𝗖𝗔𝗣. 𝗧𝗥𝗘𝗜𝗡𝗧𝗔 𝗬 𝗖𝗨𝗔𝗧𝗥𝗢

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David Johnson

Siente tu dolor, vive tu dolor, ama tu dolor, pues es lo que te llevará a tu resiliencia.

Hoy, el sol brillaba como nunca antes, como si supiera que mi camino había llegado a un punto crucial, o tal vez solo era otro día hermoso. Pero para mí, era la luz de un nuevo comienzo, uno cargado de fortaleza y con el alma restaurada.

—Firma aquí, por favor —dijo Sarah, la amiga de mi padre, con una sonrisa emocionada y ojos brillantes.

Había llegado el día de despedirme del hospital, mi hogar durante varios meses, el lugar donde encontré una segunda oportunidad en el amor y en la vida tras un oscuro abismo de depresión. Por fin, estaba listo para retomar mi vida con las herramientas necesarias para, en caso de volver a caer, saber cómo levantarme sin perderme en el proceso. Estaba profundamente agradecido con todos: psicólogos, internistas, enfermeras, mi familia y, por supuesto, con la doctora Loren.

—Bueno, chico, es todo. Has completado tu rehabilitación. Ha sido un honor servirte durante tu proceso. Estoy segura de que tu psiquiatra también está contenta.

—Gracias, Sarah. Janeth me espera abajo con papá y Eduardo. Para mí también ha sido un honor llegar hasta aquí.

—Recuerda que debes seguir tomando tus antidepresivos por un tiempo más hasta que tu psiquiatra te autorice a dejarlos definitivamente, aunque ya tu dosis sea mínima.

Asentí y tomé mi caja de cartón, que contenía mis pinturas y dibujos realizados durante mi estancia. Tras un pequeño abrazo con Sarah y despedirme del personal médico que me atendió, me acerqué a Matilde, mi "madre del hospital" y fiel amiga.

—Hola, mamá —la llamé, dejando mi caja a un lado del sillón para sentarme un momento junto a ella.

—¿Qué pasa, Erick? ¿Ya te vas? —preguntó al ver la caja de cartón a mi lado.

Asentí y sentí mi pecho comprimirse por la tristeza de dejarla.

—Sí, mamá, ya terminé mi tratamiento y tengo que regresar a mi vida —le expliqué, tomando sus arrugadas manos—. Te prometo que vendré cada vez que pueda. Por ahora estaré de viaje, pero seguiré pagando tu estancia aquí, no te preocupes por nada. Vendré a verte, lo prometo.

Ella, con una sonrisa melancólica, acarició mis manos, casi rogando con ese simple gesto que me quedara, y asintió lentamente.

—Cuida de Cristina, Erick. Aún quiero que me des nietos —murmuró.

Limpié una pequeña lágrima de mi mejilla y me acerqué para darle un cálido abrazo de despedida.

—Claro que sí, mamá. Pronto vendré a visitarte con ella y cuando tenga hijos, tú serás su madrina de bautizo —prometí mientras la abrazaba.

—Está bien, entonces déjame darte la bendición antes de que te vayas, hijo.

—¿La bendición?

—Sí, déjame persignarte para que te vaya bien con ella y puedas darme nietos rápido. Ya estoy muy viejita —dijo con una sonrisa en su rostro.

Asentí de nuevo y me incliné para que ella pudiera darme su bendición, algo con lo que no estaba familiarizado. Sentí su mano temblorosa sobre mi frente, una última caricia de amor y esperanza, mientras susurraba una oración. Con el corazón lleno de gratitud y renovada esperanza, me levanté y me dirigí hacia mi futuro, con la certeza de que, aunque el camino fuera difícil, estaba preparado para enfrentarlo.

Al salir del hospital, el aire fresco me envolvió, revitalizándome. Vi a Janeth, papá y Eduardo esperándome junto al coche. Sus rostros se iluminaron al verme, y sentí un calor reconfortante en el pecho. Era el amor que me había sostenido durante todo este tiempo, y ahora me impulsaba hacia adelante.

Respuestas sin salida [Borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora