18 de julio

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Querido diario:

Después que estuviéramos trabajando tan duro estos últimos meses, decidimos en tomarnos unas largas y muy merecidas vacaciones para poder reponer las energías que habíamos perdido, así que ni bien llegó el invierno comenzamos a empacar nuestro equipaje. Primero pensamos en irnos a otra ciudad para visitar lugares nuevos, pero segundos después nos dimos cuenta que tal vez eso no iba a ser la mejor idea, así que fuimos a la pequeña cabaña del bosque que habíamos comprado el invierno pasado.  Nosotros adorábamos ese lugar porque solo traía paz a nuestras vidas.

            Estaba tan agradecida a Dios, bueno, realmente a todos los dioses que se te puedan estar imaginando ahora mismo, de no haber ido a otra parte porque de lo contrario hubiese sufrido mucho. A la mañana siguiente de haber llegado al bosque, cuando me levanté de la cama a preparar un delicioso desayuno, comencé a sentir unos dolores terriblemente insoportables. Inmediatamente él me ayudó a juntar las cosas que iba a necesitar y me llevó en el auto al hospital más cercano.  Por suerte, de eso ya había pasado una semana entera. Ahora me encontraba de vuelta en la cabaña, mirando cómo Lena dormía en su cunita de mimbre. Mi bebé era tan chiquitita, tan frágil y tan pura.Estaba tan contenta de que ella sacara mis facciones y los hermosos ojos de su padre, aunque todos me decían que eso todavía era imposible de saber porque era una recién nacida.

            Tapé a Lena con la mantita que su abuela, o sea mi madre, le había tejido cuando se enteró que su primer nieto iba a ser niña. Luego busqué un abrigo en el armario y salí del cuarto. Di un recorrido por toda la casa y me di cuenta de que estábamos las dos sola, así que me senté en un sillón que estaba junto a un gran ventanal. Me puse a leer una de mis novelas favoritas de Jane Austen. 

            Lentamente, a medida que el sol se ocultaba en el horizonte, yo me iba quedando dormida.

            Un par de horas más tarde, cuando desperté de esa siesta que había tomado sin querer, noté que me encontraba tapada con una manta. Estiré el brazo para alcanzar mi teléfono celular, eran un poco más de las nueve de la noche y había recibido un mensaje de Tate. En el me comentaba que había aprobado con diez unos de los exámenes de la universidad. Sentí que el pecho se me inflaba de orgullo. Le contesté  que era la mejor noticia que me podía haber dado y que me sentía muy orgullosa de mi hermanito, también le pedí que saliera a festejarlo con nuestro padres. Luego dejé el móvil apoyado sobre el sillón y me levanté. De la nada escuché unos ruidos que venían del living, así que fui a ver que era. Y ahí estaba él, dándome la espalda mientras encendía la chimenea. Me quedé en silencio por un momento, porque aún no podía creer que me había casado con el hombre más maravilloso del mundo entero. Lo amaba tanto.

            Mi esposo se dio vuelta y con una gran sonrisa fue a mi encuentro. Me rodeó con esos brazos que no me cansaba de acariciar, y me susurró al oído que no me quiso despertar porque parecía un ángel. Me aparté un poco para posar mis labios sobre los suyos. Ahhh, esos labios aterciopelados que hacían que cada parte de mi despertara, delirara y se enamorara....

            Bueno, diario, eso fue lo que estaba soñando hasta que un ruido molesto me despertó. Una voz estaba llamándome.

            Me senté.

            —¡NIÑA, HASTA QUE POR FIN TE DIGNAS A CONECTARTE!

            Tuve que acercarme un poco a la computadora para poder ver quién era la persona que me estaba hablando por Skype, porque desde donde yo me encontraba sentada, no se llegaba a distinguir la imagen.

            —¿Fabiana? —pregunté, mientras me ponía mis lentes de lectura.

            Mi amiga que estaba del otro lado de la pantalla puso los ojos en blanco y me contestó con ironía.

Para secar tus LágrimasWhere stories live. Discover now