2. Carpe diem

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Sam.

A la mañana siguiente Alex y yo nos preparamos para nuestro primer día de clases.

—¡Alex date prisa! —grité aporreando la puerta del baño— ¡Yo también tengo que ducharme!

—¡Qué ya voy! —dijo antes de salir del baño envuelta en una toalla.

Me metí rápidamente a la ducha y abrí la mampara dejando caer el agua caliente sobre mis hombros.

No había dejado de pensar en él.
Sus ojos. Su sonrisa. Todo volvía a mi mente cada vez que cerraba los ojos.

Salí de la ducha y me encontré con Alex ya vestida y preparando las cosas para nuestras "clases". Ya que no eran exactamente clases porque no podíamos asistir a las de verdad.

Opté por vestirme con unos pantalones vaqueros anchos azul oscuro y por una camisa blanca. Alex llevaba unos pantalones como los míos y una camisa negra ancha que probablemente fuera de papá.

Y hablando del rey de Roma.

Papá llamó a la puerta y Alex le abrió con pereza.

—¿Esa camisa es mia? —preguntó cuando la abrió.

—Si nunca te la pones y la ibas a dejar abandonada en Londres —se excusó ella.

—Bueno, ¿estáis listas?

—¿Para qué? —dije—. Si no tienes ninguna clase hasta dentro de dos o tres horas.

—Ya, pero yo os daré clase —respondió—. Así podréis darles una paliza a los chicos en mi clase.

Alex sonrió, indicando que le gustaba la idea.

—¿Qué clase toca ahora?, profesor —bromeó Alex.

—Latín.

—Perfecto —dije agarrando los libros de latín.

•••

Alex.

Las horas pasaron y la clase de literatura llegó al fin.

Sam y yo esperábamos en la puerta del profesor junto a mi padre para que todos los alumnos entraran.
No hay palabras que describan mi decepción y la emoción de Sam cuando vimos a Dalton y Meeks entrar a la clase.

Papá entró al aula silbando y provocó que todos los alumnos guardaran silencio. Paseó silbando por el aula y salió por la puerta por la que los estudiantes habían entrado.

—Vamos —les dijo asomándose por la puerta.

Los muchachos vacilaron sin saber que hacer.
Así que Sam y yo decidimos intervenir.

—¿Sois sordos o qué? —les dije asomando mi cabeza por la puerta.

—Venga —insistió Sam imitando mi acción.

Casi pude ver la sonrisa de Dalton mientras se levantaba de su asiento y se dirigía a seguir a mi padre. Todos los chicos hicieron lo mismo.

Sam me miró como si me pidiera permiso para hacer algo. Luego me di cuenta de que Meeks acababa de salir del aula.

—Anda, tira con tu novio —le dije empujándola en su dirección.

Él, al percatarse de su presencia, se le acercó con una sonrisa y ambos se alejaron hablando animadamente con otro chico.

—Me alegra verla, señorita Keating —dijo una voz reconocible y burlona a mi espalda.

𝒟𝑒𝒶𝒹 𝒫𝑜𝑒𝓉𝓈 𝒮𝑜𝒸𝒾𝑒𝓉𝓎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora