Capítulo 7

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Por un momento no se movió. Sus ojos esperaban respuestas de ella. Jennie no tenía respuestas que darle.
-Lo que quieras -se sentó.
Jennie tiró de ella y la volvió a tumbar.

-Hay más.

Lisa le apartó el cabello de la cara y le acarició una mejilla.

-Te lo repito: lo que quieras -sonrió provocadora-. Y lo digo en sentido literal.

La recorrió con la mirada y reparó en el abultamiento de los pantalones. Se le cerró el estómago con un miedo irracional. No lo permitiría. Era Lisa. Lisa, que jamás le haría daño.

La tailandesa le agarró de la barbilla hasta hacer que la mirara a los ojos.

-¿Qué problema hay?
-Ninguno. Todo está bien -susurró-. Es... bueno -se inclinó más cerca de Lisa.

Olía tan bien, a limpio, a perfume. El temor casi desapareció.

La besó suavemente en los labios disfrutando del tacto de su boca que apenas rozaba, saboreando la sutil caricia. Le dijo en un susurro:

-Después de que te desnudes, te tumbarás. Me... dejarás tocarte. Me dejarás hacerte lo que quieras. Pero tú no debes tocarme. Debes... dejarme ser la jefa de tu cuerpo. Déjame marcar el ritmo y hacer las caricias.
-Jennie... -la miró a los ojos.
-¿Te... parece bien? ¿Lo harás?
-Claro que lo haré. Y está mejor que bien para mí. Sólo que hace un minuto parecías tan asustada.
-No tengo miedo -dijo demasiado a la defensiva, así que lo repitió más flojo-: No tengo miedo, de verdad.
-¿Estás segura de que es esto lo que quieres?
-Estoy segura. Por favor. ¿Lo harás por mí?
-Sí -la miró tranquila.

Jennie se inclinó y volvió a besarla.
-Gracias -se retiró a un extremo de la cama, se puso de rodillas y la miró - Desnúdate.

Lisa se levantó. Se quitó todo con deliberada lentitud. Se sentó para quitarse los zapatos y los calcetines. Jennie la contempló disfrutando de su cuerpo.

Desnuda, se levantó y se volvió hacia ella. Sus miradas se encontraron por un instante. Y después la tailandesa miró hacia abajo, esperando, dejando que Jennie la mirara.

Y Jennie miró. Sus anchos hombros, su tonificado pecho, tan limpia marcada, un lunar entre el cuello y la clavícula, lunares pequeños en diferentes partes, su mirada bajaba hasta el vientre señalando como una flecha su excitado sexo.

Ella admiraba algo más que su cuerpo. Admiraba su corazón. El corazón tan grande que tenía. Y lo buena persona que era. Una dama tan especial que no tenía nada que demostrar. Tan sincera que la dejaba llevar las riendas, dar las órdenes, ser la jefa.
Se levantó y apartó las mantas.

-Por favor -dijo dando una palmada en su almohada-. Túmbate ahora. Lisa hizo lo que le pedía y se tumbó con los brazos y las piernas estirados.
-No... me busques, por favor. Deja que te toque yo.
-Vale.
-Y no digas nada.

Asintió.

Jennie volvió a la cama y se arrodilló a su lado. Aún llevaba el camisón y no tenía intención de quitárselo. Esa vez no.

Su erección la amenazaba, parecía algo peligroso. Quería tocarla, rodearla con sus manos, para demostrar que no le haría daño, para descubrir que, al conquistar su sexualidad, volvía a confiar en su condición de mujer completa.

Y aun así... No. Más tarde. Lisa había sido paciente, ella lo sería.

Se estiró por encima de su cuerpo, las piernas presionaban los músculos de su cintura, y abrió el cajón de la mesilla. Sabía que la miraba, que veía el modo en que el camisón se ceñía sobre sus pechos, que deseaba tocarlos. Lo sabía por lo entrecortado de su respiración, por el modo en que su erección crecía aún más.

Unión sin amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora