Capitulo uno.

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Cuando vi a Lena allí, parada frente al altar, la niebla de incertidumbre y dolor envolvió mi corazón. Todo a mi alrededor desapareció rápidamente como si nunca hubiera existido, dejándome sola en un mundo donde el amor y la felicidad eran meras ilusiones. Lena, con su semblante frío y distante, parecía una perfecta desconocida en su propio día de bodas. Su mirada hacia mí era poco expresiva, casi vacía, como si no tuviera alma o, peor aún, sentimientos hacia mí.

A cada paso que daba hacia el altar, el tiempo parecía deslizarse lentamente, como si se burlara de mi angustia y mis deseos de escapar. Sentí que cada segundo se estiraba interminablemente, prolongando el tormento de lo que estaba por venir.

Cuando finalmente llegó junto a mí, sentí sus manos heladas sobre las mías, lo que me hizo estremecer y encogerme por dentro. Era como si su toque gélido hubiera apagado cualquier fuego que alguna vez ardió entre nosotras. Y, por supuesto, ella lo notó, sonriendo con un dejo de orgullo y satisfacción en sus labios. Era como si disfrutara de mi incomodidad, de mi dolor.

Miré hacia adelante, obligada por la situación, y lo vi allí: el hombre con el que me iba a casar. Aquel hombre que Lena había elegido para mí sin tener en cuenta mis sentimientos simplemente le había cedido su lugar. Me iba a casar con ella, porque así lo había decidido a último momento, sin importar si eso era lo que yo deseaba o no.

Tragué saliva con dificultad después de verla firmar rápidamente el libro matrimonial, sintiendo cada gota de esperanza caer como un pesado peso en mi pecho. Por impulso, me volví hacia atrás, buscando un atisbo de apoyo o consuelo en los ojos de mis familiares. Pero ninguno de ellos estaba presente. Sentí como la soledad me envolvía, mientras que los suyos, los familiares de Lena, estaban allí, pero no aprobaban nuestra unión. Era como si el mundo entero conspirara en mi contra, como si estuviera condenada a vivir en esta jaula dorada de apariencias y desilusiones.

El juez, con una voz indiferente, pronunció las palabras que sellarían mi destino. "Puede besar a la novia". Lena, con una expresión triunfal en su rostro, tomó mi rostro con desdén y me dio un beso brusco, desprovisto de cualquier rastro de amor o ternura. Un beso que me dejó sin aliento, pero al que tuve que corresponder para mantener las apariencias. En ese momento, supe que mi vida con Lena estaría marcada por la frialdad y la ausencia de amor los próximos meses.

Habitación matrimonial.

Lena no dudó en quitarse la ropa frente a mí sin pena, por lo cual decidí hacer lo mismo. Sin embargo, aquello sí fue duro, me costó, así que ella no lo dudó y rompió mi vestido sin medir si aquello podía o no dañarme. Una vez en la misma sintonía, se puso de rodillas y besó mi vientre abultado. "Una vez que nazca, podrás largarte", pronunció, viéndome fijamente. "Pero si le ocurre algo, no solo tú lo pagarás sino cada alma de este mundo.”

La advertencia de Lena resonó en la habitación como un trueno, llenando el aire con una tensión palpable. El miedo se apoderó de mí, un frío escalofrío recorrió mi espalda. Intenté alejarme, pero Lena me sujetó con una fuerza sorprendente, sus ojos llenos de una determinación feroz.

"No puedes huir ahora", dijo con voz firme, "recuerda, este fue el trato que aceptaste. Terminar con la enemistad familiar... eso es lo que querías, ¿no?"

Sus palabras me golpearon como una bofetada. Sí, había aceptado el trato, pero nunca imaginé que las cosas llegarían a este punto. Sin embargo, no había vuelta atrás. La enemistad entre nuestras familias había durado demasiado tiempo, y yo había decidido ponerle fin, sin importar el costo. Pero ahora, frente a la realidad de la situación, no pude evitar sentir un nudo en el estómago. ¿Había hecho lo correcto? Solo el tiempo lo diría.

Meses después.

El día del parto llegó, y ella estaba allí junto a mi. Quería decir que aquello me alegraba sin embargo no era de aquel modo, sabía que su interés no se  debía a mi bienestar sino del bebé que venía en camino. Y eso dolía, era agridulce todo el momento cuando el momento estaba cerca tomo mi mano y me aseguró que no se iría, beso mi frente y mis labios como si aquello fuese real, que su amor por mi hubiese regresado pero ni bien el llanto de nuestro hijo se escuchó Lena volvió a ser la misma. Se alejo de mi y lo cargo con una enorme sonrisa genuina, estaba feliz por ser madre, tanto que salió a anunciar que había nacido y era un varón. Cuando pasaron las horas regreso, pero sin el, traía un vaso de whisky en las manos. - Hiciste un buen trabajo, está sano. Ahora sí lo deseas lárgate y has de cuenta que nunca ocurrió nada de esto.-

Con un esfuerzo sobrehumano, Kara se levantó de la cama. Cada fibra de su ser gritaba de dolor, pero ella se obligó a seguir adelante. Se arrastró lentamente hacia la puerta, apoyándose en las paredes y los muebles para mantenerse en pie. Podía sentir las miradas de todos sobre ella, penetrantes y frías, pero no se detuvo.

Lena estaba allí también, observándola desde la distancia. Su rostro era una máscara de indiferencia, pero sus ojos... había algo en sus ojos que Kara no podía descifrar. ¿Era remordimiento? ¿Pena? No lo sabía, y en ese momento, no le importaba.

Con cada paso que daba, la mansión se iba quedando atrás. Los murmullos y las risas se desvanecían, reemplazados por el silencio de la noche. Cuando finalmente llegó a la salida, se detuvo un momento para mirar atrás. La mansión, una vez su hogar, ahora no era más que un recuerdo doloroso.

Con un último suspiro, Kara salió al frío de la noche, dejando atrás todo lo que alguna vez conoció y amó. No sabía a dónde iría o qué haría, pero sabía que tenía que seguir adelante. Por ella, y por su hijo.

 Por ella, y por su hijo

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~ Amante del enemigo. ~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora