Cap.5

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'Hay algunas personas por las que vale la pena derretirse'.
— Frozen

Capítulo cinco

Acepto.—Dije sin más después de tanto tiempo en silencio.

Me encontraba frente a Sebastián. Este vestía de traje y yo llevaba puesto un maldito vestido blanco.

Habían pasado dos semanas después de que yo había aceptado la propuesta de mi padre. Mi padre logró salir aquel mismo día de la cárcel, una parte de mi estaba feliz de verlo, pero, otra estaba tan perdida al no saber que pasaría después de todo.

Lo único que sabía era que le iba a hacer la maldita vida imposible al hombre frente a mi. La dichosa boda siguió su transcurso y después el abogado terminó con decir "puede besar a la novia"  No me moví de mi lugar, no quería besarlo, pero, de momento a otro, él hombre que sostenía mi mano se encargó de unir nuestros labios en un beso delicado, como si yo fuese un lienzo en blanco, del cual tenía miedo manchar. El tiempo se detuvo para mi, mi cuerpo era un caos y a la misma vez estaba tenso, sentí asco de mi misma por todo aquello. El continuó besando mis labios, más yo no correspondi aquel y segundos después sentí un sabor salado en mi boca, había mordido los labios de Sebastián, tenía que buscar la forma de separarme de él. Estaba tan asustada de todo lo que estaba sintiendo. De resorte sentí como se separó de mi, y luego me miraba con gran enojo presente en sus ojos, una mancha pequeña de sangre estaba en su labio inferior y momento después presencié como se acercó mas a mi y asomo su boca hasta mi oído derecho.

—Maldita—Susurró con voz ronca.

Me acerqué a él, hasta el punto de quedar a centímetros de la piel de su cuello. Era mucho más pequeña que él de altura.
—Me ofendes, mi amor.—Dije sarcástica dejando un casto beso allí y rompiendo completamente nuestra cercanía. Me odiaba yo misma por lo que estaba haciendo, pero, más lo odiaba a él. Sentí nuevamente asco de mi al no poder controlar el caos de mi cuerpo con su cercanía.

Me alejé y empecé a caminar fuera de la oficina. La ceremonia se habia realizado en la oficina que hace dos semanas atrás yo había visitado, era algo pequeño. Solo firme unos papeles delante de Sebastián, mi padre y el abogado que hablaba un  pésimo italiano. No había fiesta, no había nada que festejar.

Ya en el vestíbulo perdida sin saber a dónde ir me mantuve de pie allí, aquella era mi segunda vez en ese lugar. Mire la sortija en mi mano, esta era hermosa, diamantes la decoraban, además de tener detalles que volvían loca a cualquier mujer, para mi sin embargo no era nada especial. Empecé a caminar por el lugar mirando todo con curiosidad, transcurrió unos segundos sentí la presencia de alguien, me volteé y mis ojos se encontraron con los de Sebastián, él me miraba con curiosidad.

—¿Te puedo ayudar en algo?—Preguntó desde su lugar.

Solo quería marcharme de allí.

—Quiero ir a mi habitación.—Dije con vos calmada. Por más que quisiera pelear con él, reclamarle o decirle lo mucho que lo odiaba, no tenía las fuerzas para hacerlo, estaba tan cansada.

El no dijo nada y solo se limitó a asentir con su cabeza, luego empezó a caminar subiendo las grandes escaleras en forma de terciopelo, yo sin saber que hacer me decidí por seguirlo. Caminamos por un gran pasillo lleno de cuadros en sus paredes blancas y una que otra puerta. Al llegar a una puerta él se detuvo un momento y luego abrió. Nos adentramos en el interior del lugar y era una habitación, cortinas blancas y sábanas blancas fueron los que me recibieron, allí todo era sin color. Mirando sorprendida y curiosa desde mi lugar estaba yo, cuando de repente escuché decir a Sebastián.

Érase una Vez Donde viven las historias. Descúbrelo ahora