XVI

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Eleena estaba lista, elegí el vestido rojo que llevaba cuando fuimos a Francia, su cabello era grisáceo, su cuerpo había perdido todo brillo, señalando su falta de vida, torturándome de una manera fría y sin cesar. Los recuerdos me saltaban como cuchillos afilados, ni siquiera las heridas de la espada de Tamara me dolían en ese punto, yo era un alma triste vagando. No había hablado con nadie, mi expresión era tranquila y seria pero estaba lejos de estar tranquilo, estaba sufriendo, desgarrándome por dentro, sintiendo un dolor inimaginable para cualquier humano. Los ghouls parecían cachorros asustados, lamentándose, no se habían separado ni entre ellos ni de mi, fieles como siempre. Los había visto sufriendo pero creo que ninguno de los seis había sufrido así jamás, no era comparado con nada en el pasado.
Entré al pequeño cuarto dónde me alistaría para la misa, mis ojos se inundaron de lágrimas, sollocé tapando mi rostro, mi cuerpo tenía pequeñas convulsiones involuntarias debido al llanto.
Una par de manos me tomaron de los hombros y me levantaron, ni siquiera me había dado cuenta que estaba en cuclillas y la cara entre mis brazos, era Nihil. Limpié mi rostro rápidamente, me sentía como un niño pequeño con su padre consolándolo.

—Yo daré la misa —dijo, dándome pequeños apretones—, puedes ir a sentarte.

—No —hablé con la voz entrecortada y temblorosa—, no, lo haré yo. Es mi deber.

—Ni siquiera puedes mantenerte en pie, Emeritus, y no me gustaría verte pasar por eso, hijo. Anda, llévate a tus ghouls.

Lo único que quería era irme de ahí... No, lo único que quería era que todo fuese un mal sueño, una pesadilla de la cual al despertar pudiera olvidar todo y tener una buena vida junto Eleena. En otra ocasión hubiese puesto resistencia a la orden de Nihil pero el viejo tenía razón, no iba a poder ni siquiera iniciar pues me derrumbaría en cuestión de segundos y eso no era lo apropiado.
Me senté en la primer banca con los ghouls a mis lados, el cuerpo de Eleena estaba frente a mi, su piel pálida contrastaba con la oscuridad de la tela que estaba debajo de ella cubriendo el mueble dónde estaba, su cuerpo estaba al aire libre, con unas rosas en sus manos. Los funerales en el infierno eran así.
La misa comenzó.

—Estamos aquí para agradecer a nuestros hermanos, ellos fueron valientes y lucharon con destreza, inteligencia y gran valor hasta el final. Les agradecemos la sabiduría que han compartido con nosotros. Así mismo, estamos presentes para agradecer a Eleena Getwine...

Escuchar su nombre me estremeció. Los labios de Nihil se movían pero no podía escuchar su voz.

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Sentía mucho frío, supuse que era porque estaba acostada sobre agua, abrí los ojos para saber dónde me encontraba, lo último que recordaba era que estaba esperando a Emeritus llegar de la batalla contra el cielo, me había quedado en el patio delantero desde que vi sus caballos salir del castillo, después un pinchazo en mi pecho y después un dolor insoportable, también recordaba a Emeritus llorando y pidiéndome que no le dejara. Todo a mi alrededor era negro.

—¿Hola? —mi grito hizo eco, quizá estaba en una cueva, ¿pero cómo había llegado a una cueva?

Caminé de forma recta estirando los brazos hacia los lados y adelante para saber si tocaba alguna pared, pero no había nada.
Y de pronto una luz, a unos metros de dónde me encontraba yo. Caminé hacia ella.

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Me había quedado solo, sentado en el mismo lugar desde hacía horas después que la misa había finalizado y todo se despidieron diciéndome palabras de consuelo, en realidad no sabía cuánto tiempo había pasado, pero suponía que era mucho ya que el sol estaba comenzando a salir, los ghouls estaban afuera pues les había dicho que quería estar solo, y de vez en cuando asomaban sus cabezas para saber si estaba bien. Escuché unos pasos acercarse a mi.

ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO [EMERITUS III] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora