𝗖𝗔𝗣. 𝗧𝗥𝗘𝗦

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Loren Philips


Después de que los guardias de seguridad me arrojaron a la calle como si fuera un perro abandonado, me limpié los ojos llenos de lágrimas. Mi puño aún temblaba de dolor y estaba enrojecido, pero sabía que no se comparaba con el sufrimiento que Adrián estaría experimentando en ese momento. Me sentía desorientada, sin saber a dónde ir ni qué hacer. Las personas a mi alrededor me miraban con confusión, y la vergüenza comenzaba a inundarme.

Mi vida giraba en torno a él. Había perdido toda autonomía y el peso sobre mis hombros era abrumador. De repente, todo cobró sentido: cada aroma, cada llamada, cada reunión; todo era una farsa. Sin embargo, el miedo me paralizaba, ya que todo lo que tenía lo debía a él, ignorando mis propios esfuerzos y deseos de superación.

Mis ojos estaban nublados, y el pensamiento de haber olvidado mis anteojos me atormentaba. A pesar de que mis rodillas temblaban, seguí avanzando; solo quería escapar, anhelaba desesperadamente hacerlo.

Froté suavemente mis párpados para intentar distinguir la siguiente calle. Al otro lado, vi una cafetería abierta. Quizás podrían prestarme un teléfono para llamar a Madison. Había olvidado por completo que ella estaba en casa, probablemente cuidando al cachorro. Antes de cruzar, visualicé los autos que se acercaban hacia mí y corrí para evitar ser atropellada, ya que la zona del hospital estaba muy transitada.

Mis rodillas volvieron a temblar, haciéndome sentir insegura, temiendo caer. La voz de mis pensamientos intrusivos repetía: "Tal vez si eres todo lo que él dijo y tu cuerpo ya no puede con esos kilogramos demás".

Mareada y con los ojos hinchados, abrí las puertas de la cafetería. El único sonido que se escuchaba era el de mi llanto incontrolable. Sentí las miradas a mi alrededor y, al levantar la cabeza, una mujer asombrada por lo que veía a simple vista. No pude evitar sentirme avergonzada y ocultar mi dolor con una leve sonrisa.

—¿Estás bien? —preguntó ella mientras se acercaba.

—En realidad, no mucho. Solo quiero un café y un lugar donde poder llorar... —murmuré en voz baja, para que no me escucharan.

—¿Deseas algo más?

Mis ojos se desviaron hacia el menú de postres anotados en un tablero de madera cerca de la barra, y rápidamente negué. La comida se había convertido en mi red de confianza desde hacía tiempo, pero ya no quería seguir con eso.

—No, gracias. Solo el café... sin azúcar. —Limpié con mi antebrazo los mocos que comenzaban a escurrirse por mi labio superior—. No quiero molestar más.

—Pero, cariño, estás temblando. —Puso su mano en mi frente y continuó—: Y no tienes fiebre...

De repente, otro fuerte mareo me golpeó, y esta vez, mi cuerpo no pudo soportarlo más, haciendo que cayera al suelo de rodillas, tal como mis pensamientos habían advertido minutos antes.

La mujer trató rápidamente de ayudarme, pero me negué a recibir ayuda, no quería más dramas en la lista infinita de recuerdos.

Las preguntas instantáneas comenzaron a consumirme de nuevo, como cuando estaba dentro del hospital: «¿Por qué nos casamos? ¿Por qué tantas promesas? ¿Por qué tantos "te amo"?».

—Estoy bien, puedo hacerlo sola —susurré, levantándome como si no hubiera pasado nada.

—¿Quién te hizo tanto daño, cariño? —preguntó, pero no respondí. Sus manos con rapidez secaron mis lágrimas y sin avisar, sus brazos me rodearon con fuerza—. Tranquila —susurró con voz dulce—. Estarás bien, cariño.

RESPUESTAS SIN SALIDA [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora