Aitana
Mis lágrimas se habían secado de tanto llorar. Mi realidad me había nublado la vista y no era capaz de hacerle frente. Tucker, mi novio, el chico que alguna vez espié y con quién fantaseé muchas veces, me había secuestrado.
Su comportamiento en los últimos días había sido neutral, no hablaba conmigo, no me miraba a los ojos, era como si tuviera vergüenza de él mismo, sólo se limitaba a alimentarme en los horarios comunes. La última vez que había conversado con él, fue cuando me dijo que mataría a quien fuera que intentara alejarme de su lado, después de eso, me encadenó de la cintura para poder moverme con "libertad" por toda la habitación y cuarto de baño.
Yo no me había quejado y mucho menos me había negado a que lo hiciera, me sentía bastante débil como para siquiera tratar de hablar, aunque esa misma noche estaba dispuesta a romper el hielo. Le había estado dando vueltas al asunto y llegué a la conclusión de que si seguía su juego, podría ganarme su confianza y así, lograría escapar.
Extrañaba a mi familia, a Tobías, y el tan sólo imaginarme la angustia por la que estaban pasando, me rompía el corazón.
Con un suspiro, me levanté de la cama quedando sentada al borde de esta, ahí me mantuve por muchos minutos en espera de que Tucker llegara. Una vez que escuché los cerrojos siendo abiertos, mi cuerpo se estremeció con terror, los dedos de mis manos se aferraron al edredón y el nerviosismo se apoderó de mí. Había llegado la hora.
—Hola —dijo él, tomándome por sorpresa. Se suponía que debía ser yo quien rompería el hielo—. Te he traído la cena —se acercó a mí con una bandeja en manos.
Sin poder evitarlo, bajé la mirada, sintiéndome muy pequeña.
—Gracias —murmuré.
Tucker detuvo sus movimientos y aunque no podía verlo, sabía que también estaba sorprendido por mi actitud. Al dejar la bandeja sobre el mueble, se colocó en cuclillas frente a mí y alargó su brazo para tocar mi mejilla, pero debido al miedo que le tenía, me encogí de hombros, enviándole señales a mi cerebro para que mi cuerpo comenzara a temblar.
—No me temas —susurró—. No te haré daño.
No sé lo dije, pero sí pensé en que lo estaba haciendo al privarme de mi libertad.
—Yo sólo quiero que seas feliz a mi lado, Aitana —su mano por fin tocó mi mejilla y mi piel se erizó por completo.
Estaba aturdida, no sabía cómo describir aquella caricia. Una parte de mí la sentía ajena, escalofriante, pero mi lado débil comenzaba a sufrir del síndrome de Estocolmo. Recordé lo que en el pasado sus caricias me hacían sentir y un remolino de sentimientos me provocaron sollozar al instante.
—Te extraño demasiado —confesó.
Al paso de unos segundos, Tucker se sentó a mi lado, entrelazando sus dedos con los míos.
—Daría lo que fuera porque siguieramos como antes —continuó—. Porque no hubieras descubierto lo que había hecho.
—¿Por qué lo hiciste? —por fin lo miré—. ¿Por qué la secuestraste? —hablé con la voz en un hilo.
—No quería hacerlo … lo juro.
—Pero lo hiciste. ¿Tienes idea de cuánto debe estar sufriendo su familia? —comencé a elevar la voz—. ¿Tienes idea de cuánto debe estar sufriendo la mía?Cambié de tema. No quería hacerlo, pero la ira que sentía por estar secuestrada, comenzaba a hacerse presente.
—Ella me obligó a hacerlo —fruncí el ceño con incredulidad.
—Explícame cómo una persona te obliga a secuestrarla.
—La conocí al llegar al pueblo. Ella no es como tú, hermosa —volvió a acariciar mi mejilla—. Ella se entregó fácilmente a mí. La llevé a casa, pasamos la noche juntos y para mí eso sería todo, pero al amanecer, ella comenzó a husmear en mis pertenencias y desafortunadamente, vio cosas que no debía.
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Aitana al acecho
Teen FictionAitana creyó que espiar a su vecino no era un crimen y, en cierto punto, no lo era ... No era un crimen hasta que en verdad se volvió uno. Una linda pesadilla de la cual debía despertar antes de que todo se fuera al demonio.