IX

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Una semana sin ver a Eleena, una semana sin poder ver sus ojos de color avellana, sin la suavidad de su cabello, pero una semana dónde pude investigar acerca de su pasado enterandome de su infancia y lo mucho que sufrió, todo había pasado cuando Secondo estuvo a cargo, él mismo me lo había contado pues cuando llegan almas nuevas, nosotros somos los encargados de revisar su antepasado en la tierra. En el infierno las almas eran libres, conservaban la forma de sus cuerpos terrenales y era como una segunda vida, la vida después de la muerte. Paseaban libremente sin recibir ningún castigo, cumpliendo con las mandamientos de nuestro Señor Satanás, eran mandamientos mucho mejor que los que imponía la religión en cualquiera de sus presentaciones pues en todas ellas se utilizaba el nombre de su dios para imponer miedo y tener seguidores ciegos que no se cuestionaban absolutamente nada. Sin contar con que la gran mayoría de ellos eran hipócritas, sobretodo algunos padres, sacerdotes e incluso papas. ¿De qué servía ir a misa si señalabas la vida del prójimo y juzgabas? ¿De qué servía no comer carne en semana santa si muchos de ellos violaban y asesinaban utilizando su fuerza en contra de su prójimo? En cambio en el infierno no atentabamos en contra de nadie, no hurtabamos a nadie, no había envidia como decían, no poníamos la otra mejilla cuando el prójimo nos golpeaba.
Pero como en todo había una minoría, una minoría que escapaba de nuestras garras, aquellos quienes atentaron en contra de niños, aquellos que aprovechaban la confianza u autoridad para profanar las infancias, sí, aquellos sí sufrían. Cuando supe la historia de Eleena no dudé en dirigirme hacia el sur del infierno, en lo más profundo y alejado de nuestro reino perfecto. Lo vi arder una y otra vez en las llamas, lo vi ser devorado por partes por moscas y gusanos, lo vi suplicar por perdón pero no se lo di pues no lo merecía, ni él ni nadie que haya cometido los mismos delitos.
Quise informarme de la razón la cuál aquel día yo pude sentir lo mismo que Eleena, pero nadie pudo responder esa pregunta, ni siquiera la vieja bruja de la familia Madame Obelia, quién lo único que me dijo fue que las profecías se cumplen sin importar nada y eso no fue algo que me ayudó a entender. Hubo un libro pero algunas de sus páginas habían sido arrancadas, incluso me reuní con un hombre, aquel que no tiene alma. Sin embargo él tampoco pudo aclarar mis dudas.
Lo único que sabía hasta ese momento era que necesitaba a Eleena en mi vida, estuve con vampiresas, brujas, humanas, mujeres lobo, demonias y ninguna de todas ellas me había dado en una semana lo que Eleena me dio en una noche.

—¿Dónde está Terzo? —escuché el grito de Nihil proviniendo desde afuera. La puerta corrediza se abrió dejando ver un Nihil enojado.

Detrás de él venían Alpha y Water, intentando calmarlo. Les hice una seña con la mano para que lo dejaran pasar.

—¿Qué pasa, padre?

Los ojos del viejo Nihil parecían echar chispas, estaba completamente enojado, sus manos estaban en forma de puño y sus nudillos se veían completamente blancos debido a la fuerza.

—¿Qué pensabas al follarte a una monja en un monasterio? Hay reglas, Emeritus, reglas inquebrantables, hemos estado reinando por mucho tiempo sin problemas con el cielo, ¿sabes lo que nos costó eso a tus hermanos y a mi?

La voz se escuchaba en todo el castillo así que no me sorprendió ver a sister Imperator llegar apresurada, tomé un sorbo del vino que tenía en la copa, miré a Nihil, molesto.

—¿A quién le importa el cielo? Estamos en el infierno, follar no es un pecado.

—No es un pecado si no hubiese pasado en un lugar tan sagrado como su monasterio. Eres un idiota, Terzo, siempre pensando con tu lascividad. Todos estos siglos sin que los ángeles se metan en nuestros asuntos.

ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO [EMERITUS III] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora