Seems like everyone just smiles staring at the sun
But what about me?
Tell me how I will know where I should go25 de Junio de 2063
El sonido de la maleta cerrándose fue lo único que el pequeño distinguió entre la verborrea que hablaban sus padres, con extrañas palabras y oraciones que su joven cabecita no asimilaba del todo. El muchacho posó sus manos en el marco de la puerta, asomando la cabecita con curiosidad, al mismo tiempo que sus ojos violáceos contemplaban la ida y la venida de sus progenitores por la habitación.
—¿Estás segura de que esto es lo correcto, Giselle? —cuestionó Frederick, el padre del muchacho mientras ayudaba a organizar el papeleo del viaje.
—Por supuesto que sí. Tengo la sensación de que es lo que debemos hacer —se acercó al hombre y tomó sus manos con suavidad, queriendo que se liberase de lo que estaba haciendo y la atendiese— Angoth es el sitio ideal para una familia como la nuestra, y en el fondo lo sabes. No somos bienvenidos aquí. No desde los sacrificios que tuviste que hacer por nosotros.
—¿Y no sería esto el equivalente a huir y darles la victoria? Todo por lo que hemos luchado, todo lo que hemos conseguido...
La rabia fue acumulándose en cada palabra pronunciada, pero por suerte su esposa le conocía a la perfección y sabía cómo calmarle con un simple gesto; con una simple caricia. Pasó su mano por la mejilla de la persona de la que estaba enamorada y sonrió levemente, asintiendo con convicción.
—¿Qué importa lo que dirán? Mientras ellos se alegran de una situación de la que no deberían nosotros estaremos en paz y unidos —el hombre resopló audiblemente y frunció el ceño, creando una agradable risa en su esposa—. Primero vayamos al concierto, conozcamos Angoth y si nos convence nos quedamos.
Frederick se quedó mirando a Giselle durante unos segundos a su mirada marina y finalmente cerró sus ojos.
—Está bien —extendió sus brazos y se encogió de hombros a la vez— confío en ti y en tus decisiones. Si después del recital uno de los tres no está cómodo, nos volvemos. Tenías conocidos allí, ¿cierto? Es un buen punto de inicio, ¿has contactado con ellos?
—Por supuesto: ¿qué menos que invitar a la familia que nos ayuda desde lejos con los productos que fabrican? Su joyería es exquisita y de buena calidad. Tengo ganas de conocer en persona a los Lennox.
—¿Nos vamos a mudar...?
Lorenz decidió preguntar lo evidente con el ceño levemente fruncido y una expresión de tristeza y dolor. A él le gustaba vivir en Meloe, visitar a sus abuelos de vez en cuando, jugar con sus primos mayores aunque lo apartasen y pasando tiempo con los niños del vecindario de vez en cuando, ¿y le iban a quitar lo poco que tenía? Los mayores hablaban entre ellos y en ningún momento sintió que preguntasen su opinión en algo tan importante: ahora le tocaba comenzar las clases y ni siquiera las haría, seguramente, en el lugar en el que nació. Su pequeño corazoncito se encogió del miedo.
No quería estar solo.
Giselle se sentó en el borde de la cama y Frederick imitó el movimiento de su mujer. La matriarca hizo un gesto a su único hijo para que se acercarse. Obediente y cabizbajo, en pasitos muy pequeñitos y con las manitas juntas acariciándoselas con suavidad, alcanzó a sus padres. Con excelso cariño y ternura, la mujer tomó a su hijo entre sus brazos y lo sentó en su regazo, abrazándole con toda la calidez que podía regalarle a su querido hijo.
—No es algo certero, cielo, pero es una posibilidad.
—No lo entiendo, no quiero irme... ¿qué pasará con los demás?
—No te preocupes por el resto, estarán bien —aseguró el mayor, con una leve sonrisa apareciendo en su rostro— los abuelos son fuertes e inteligentes. Podemos llamarles todos los días o simplemente viajar de vuelta en un momento dado para que les enseñes todo lo que has aprendido ahí fuera.
—Eres su nieto favorito, que lo sé yo, pero no se lo digas a tus primos —añadió de forma juguetona Giselle guiñándole un ojo.
Los suaves labios de la mujer de largos cabellos azabache se posaron en la frente del chiquillo, convirtiendo la tristeza en una bonita sonrisa que alumbraba las más oscuras de las noches. La consideración del muchacho hacia el resto le provocaba una sensación agridulce en el corazón. Muchas veces tuvo que separar al pequeño de las manos de esos ingratos haciendo oídos sordos a los hirientes comentarios de los adultos. Y eso era algo que la propia Giselle no lo entendía: ¿por qué su familia atacaba de esa manera a quien menos lo merecía?
—¿Estás más tranquilo ahora, tesoro? No temas en contarnos tus inseguridades, estaremos para escucharte.
—Sí... pero tengo miedo... —juntó los dedos índices de sus manos— ¿y si no encajo? ¿Y si no hago amigos?
—¿Recuerdas a los Lennox, hijo? Alguna vez hemos hablado de ellos o hecho contratos con esa familia –preguntó Frederick a lo que Lorenz asintió—. Tienen un hijo de tu edad y le gusta la música igual que a ti. ¿Por qué no entablas conversación con él?
—Pero no se me da bien hacer amigos y no querría decepcionaros...
—Eso no ocurrirá, mi querido Lorenz. Mientras lo hayas intentado estaremos orgullosos de ti, ¿de acuerdo? —le recordó Giselle.
El aludido bajó la mirada con las mejillas levemente sonrojadas por el afecto de sus padres y no pudo reprimir una sonrisita de felicidad. Sí, iba a ser un cambio muy brusco y no sabía lo que había al otro lado del charco, no obstante estaba rodeado de sus dos personas más importantes y mientras estuviesen juntos todo iría bien –o eso decía siempre su madre, ¿y por qué motivo tendría que dudar de alguien tan sabia?
—Vamos, te ayudaré a recoger tus cosas —alentó Frederick.
—Sí, papá.
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Our Symphony
DiversosTras mucho pensarlo, la familia Trevelyan se muda a Angoth, una isla al norte de Europa. Allí coincidirán con unos viejos amigos, los Lennox, haciendo que los hijos de ambas familias se hagan amigos. Desde ese momento, los pequeños empezarán a conoc...