CAP. CUARENTA Y SIETE

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Loren Philips


Mi cuerpo se agotó de llorar; todo lo que conocía era difuso, como si no hubiera un final. Nada tenía sentido en mi mente. Pronto, los medios de comunicación se hicieron presentes con la noticia de que el gran empresario Adrián Maxwell había sido arrestado por narcotráfico, posesión de armas y otros delitos. Tendría una audiencia en la que estaría presente. Cuando los policías lo detuvieron, entendí lo que quiso decir: «Esta vez haré las cosas bien», dijo y, así mismo, se entregó.

A pesar de su actitud y comportamiento, hice mi denuncia con las pocas pruebas que tenía. Fueron suficientes para que se abriera una carpeta de investigación sobre mi caso, apartado de lo que ya iba a proceder. Por mi seguridad y la de mis hijos, estaba alojada en una casa de seguridad custodiada por oficiales. Todo parecía irreal. La casa que Adrián había comprado estaba siendo incautada, al igual que todos sus bienes. Por suerte, mi cuenta bancaria estaba segura y fuera de todo.

El padre de Adrián seguía desaparecido; al parecer, era aún más intocable que Adrián. Temía que podría hacerme daño, pero los oficiales estaban seguros de que ya no se encontraba en la ciudad.

Apenas habían transcurrido cuatro semanas, llenas de interrogantes: «¿Cómo era que no sabía del trabajo de Adrián?» Mi respuesta era siempre la misma: «No lo sé, no lo sospeché». Las personas especulaban que era cómplice.

Después de exámenes médicos, evaluaron que no estaba apta para ejercer mi profesión, ni para cuidar de mis hijos debido a los daños psicológicos que presentaba. Tendría que internarme en un hospital psiquiátrico cuando la audiencia diera por terminada.

Honestamente, no quería dejar a mis hijos con una trabajadora social en un orfanato, ya que era un proceso complejo para alguien que necesita el calor familiar. Así que decidí dejarle la custodia temporal a David.

Estuve en un orfanato cuando era pequeña. Por los años que Adrián me medicó sin mi consentimiento, he olvidado gran parte de mis recuerdos, pero sé que no es fácil.

Respiré hondo cuando el oficial me indicó que podía ingresar a la habitación. Había pasado todos los controles de seguridad antes de que me dejaran acceder, y pronto un oficial me instruyó para que pudiera hablar con Adrián.

Esperé unos segundos sentada frente a la pared de vidrio mientras traían a Adrián. Mis manos temblaban y no podía evitar morderme el labio por dentro. Al subir la mirada, lo vi, esposado y uniformado. Su barba rubia de días y sus ojos ojerosos me hicieron doler un poco el pecho; él siempre se veía bien.

Tomé el teléfono para poder comunicarme con él, y él hizo lo mismo. Solo eran veinte minutos y no sabía qué decir, sabiendo que él estaba al tanto de mi denuncia.

—Gracias por aceptar venir, necesitaba verte —habló primero, su voz sonando áspera y cargada de una mezcla de arrepentimiento y desesperación.

—También lo necesitaba —respondí en un murmullo, sintiendo un nudo en la garganta.

Adrián me observó detenidamente antes de continuar, su mirada intentando encontrar algún rastro de la mujer que una vez conoció.

—Estoy enterado de que Alessandro está mejor y que te internarás en un hospital psiquiátrico por un tiempo. ¿Ya sabes con quién dejarás a los niños? —preguntó, sus palabras salieron con un tono de preocupación y culpa.

Asentí con la cabeza, evitando su mirada.

—No vine a hablar de eso contigo, ya lo tengo arreglado. Insististe demasiado para que viniera, así que habla —le ordené en un tono brusco.

Adrián me miró fijamente y asintió con la cabeza mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.

—Sé que esta es la última vez que te veré después de la audiencia. Sé que me odias y que, si no estuviera el cristal, probablemente ya me habrías dado un buen puñetazo —dijo, su voz quebrándose—. Pero te confieso que siempre te amé, desde el primer momento en que te vi, y no me arrepiento de lo que hice, solo de haberte tratado tan mal cuando no lo merecías.

RESPUESTAS SIN SALIDA [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora