Capítulo 22

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Afuera de la oficina del Doctor Martínez había silencio, únicamente interrumpido por los botones del teclado que su asistente presionaba, era un día tranquilo, y el hospital entero se encontraba en una inusual calma. Pero, dentro de la oficina, el ambiente era distinto en su totalidad. Cuatro adultos jóvenes, que se suponía deberían estar en la universidad a esas horas del día, y un médico, que debería de estar atendiendo asuntos de verdaderos adultos, conversaban al borde de un colapso nervioso.

—Ese maldito libro es el problema —dijo Kian. En el centro de la habitación, sobre una mesa, estaba el libro en cuestión. Los presentes lo miraban como si se tratara de una bomba, ninguno de ellos quería acercarse, ni mucho menos tocarlo—. Hay que quemarlo.

—Ajá, mejor espera a que descubramos cómo despertar a Clara y a los otros —dijo Dominic. Veía a Kian caminar de un lado a otro, parecía un león enjaulado. Sus ojos, ensombrecidos por las ojeras que desde hacía algunos días tenía, mostraban el temor y molestia que le generaba la situación. 

—Basta —dijo el doctor, caminó hasta Kian, lo tomó de los hombros y lo empujó hasta una silla. Cuando este intentó ponerse de pie, el hombre lo volvió a empujar—. Cálmate, niño. Explíquense. Porque hasta ahora lo único que hicieron fue entrar como locos a mi oficina, asustar a dos pacientes, asegurarme una reunión con el comité disciplinario y maldecir a ese libro —tuvo que tomarse unos segundos para relajarse—. ¿Descubrieron algo en los archivos?

David y Lucía habían sido los más tranquilos. La chica estaba sentada, lo mismo que el chico, y ambos observaban la escena sin decir nada, a estas alturas ya se habían acostumbrado a la actitud dramática de los hermanos Muller. Kian y Dominic se miraron el uno al otro, el primero de ellos le hizo un gesto con la cabeza para que fuera él quien le explicara todo al doctor, Dominic suspiró y se sentó también, dispuesto a hablar.

—Rastrear el libro no fue fácil, pero como ves, nos ayudó a encontrar a la nieta de uno de los anteriores lectores. Si no nos hubierás dado esos archivos jamás habríamos podido descubrir esto, mira —abrió un folder amarillo, comenzó a desplazar algunas hojas hasta encontrar la que estaba buscando—. ¡Aquí! ¿Lo ves?

—Todo eso ya lo sabíamos. Los pacientes presentaron la misma sintomatología, y fallecieron en un plazo de uno a cinco meses —dijo el doctor.

—No, eso no, las fechas —dijo él. Señaló los números, el doctor las leyó pero no encontró nada de especial en ellas. No parecían tener un patrón, ni nada por el estilo. Eran desde los años 1900 hasta la actualidad. Cuando Dominic vió el rostro confundido del médico hizo una mueca—. ¿No leyó los libros que le mande?

—Bueno, no —dijo Martínez—. Con que ustedes los leyeran bastaba.

—No puede ser —se quejó Dominic.

—Son novelas basura, no iba a leer sobre un romance entre un vampiro y una humana cuando tengo más de treinta pacientes a los que atender por día —se justificó, ni siquiera parecía arrepentido por no haber leído los libros. Suspiró—Ya, ya, mejor dime qué tienen de especial esas fechas.

╰☆☆╮

Billy Black sabía de la existencia de los vampiros gracias a las leyendas de la tribu, y los únicos a los que había visto en persona eran los Cullen. Carlisle siempre se preocupaba por mantener una relación cordial con los miembros Quileute, y era su actitud considerada lo que por un instante había llevado a Billy a olvidar lo peligrosos que podían ser en realidad. Ahora, viendo a la pequeña Clara Muller destrozada en la cama de un hospital, volvía a clavarse en su mente la noción de que los fríos son seres crueles que están en ese mundo para causar dolor y sufrimiento a los humanos. Y, por si la imagen de Clara no fuera suficiente, a un lado de la cama estaba el primer vampiro de ojos rojos que Billy había visto en su vida, Benjamín, un joven de tez morena que aunque intentaba mostrarse amable, no podía evitar provocar la incomodidad del anciano.

¡Estoy dentro! | Jasper HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora