Capítulo cuatro
"Huir no es la mejor opción".
Celine.No comprendía nada. Estaba en un trance de shock. Nada de mi era capaz de responder. Mi cuerpo no sé movia y de mi boca no salían las palabras. Mis cuerdas vocales se habían quedado totalmente mudas y sin saber que decir.
¿Qué diablos era aquello?
¿Negocio? ¿Yo era un negocio?
—¿Casarme?
—Si. Eso dije, hija.
—¿Con Sebastián?
—Exacto.
—¿Pero como me puedes pedir eso?
—Tengo el derecho de hacerlo. Soy tu padre, Paulina.
—Mi respuesta es un rotundo No. No lo haré. No puedes obligarme.
No le di tiempo a decir más nada y me retiré del comedor sin probar mi desayuno. Otra vez no comía nada.
En me dio de unos de los pasillos de la grande casa me detuve sin saber a donde ir. Como siempre estaba huyendo. Respire profundo aún sin saber que pensar de todo lo dicho por mi padre.
¿Qué era todo aquello?
Aún estaba sin entender nada. La única palabra que se repetía en mi cabeza era negocio. Yo era un negocio. Eso fue lo único que mi padre me dejó claro. Retome mi camino nuevamente hacia el jardín de la casa. El día estaba nublado. No había rastro de sol por ningún lado.
Al llegar al jardín me senté en la hermosa hierba verde y quite mis zapatos.
No sabía que sentía por dentro. No sabía nada de mi. Solo era un cuerpo con todo su ser lleno de confusión y preguntas sin ser respondidas. Me tiré boca arriba en el la hierba y luego cerré mis ojos. Por un momento quise estar lejos. Estar en otro lugar lejos del caos que era mi vida. Pero, fuera a donde fuera sabia muy dentro de mi que el caos me perseguiría. Yo era el caos y de mi misma no podía huir por más que quisiera.
Mi cabeza dolía aún. El sonido de los pajaritos cantando me relajo y sin darme cuenta me quede profundamente dormida.
Dos horas después la voz de Josefina me despertó. Aquella estaba llamándome de manera desesperada. Sin saber que estaba pasando y aturdida me incorporé del suelo. No llegué a preguntar nada bien cuando ella me dijo asustada que iban a matar a mi padre si no hacia algo rápido. Que en su despacho se encontraban unos hombres, los mismos de la noche de mi fiesta. No dije nada como siempre y fui corriendo hacia donde se encontraba mi padre. Mi mente estaba en blanco. Al llegar a la oficina de mi padre me encontré a Sebastián Lombardo sentado muy cómodamente y mi padre rodeado por tres hombres en la silla detrás de su escritorio.
¿Qué demonios pasa aquí?—Pregunté calmada, o eso creí, llamando la atención de Sebastián quien me daba la espalda.—Me es un placer contar con tu presencia, hermosa. Acércate y mira a los ojos de tu padre. Este te dirá lo que está pasando.
—Padre.
—Padre mis huevos. Este hombre es todo menos un padre.
No dije nada. Decidí ignorar al hombre que de un momento a otro estaba frente a mi mirándome fríamente.