Julia

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Seis y cuarto de la mañana. Le encantaba levantarse con el sol y aprovechar al máximo el día. Siempre decía «ya vas a tener tiempo de dormir cuando te mueras» ó «la vida es una sola» ó «te vas a arrepentir cuando ya no puedas hacerlo» y podría seguir parafraseando todo el día. Y sí, tenía pensamientos de abuela, lo sabía, pero era su mantra y le iba bastante bien así. O a lo mejor ya le estaba pegando el viejazo a sus recién cumplidos cuarenta años.

No los aparentaba, a sus cuarenta, y lo sabía. No por opinión propia sino porque siempre le daban varios años menos aunque tampoco le preocupaba, sinceramente, ella creía que la juventud iba por dentro. Y con esa última reflexión decidió que ya había tenido una alta dosis de pensamientos abuelísticos por ser la hora que era y se enfocó en la tarea. Le gustaba arreglarse para ir a su trabajo no sólo porque su profesión lo requería, aunque varias veces se cansaba de los trajes y aparecía con unos jeans y una blusa sencilla, sino porque simplemente le gustaba y punto. Además, nunca sabía si entre tanto cliente de acá, clienta de allá, aparecía el amor de su vida y tenía que estar preparada.

Si, cliente o clienta. Era abiertamente bisexual y eso no significaba que fuese por la vida gritándolo, pero si alguien preguntaba ella respondía con tanta naturalidad que era imposible no contagiarse, y al final eran pocas las personas que terminaban mirándola con cara de espanto. «Mientras más naturalices las cosas, menor será tu drama», pensaba la abuela.

A sus dieciséis años se enteró que era bisexual cuando se obsesionó con los ojos de su compañera de clases, después con su boca, su nariz y al final también con sus manos. Cuando comenzó a gustarle cómo se mordía el labio inferior o cómo le encantaba abrazarla para sentirla pegada a ella, se planteó que algo estaba pasando. Y el clic lo hizo cuando se imaginó besándola.

Y así, naturalizando las cosas desde tan chica, una noche de estudios le tomó el rostro entre las manos y la besó. ¿Eran pocas las personas que terminaban mirándola con cara de espanto? Sí, eran pocas, pero las había. Y el espanto con el cual Micaela la miró había sido hasta gracioso. A lo mejor se había pasado un poco y tendría que haberle dicho antes «Mica, voy a besarte». Bueno, o también podría haberlo preguntado en plan «Mica, ¿puedo besarte?». Pero ni lo uno ni lo otro. Eran dieciséis años hormonados y muchas ganas de descubrir qué le pasaba. Un combo de los peligrosos.

Dejó de pensar en eso cuando le entró la risa porque así no había manera de delinearse los ojos de una forma decente. Un poco de rímel más el delineado negro y su mirada azul resaltaba todavía más. Algo de sombra en los párpados, un toque de rubor en las mejillas pero muy sutil, ya que su piel era demasiado blanca. Labios al natural y listo, tarea terminada.

Giró la cabeza a un lado y al otro para chequear el resultado, se revolvió con ambas manos su pelo rubio, apenas ondulado en las puntas que le llegaba poco más por debajo de los hombros, y conforme salió del baño.

Vivía en una casa bastante amplia en un barrio tranquilo, alejado del centro de la ciudad y lo adoraba, la paz al estar alejada del bullicio era impagable. Si bien era una ciudad grande, tenía auto y en veinte minutos llegaba desde su casa a la oficina, la cual sí estaba ubicada en pleno centro por cuestiones de negocios.

Llevaba un pantalón de vestir negro, unos zapatos con taco y una camisa entallada color salmón, arremangada en dos veces por debajo de los codos. Agarró la cartera y recorrió el pasillo donde se encontraban las habitaciones rumbo a la cocina.

Lo que más le gustaba de su casa eran los ambientes amplios que tenía. Se había tomado su tiempo para pensarla y repensarla. Vivía de diseñar edificios y grandes locaciones para los demás así que la suya no podía ser otra cosa más que perfecta.

Contaba con un amplio living con un sillón en forma de ele tapizado en ecocuero color mostaza claro, con base y apoyabrazos de madera marrón oscura. Un enorme televisor colgado de la pared, un sistema de sonido envolvente, un pequeño minibar donde tenía surtidas botellas de bebidas con una barra para servir, una biblioteca llena de libros y ¡voilà!, uno de sus lugares preferidos de la casa.

De lo que antes era | YA A LA VENTA FISICO/EBOOKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora