Capítulo 10 '¿Estaré ignorando algo?'

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Aitana

Tomé un lago suspiro al sentarme al borde de mi cama, abrí la caja que Donna me había dado y observé con detenimiento las zapatillas de color verde. Eran hermosas, pero me preguntaba sí algún día yo podría lucirlas, era demasiado bruta para caminar que hasta con mis propias converse me tropezaba.

Sin pensarlo mucho, coloqué las lindas zapatillas en el suelo y me quité mis botas, recordando que la primera y última vez que había usado un tacón alto, fue cuando tenía al menos unos seis años, quería sentirme grande como mamá, inclusive, había una fotografía conmigo luciendo ridícula, pero adorable.

Acomodé mis pies dentro de ellas, lo mejor que pude, ya que eran realmente incómodas —Las modelos debían ser idolatradas tan sólo por el hecho de usarlas y hacer toda una pasarela con ellas—. Al ponerme de pie, mi cuerpo se tambaleó de un lado a otro hasta lograr mantener el equilibrio, suspiré con alivio y di mi primer paso hacia el espejo.

—Virgen del coral, ayúdame —murmuré al dar otro paso.

Me tardé una eternidad en llegar al espejo, pero ... valió la pena el sufrimiento de muerte en cada paso. Era increíble lo que un simple par de tacones le hacían a tu figura, aún creía que no iban con mi estilo, pero mentiría si dijera que no me agradaba lo que veía porque por muy raro que me pareciera, lucía como una verdadera mujer.

—Déjame ayudarte, hermana —el mocoso entró a mi habitación, y no con las mejores intenciones.
—Jessy, no, no te atrevas —le advertí.

Pero, ¿qué pasó después?

—Adiós, linda fisgona —sólo le bastó con un ligero empujón para hacerme perder el equilibrio.
—¡Ahhhhh! —solté un gran grito e intenté agarrarme de lo que pude.
—¡Ahhhhh! —gritó él cuando su cabello fue mi mejor opción.

Ambos caímos al piso y no perdí la oportunidad para atraparlo.

—¡Suéltame, paranoica!
—¡Ahora sí me las pagas, pequeña peste infernal! —me deshice de los tacones y me puse de pie, tomándolo de la oreja.
—Me duele, me duele —se quejó el llorón mientras lo llevaba al cuarto de baño.
—Ahora mismo vas a prometerme que bajarás mi video de Facebook y que jamás volverás a grabarme.
—¡Nunca!
—Entonces vas a beber el agua del retrete —lo obligué a arrodillarse frente a él. 
—¡No, no, no, espera! ¡Espera!
—Promételo.
—¡Vete al diablo, demente!
—Bien —empujé su cabeza.
—¡Papá! ¡Tu hija se volvió loca! ¡Papá!
—¡Promételo! —empujé más su cabeza para presionarlo.
—¡Lo prometo! ¡Lo prometo!

Mi corazón dio un pequeño vuelco al escuchar la risa de Tucker. Inmediatamente, solté al pequeño mocoso y me giré para observarlo. Estaba de pie en el umbral de la puerta y nos miraba divertido.

«Dios padre»

—¡Le diré a papá! —el enano salió enfadado del cuarto de baño—. ¡Y tú, deberías alejarte ahora mismo de esa paranoica! —le dijo a Tucker.
—Cállate —le murmuré antes de que se fuera, aunque rápidamente, bajé la mirada, sintiéndome avergonzada.

—Ustedes me recuerdan a cuando era niño y peleaba con mis amigos —comentó sin dejar de lado la diversión.
—Lo siento, qué vergüenza que hayas visto eso.

Iba a comenzar a morder mis uñas, pero el rostro de Donna apareció frente a mí y me contuve.

—¿Bromeas? —se acercó a mí—. Fue divertido.

Con delicadeza, tomó mi rostro entre sus manos y me besó, un beso que me hizo olvidarme de todo. Sus labios eran suaves, agradables al tacto y, el cálido calor de su lengua, provocaba que mis rodillas se volvieran débiles.

Aitana al acechoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora