Jeremías 12:6

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"Y es que tu prueba será tan dura que hasta tus hermanos, tu propia familia, se pondrán en tu contra. ¡No confíes en ellos por más amables que sean las palabras que te dirijan!"

Jeremías 12:6

Dice una antigua historia que antes de la Creación, existían las bestias

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Dice una antigua historia que antes de la Creación, existían las bestias. Monstruos de inmenso poder que se peleaban en el vacío que ahora es la Tierra, disponiendo a su gusto de todo el espacio sin ocupar. Nacidas de las manos de Dios a partir de los residuos de energía cósmica cuando los planetas emergieron, cada una más convencida que la anterior de que podían dominarlo todo.

Una de las más grandes muestras del poder de Dios fue el retenerlas y vencerlas. Nadie, creyente o no, era capaz de oír esas historias sin maravillarse con su fuerza y valor.

Sólo que no fue Dios quien las capturó.

Bel todavía podía sentir el aliento caliente detrás de él, mientras sacudía sus alas lo más rápido que podía. El roce de los dientes y garras. El impulso desesperado de alejarse.

Los rugidos.

El dolor.

Despertaba gritando para darse cuenta de que sus alas estaban afuera de nuevo y golpearon los muebles en torno a la cama. Cubierto de sudor frío, temblando, jadeando, en un estado en que su mente no podía procesar la información del momento y lugar en que se encontraba.

La mesa de noche fue derribada por una de sus alas y esto lo hizo saltar para estar de pie en la cama, observando el lugar en que el mueble cayó, como si un enemigo hubiese entrado a la habitación.

Bel contempló el cuarto con ojos rojos y alarmados. Las cuatro alas se extendían desde su espalda hasta que tocaban el techo, suelo o paredes, sin poder estirarse a gusto, plumas de un profundo negro en las dos superiores y de un blanco impecable en las dos inferiores.

Esa alfombra con una imagen en perspectiva de una caída entre varios edificios era suya. La mesa de noche derribada, la cama de sábanas negras, eran suyas. Aquella habitación oscura, sin el menor rastro de peligro y en absoluto silencio después de que dejó de sacudir las alas, hizo que poco a poco se deshiciese de la tensión en los músculos.

Sus alas bajaron y Bel se frotó el centro del pecho con una mano, todavía intentando controlar su respiración.

El dolor agudo que sintió justo allí hizo que las piernas le fallaran y no pudiese regular su respiración como quería. Cayó sobre la cama, entre débiles quejidos, y se movió sobre manos y rodillas, buscando el aparato que tenía en la mesa de noche y que ahora estaba en alguna parte del suelo por su culpa.

Del borde del colchón cayó al piso sin gracia alguna, llevándose un golpe que le arrancó el aliento, y se arrastró como pudo con los brazos sobre la alfombra, hasta que el dolor en el centro del pecho se extendió a todo el tronco y tuvo que parar de mover los brazos si no quería añadir más punzadas.

Pereza (Pecados #5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora