezar primero.

Esa mirada ya la conocía y realmente la odiaba, no soportaba la idea que las demás me tuviesen lástima solo por mi pasado, incluso Susann lo seguía haciendo aunque se había disculpado conmigo y me había dicho que no era su intención, pero yo sabía que inevitable para todos verme así. Las pesadillas me acechaban en la madrugada, aún no he podido dejar de tenerlas, pero tenía fe en que algún día desaparecieran. Así que cuando tenía una, me despertaba más temprano e iba a rezar, para que Dios me diera fuerza para luchar.

—Eso pensé —dijo la rubia asintiendo y mirando a otro lado—. Es lunes, recuerda que iremos con la Hermana Superiora Layla.

Sonreí, todos los lunes seleccionaban a dos personas para ir a hacer algunas compras fuera del monasterio, algo refrescante y en cierta manera divertido. Se supone que era algo al azar pero todas llegamos a la conclusión que sería mejor tener una pareja ya destinada y así perder menos tiempo, eso y que la Hermana Superiora Leyla siempre elegía a las mismas dos personas.
Las Hermanas Superioras hicieron su aparición cuando el reloj apuntaba las ocho de la mañana en punto, siempre a la misma hora, siempre tan pulcras. Y se hizo el silencio.

—Buen día, hermanas superioras —saludamos al unísono cuando ellas estuvieron sentadas en sus respectivos lugares en una mesa apartada de la nuestra.

—Buen día —dijeron las tres.

La hermana superiora Leyla, tenía treinta y cinco años, el cabello negro y los ojos azules, ella era más bien tranquila. Era la menor de las tres y la que nos agradaba a todas pues tenía sentido del humor y nos dejaba de vez en cuando escuchar música a escondidas o ver algunos programas de televisión, por supuesto nada subido de tono o inapropiado; seguía la hermana superiora Charlotta, de piel morena y ojos negros, tenía treinta y ocho años, era un poco como la hermana Leyla pero si estaba cerca de la hermana Greta entonces cambiaba drásticamente; la hermana superiora Greta, a sus ojos azules zafiro intenso los cubría una capa blanquecina pues comenzaba a quedarse ciega, la edad era incierta ya que jamás lo decía, era más bien el tipo de religiosa "ortodoxa" pues seguía todo al pie de la letra, con ella pasábamos todos los sábados leyendo la biblia como mínimo una hora antes de dormir. Por supuesto imponía respeto y no siempre de una buena manera pues se escuchaban los rumores de los castigos que implementaba si alguien no cumplía con lo que Dios y la Virgen María representaban.
Se dice que Susann fue víctima de alguno de esos castigos sin embargo cuando quise preguntarle ella evadió el tema.

—Rezaremos para dar gracias al señor por los alimentos —dijo la hermana superiora Greta, con su voz profunda y grave—, después dos de ustedes acompañarán a la hermana Leyla para traer los suministros que nos faltan. Bien, comencemos. Padre nuestro te agradecemos...

Caminamos entre la poca gente que había, a esa hora de la mañana el mercado no se llenaba de gente, la hermana superiora Leyla caminaba delante mientras Susann y yo íbamos atrás

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Caminamos entre la poca gente que había, a esa hora de la mañana el mercado no se llenaba de gente, la hermana superiora Leyla caminaba delante mientras Susann y yo íbamos atrás. Notaba a la rubia diferente, y juraba que se traía algo entre manos pues sus ojos verdes miraban hacia todos lados, como buscando algo y pude notar también que caminaba más despacio de lo normal.

—¿Susann, recuerdas que hace algunas semanas no pude venir porque estaba enferma?

—Por supuesto, no me digas que nuevamente te sientes enferma.

—¡Susann, toma esos brócolis! —dijo la hermana superiora Leyla, haciendo que la rubia soltara mi brazo y fuese a tomar los brócolis.

