Capítulo 10

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El doctor Martínez se restregó los ojos, soltó un bostezo y enfocó la mirada en el techo. "Doctor Martínez, a urgencias. Doctor Martínez, a urgencias", esa era la bendita voz que lo despertaba cada día. Le necesitaban, así que se puso de pie, quitándose de encima la manta con la que se había cubierto, la dobló en la silla, aquella que durante varios años le ha servido de cama.

—Te están llamando —dijo la doctora Herrera, acababa de abrir la puerta de la habitación, traía en mano una caja de donas y un café recién hecho—. No comparto, es mi primera comida en horas —dejó sus cosas en una mesa. Se quedó mirando el café por unos segundos.

—¿Pasa algo? —preguntó él, la mujer negó, le sonrió con dulzura.

—Solo estoy cansada —dijo ella, se deshizo la coleta y su cabello descansó sobre sus hombros—. Anda, ya vete —él se acercó y le dio un rápido beso en los labios, al que ella respondió poniendo una mano en su espalda y pegando un poco su cuerpo al de él.

—Mmm, ya me voy —dijo el hombre, sus cejas se unieron en un gesto de tristeza, quería estar con su esposa. Le dio un corto beso —. Descansa —sonrió hacia la famosa silla, la mujer soltó una suave risa—. Y cuidalo.

Ella asintió, y se acercó para acomodar la manta que cubría a la persona que yacía inconsciente en la cama. El doctor Martínez vio a su esposa por un instante más y salió corriendo hacia el área de urgencias, al llegar sus internos ya estaban atendiendo al paciente, quien tenía una herida menor que solo requería de unas cuantas puntadas. ¿Por eso le habían hablado? Era extraño, pues el que lo hubieran voceado debía significar que la persona por atender requería de atención inmediata y que se encontraba en estado grave. Sorpresivamente, al parecer fue un simple error.

Se pasó una mano por el rostro, le habría gustado dormir un poco más. Ahora que estaba despierto no tenía sentido volver para seguir descansando, cuando de cualquier modo su guardia daba inicio en menos de diez minutos. Decidió que aprovecharía el tiempo y volvería para estar un poco más con su esposa.

Caminó de regreso y pasó por la sala de espera, donde los familiares de sus pacientes descansaban. Al verlo le saludaron, ellos estaban acostumbrados a verle entrar y salir de la zona con frecuencia, abrió las puertas transparentes que daban acceso al pasillo donde se encontraban las habitaciones. Y entonces se quedó quieto. ¿Había visto bien?

La puerta se cerró detrás suyo. Él permaneció en su lugar. Sintió como si todo a su alrededor hubiese cobrado un color diferente, su cuerpo casi se había derrumbado ante la imagen. Así que tras salir de su estupor, se apresuró a regresar en sus pasos. La familia Muller Ruiz, ellos lo tenían.

—¿Doctor? —dijo el chico de ojos cafés, le habría gustado recordar su nombre, pero lo único que sabía era que es familiar de Clara Muller.

—Solo... —se esforzó por cambiar su expresión a una mucho más casual y alegre—. Es que creo que lo he visto antes, ¿puedo? —se acercó señalando el libro que Dominic había dejado en la mesa.

—Por supuesto, adelante —dijo Dom, se puso de pie y le extendió el libro. El doctor Martínez sintió que sus dedos temblaron cuando hicieron contacto con el objeto—. ¿También le gusta leer?

—¿Eh? Ah, sí —dijo, forzó una sonrisa. Dom no pasó eso por alto, pero tampoco le dio mucha importancia—. Leer, es... divertido. ¿Es tuyo? —no se atrevía a hojearlo.

—Es de mi hermana —dijo Dom, los orbes del doctor mostraban sorpresa y temor, intentó ocultarlo, pero falló de forma estrepitosa. Dom miró a su hermano, Kian estaba en el otro extremo de la estancia, hablando con Lucía, pero se paró y fue hacía él en cuanto vio que algo pasaba.

¡Estoy dentro! | Jasper HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora