Capitulo cuatro.

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Después de todo lo que había ocurrido entre nosotras, siempre consideré que nunca volvería a verla, a ella, la mujer de la cual me enamoré. Sin embargo, cuando abrió la puerta, mi sorpresa fue otra. Por un instante, observé a esa mujer frente a mí. No sonreía como en los viejos tiempos al verme, pero sí tenía un pequeño brillo que no había visto anteriormente. Cuando pasé y cerró la puerta, me ofreció cenar. Accedí por cortesía y en la mesa se encontraban todos nuestros platillos favoritos. ¿Qué tramaba?, me preguntaba. El silencio no era incómodo, sin embargo, deseaba romperlo, así que así lo hice. Tomé su mano, un acto que la tomó por sorpresa, y después de sentir esa electricidad por todo mi cuerpo tras el toque, pregunté con voz baja, "¿Y ahora qué, Lena?". Ella solo me observó sin responder nada, eso realmente me inquietó. Así que, antes de que ella pudiera tomar la copa de vino que se encontraba en su mesa, se la arrebaté y sin ningún tipo de cuidado la rompí. Se hizo trizas, el cristal se esparció por el suelo y la bebida cayó de lleno en el piso. Ella abrió los ojos muy sorprendida por mi reacción. Volví a preguntar, "¿Y ahora qué?". Ella se levantó e inútilmente trató de avanzar, pues nuevamente tomé algo entre mis manos, esta vez su brazo, y la jalé hacia mi regazo. Al ser un golpe en seco, ella se quejó un poco por la brusquedad. Y ahora, frente a mí, tenía su rostro y por última vez pregunté, "¿Y ahora qué?". Ella solo acabó con la situación besándome. Lo hizo de una forma en la que era imposible siquiera considerar olvidarlo, tan suave, tan delicado.

No me negué, correspondí el beso. Antes de que nos diéramos cuenta, nos encontrábamos quitándonos la ropa, desprendiendo los botones, el cinturón, quitando el sostén de la otra. No sabía qué ocurría, tampoco me interesaba y no me preocupaba detener la situación. Ambas sabíamos que eso era lo que queríamos, sentir a la otra, buscar algún rastro de lo que fuimos. Y por fin, cuando caímos en el sofá, ahí estaba la Lena sonriente, la que reía cuando mis labios se posaban en su cuello, haciéndole una suave caricia, un cosquilleo que le causaba una risa encantadora.

Verla así, fue una mezcla de emociones. Por un lado, sentí alivio al ver esa sonrisa familiar, esa risa encantadora que siempre me había cautivado. Por otro lado, también sentí una punzada de nostalgia, recordando los buenos tiempos que compartimos juntas. Pero sobre todo, sentí esperanza. Esperanza de que, a pesar de todo lo que habíamos pasado, todavía había una chispa entre nosotras, un vínculo que no se había roto del todo.

Cuando ella volvió a besarme, cuando me atrajo más hacia ella, me perdí. Me perdí en besos y caricias, entre gemidos que hacían eco en las paredes. Descendí por su cuerpo, besando cada parte como si el mañana no existiera. Marqué su piel para que notara al despertar que aquello no había sido un sueño, que ella había vuelto a ser mía, solo mía. Y cuando por fin me encontré de rodillas, ella sonrió divertida, tomó mi mano y me indicó lo que quería. La complací, lo hice hasta sentir su satisfacción en mi boca.

Cuando me levanté del suelo, ella me atrajo hacia su regazo. Al igual que en nuestra primera vez, fue delicada al entrar dentro de mí, sosteniendo mi cintura e indicándome el ritmo. Así, nos volvimos a unir, volvimos a hacer el amor. Sentía cómo cada minuto ella avanzaba con un ritmo más intenso, abriéndose paso, haciéndome sentir el mismo placer que yo le había proporcionado minutos antes. Y cuando por fin me sentía en el clímax, ella llegó. Se desbordó dentro de mí mientras su boca se posaba en mi pecho, dejando un rastro de besos que se sentían como marcas de fuego en mi piel.

 Se desbordó dentro de mí mientras su boca se posaba en mi pecho, dejando un rastro de besos que se sentían como marcas de fuego en mi piel

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~ Amante del enemigo. ~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora