𝟏. 𝑳𝒂 𝑵𝑶 𝑹𝒆𝒊𝒏𝒂 𝒅𝒆 𝑨𝒕𝒍𝒂𝒏𝒕𝒊𝒔

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Ash odiaba a su padre.

No había un solo momento de su vida que no se lo dijera a sí misma, como mil veces al día. Ese odio bullía en su interior día y noche, carcomiéndola por dentro, carbonizando su alma, esperando el ver a su padre de nuevo, sólo para explotar.

Nunca habían tenido una buena relación, empezando por el hecho de que ella, siendo la hija de dos sirenas, era una humana.

Verás, era un rollo muy complicado. Resultaba que Ash era un error genético. Como todos bien saben, las sirenas, al menos las más comunes, tienen mitad humana y mitad de pez, hecho que se refleja en su ADN. Ahora, los genes de Ash sólo habían reflejado la parte humana de sus padres, desechando por completo la parte de sirena, por lo que ahora, en vez de ser una hermosísima criatura marina tal como lo eran las sirenas, era una simple y común humana, sin una pizca de magia en sus venas.

Y sus padres se habían asqueado por completo al ella nacer. Habían procreado una criatura que no era nada parecida a ellos, y eso no podía ser.

Pero de acuerdo, vamos a decir que, en un hipotético caso, si no la querían, sus padres simplemente podrían haberla regalado a alguna familia humana y desaparecer de su vida. Pero no era tan simple como eso ya que, al Ash ser la hija de Tritón, rey supremo de Atlantis, y de una de sus cortesanas reales, pues no podían desaparecer así como así a la hija primogénita del rey y legítima heredera al trono.

Aunque de quien sí se deshizo Tritón fue de la madre de Ash, su amante. Le mandó a asesinar, creyendo que esa cosa humana que supuestamente era su hija era producto de una infidelidad hacia él. De un día para otro, la pobre sirena desapareció de la faz del mar, y nadie nunca más la pudo encontrar.

Poco tiempo después de matarla, los médicos del reino comprobaron que Ash sí era su hija de verdad. Nadie entendía cómo aquello podía ser posible, pero, como ya la noticia de su nacimiento se había esparcido por el reino, pues Tritón ya no podía matarla también para deshacerse de ella. Le daría muy mala fama si sus súbditos se enteraban de que su amado rey había asesinado a su hija. Así que, para desgracia de ambos, tuvo que quedársela, porque tampoco nadie en el reino quiso cuidarla, por ser humana.

Y obviamente el hecho de no poder deshacerse de ella generó el odio más profundo de su padre hacia ella. Ash ni siquiera entendía por qué. Que se lo reclamaran a la ciencia, no a ella. Ni siquiera había pedido nacer.

Desde ahí tanto su padre, como sus odiosos hermanos menores y todo el reino le hicieron la vida miserable, sólo por el hecho de ser la indigna humana que en un futuro los gobernaría. Sus hermanos le golpeaban constantemente, y sus burlas e insultos nunca acababan. Cuando caminaba por el pueblo, la gente no paraba de susurrar ruidosamente a sus espaldas, dejándole muy en claro que ella no pertenecía allí ni nunca lo haría. Su padre, al más mínimo desliz de obediencia, se encargaba de torturarla, azotando su espalda y brazos con un látigo, haciéndole cortes por todo el cuerpo, en especial las piernas, esas que a donde iba la seguían, como un recordatorio constante de lo que era. Un error.

Aun así, le coronaron princesa de Atlantis, le educaron sobre la historia del reino y leyes, preparándola para ser la reina, a pesar de que nadie quería que eso ocurriera...

Ahora, más o menos una década después, le resultaba una ironía que su padre, ese que le había ordenado estudiar hasta el cansancio en esos tiempos, era el mismo que ahora le impedía ascender al trono que por derecho le correspondía.

Ella no lograba comprenderlo. Hacía un año, aproximadamente, habían hecho un trato: apenas ella cumplir los dieciocho, su padre le entregaría el trono, así como la corona y el reino de Atlantis, para que ella lo gobernara a su gusto y capricho.

𝑳𝒂 𝑹𝒆𝒊𝒏𝒂 𝒅𝒆 𝑨𝒕𝒍𝒂𝒏𝒕𝒊𝒔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora