Gavi & Oli.

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Muevo la pierna nerviosa y muerdo el interior de mi mejilla, no puede ser que esté ocurriendo esto. Suspiro llevando la mirada a la mesa, sigue ahí. Escucho el estruendo que hace un trueno y tiemblo, Pablo debería haber llegado ya. Paso a morder mi lengua, sintiendo como el miedo recorre mis venas. Lleva casi 8 años con el carnet y aún no me acostumbro a que vuelva solo de entrenar cada vez que llueve.

— Odio la lluvia — respiro tranquila al escuchar cómo se queja abriendo la puerta de la casa donde ahora vivimos—. Pero la odio de verdad — me levanto del suelo del sofá y camino hasta la entrada, bastante alejada de donde están los sillones.

— Al menos has llegado a casa — le digo acercándome a él, deja caer la mochila del entreno a sus pies y coloca las llaves en el mueble del recibidor.

— Siempre voy a volver a casa, aceitito — me pasa las manos por la cintura para acercarme a él, apoyo la cabeza en su pecho e inspiro profundamente—. ¿Qué tal el día? ¿Mucho trabajo?

— El suficiente— murmullo—. He estado haciendo unos artículos que tenía que entregar y... — me quedo callada notando su mirada intensa sobre mi—. ¿Qué pasa?

— No sé, te veo distinta — pasa una mano por mi frente con cuidado—. ¿Te has encontrado bien? ¿Has comido? Estos días has estado comiendo poco.

— Sí... todo bien — trago saliva mirándolo a los ojos—. Estás empapado — comento, intentando apartar la atención de mi por un momento.

— Me pongo el pijama y vuelvo, ¿quieres pedir algo para cenar? — dice yendo escaleras arriba, niego desde mi posición — ¿Vas a cocinar tú? Ole — río negando.

— Si quieres te preparas algo, yo he comido fruta hace un rato y no voy a cenar — él chasquea la lengua y niega, el estruendo de otro trueno me hace temblar.

— Ya vuelvo, cariño.

Se pierde escaleras arriba y yo miro hacia la mesa de café, suspiro sonoramente, nada sorprendida de que no se haya dado cuenta de lo que está ahí.

Me acerco rápido y lo cojo entre mis manos, muerdo el interior de mi mejilla observándolo fijamente. Escucho sus pasos arriba y lo guardo en el bolsillo de mi sudadera.

Trago saliva yendo hacia la cocina, abro la nevera y bebo un trago de agua de la botella. Mientras él baja las escaleras tarareando una canción cualquiera.

— Oli... — me giro al escucharlo, lo veo sonreír caminando hacia mi—. Estás preciosa — sonrío ladeando la cabeza, aprieto los labios y niego.

— Siempre igual — Pablo ríe, estiro los brazos cerrando la nevera con un toque de mi culo.

— Parece mentira que seas tú la mayor — me sostiene por la cintura y me levanta para sentarme en la encimera, se cuela entre mis piernas y deja que lo abrace.

— No es mi culpa que midas dos metros.

— No mido dos metros.

— Lo suficiente para ser más alto que yo — comento apoyada en su cuerpo, sus dedos se enredan en las hebras de mi pelo.

— Me encanta peinarte— comenta—, y cuidarte, no sabes lo mucho que me gusta cuidarte.

— Bueno... — murmullo aún pegada a su cuerpo, aguantándome el nudo que tengo en la garganta, abrazándolo con fuerza—, pues ahora tendrás que cuidarnos a dos.

— ¿Has adoptado a un perro?

— ¿Qué...? — frunzo el ceño separándome de él, lo veo con una sonrisa amplia agarrándome de las manos — A mi me estás vacilando.

— ¿Qué? — me bajo de la encimera y resoplo caminando lejos de él — Oli.

— Entiendo que lo primero que se te pase por la cabeza sea un perro, ¿pero no se te ocurre nada más? — le digo, cruzándome de brazos.

— ¿Un gato? Porque adoptar a un pez... bueno sería comprar y...

— Un hijo, imbécil — saco el predictor del bolsillo de la sudadera mientras voy hacia él y lo muevo en frente suya—. Ojalá fuera un perro.

— ¿Cómo? — su voz sale aguda, me entran ganas de reír por lo nerviosa que estoy.

— ¿Hace falta que te explique el proceso de cómo alguien se queda embarazada? — pregunto entrecerrando los ojos, si las miradas matasen estaría muerta ahora mismo — Me parece que se te da genial cómo para que no sepas que...

— Calla, anda, calla... un bebé... madre mía— se pasa la mano por el pelo húmedo, sus ojos se mantienen fijos en los míos—. Una mini tu.

— O peor... un mini gremling — digo intentando seguirle la broma, tratando de aparentar que no estoy histérica—. Pablo yo no sé...

— Cariño — se acerca a mi con rapidez y me agarra de las mejillas—, amor si no quieres tener al bebé no lo tenemos, ¿vale? — trago saliva asintiendo, él me acaricia las mejillas con cuidado— Y si quieres... para adelante, tú decides.

— ¿Y tú...? ¿Tú qué quieres? — veo cómo su nuez de adán se mueve, una sonrisa se escapa entre sus labios.

— A mi me haría muy feliz tener a una mini tú corriendo por casa, es muy grande para nosotros dos — sonrío, notando una calidez en el pecho—. Y podemos adoptar a un perrito — suelto una carcajada y le doy un golpe en el pecho—. ¡Oli!

— Cómo es que lo primero que se te pasa por la cabeza es que haya adoptado a un perro, payaso — escucho su risa suave mientras me peina un poco.

— En el fondo esperaba que no fuera el bebé, aunque me va a hacer muy feliz, también me da miedo.

— Imagínate yo... — murmullo, mordiéndome el interior de la mejilla.

— Vas a ser la mejor madre del mundo, aceitito — me susurra, dejando un beso en la frente—. Y nuestra aceituna va a ser increíble.

— Pablo — río aguantándome las lágrimas que amenazan con salir, veo cómo se arrodilla frente a mi abdomen—, ¿qué haces?

— Papá te quiere mucho — susurra frente a mi ombligo—, y mamá, aunque sea una cabezota, también.

— Oye... — río agachándome hasta quedar a su altura—, no le puedes decir eso.

— Si te va a querer casi tanto cómo te quiero yo, aceitito, puedo decirle lo que sea, que eso no va a cambiar nada.

Con él, el miedo pareció ser menos.

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