—No, más bien quería preguntarte... ¿Acaso pasó algo? Te noto extraña

Yo conocía a Susann, sabía que aunque trataba de fingir no podía esconder del todo su nerviosismo. Incluso estaba distraída.

—Por supuesto que no, de qué hablas, hermana Eleena.

Su pequeña sonrisa, la cual quiso ocultar haciendo una mueca me hizo darme cuenta que iba por el camino correcto. Y Sussan jamás me llamaba hermana si no estábamos delante de la hermana superiora Greta.

—Esta mañana me recordaste con mucho entusiasmo que veníamos —me acerqué a ella colocándome a su lado pero mirándola—. Y eso no es brócoli.

Susann se acercó más a mí, y susurró.

—Veré a un chico, pero no digas nada y no, tampoco me mires así.

Sí, es cierto que la hermana Leyla era más "relajada" pero en lo personal no me gustaba aprovecharme de eso, siempre había seguido las reglas, incluso aunque no me gustaran.

—Sabes que eso no está...

—¡Ahí está!

Miré hacía dónde ella me indicaba con su dedo, era un chico alto, con cabello largo y una playera con el nombre de una banda de música. Se encontraba con medio cuerpo escondido en una esquina, miraba ocasionalmente a mi amiga mientras sonreía. Volví a mirar a mi amiga.

—Susann, sea lo que sea que tengas pensado no está bien. A parte, aquí está la hermana Leyla.

Ella me miró juntando sus manos a modo de súplica.

—Eleena, ayúdame, ése chico me gusta y además no haré nada, solo conversaremos un poco.

—Lo siento, pero no voy a romper las reglas.

—Bien, entonces no me queda de otra más que correr.

Maldije por lo bajo y después pedí perdón por maldecir. Susann había corrido hacia los brazos de aquel tipo y los nervios se hicieron presentes en mí, aunque la hermana Leyla estaba entretenida comprando verduras no podía evitar pensar en qué pasaría sí descubrían a mi amiga, qué nos pasaría si nos descubrían.
Giré nuevamente hacia aquella esquina para hacerle una seña a Susann sin embargo ella ni siquiera me veía, seguía sonriendole encantada al tipo. Volví la vista, la hermana Leyla aún no se daba cuenta y nuevamente volví la vista hacia dónde se supone que estaría Susann y para mi sorpresa, se había ido.
Mi corazón comenzó a latir más rápido, lo podía sentir.

—¿Eleena, dónde está Susann?

Aquella voz, aquella delgada y apacible voz. Me quedé quieta un segundo, mentir era un pecado pero no podía echar de cabeza a mi amiga. Tendría que rezar después de eso.

—¿Susann? —la hermana Leyla asintió mirándome—. Oh, sí, Susann, fue a... Ayudar a un anciano, sabe, hermana, que debemos ayudar al prójimo.

—Oh, bueno, entonces pagaré esto y ya nos podemos ir.

En cuanto la hermana superiora Leyla se dio la vuelta no tuve más remedio que prácticamente correr a buscar a Susann, pues tendríamos que pasar por aquella esquina para volver al monasterio y si veían a Susann con aquel chico sería algo realmente malo. Sí, la hermana Leyla nos permitía muchas cosas, pero hablar con hombres que no fuera el padre Joseph no era una de esas cosas, sobretodo por el contexto de la situación.
Al girar en la esquina topé con alguien, casi perdí el equilibrio de no ser porque aquella persona me tomó para no caer. Levanté la vista y en aquel momento mi corazón dejó de latir, lo que veía no podía ser real. Me estremecí.
Aquel rostro no podía ser real, debía estar en una de mis pesadillas, no era cierto lo que mis ojos estaban viendo.

—Oh, siento —dijo mirándome a los ojos.

¿Aquello era realmente posible? Sus ojos, no, mejor dicho, uno de sus ojos era blanco, totalmente blanco. Y su voz, su voz era un sonidos que mis oídos jamás habían escuchado.

—Dios mío.

—No, Emeritus.

ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO [EMERITUS III] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora