Sorbet

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Extra

Todavía tenía dieciséis cuando el divorcio se llevó a cabo. Lo recordaba con exactitud porque ocurrió el mismo día en que fue a la heladería por primera vez. 

Para entonces, hacía tiempo que se habían mudado a una casa más pequeña y rentable. Poco más de año y medio desde la separación de ambos adultos que le tomó por sorpresa. 

Las cosas cambiaron drásticamente de un momento a otro. Su madre consiguió un empleo como profesora de piano de tiempo completo mientras Adrien tuvo que ir a la escuela por primera vez en su vida. 

Si bien aquello no le molestó, todavía le intimidaba un poco tratar con personas sin parecer estúpido o demasiado privilegiado. 

Ambos tuvieron que sobrellevar aquella nueva vida en la que no les quedó más que apoyarse en el otro para salir adelante. Sí, aún recibían dinero por parte de su padre, pero ni un atisbo de él en su día a día aunque su madre jamás le prohibió verlo. 

De algún modo, Adrien se acostumbró a la nueva monotonía que se formó de inmediato. Despertar, ir a la escuela, volver a casa, comer, hacer sus deberes, conversar con su madre luego del trabajo y dormir, era la rutina que se autoimpuso para no causarle más problemas a la mujer. 

Misma rutina que tuvo un ligero cambio aquel día de los trámites del divorcio. 

Fue un fin de semana en el que, tras varias largas por parte de su padre, finalmente firmó los papeles que confirmaban su separación. 

Emilie le llevó con ella al lugar de trabajo de Gabriel, donde Nathalie les entregó los documentos en una carpeta. Ni siquiera en ese momento el hombre se presentó ante ellos y Adrien notó la incomodidad así como la tristeza de Nathalie al recibirlos. 

Su madre le dio algunas palabras de aliento a la mujer, agradeciéndole por todo lo que había hecho por ellos hasta entonces. Les vio abrazarse y casi juró que vio a Nathalie llorar tras la despedida. 

Fue en ese instante que Adrien comprendió que todo era real. Que sus padres no volverían a estar juntos y su vida no sería la misma. 

Un nudo se formó en su garganta ante la asimilación del hecho. 

No entendía como esa escena entre ambas mujeres le causó más tristeza que el propio divorcio. La congoja le invadió por alguna razón y Emilie le vio echarse a llorar luego de salir del recinto. 

—Está bien, está bien. Llora todo lo que quieras, cariño. No te reprimas —le comunicó a la vez que le abrazaba y acariciaba su espalda con cuidado. 

Adrien continuó llorando tras eso. Sintiéndose como un niño pequeño en brazos de su madre. 

Lo siguiente que recordaba era que Emilie le guio hacia una heladería cercana sin soltar su mano. Ella le habló como cuando era un niño, prometiéndole un helado luego de un suceso triste o trágico, igual que cuando le llevó al dentista por primera vez. 

La campana del lugar sonó, atrayendo la atención del par de chicos que se encontraban en el mostrador frente a una fila de clientes. 

La mujer no se formó de inmediato, sino que condujo a Adrien a una de las mesas más alejadas para esperar a que la fila disminuyera. El rubio siguió lloriqueando en silencio al tiempo que su madre le limpiaba las lágrimas con una servilleta. 

—Lo siento —musitó bajo—. No sé por qué me he puesto así. 

Ella amplió su sonrisa antes de acercarse a besarle la frente. 

—No tienes que disculparte. Te has estado conteniendo todo este tiempo por mí, pero no tienes que hacerlo, ¿okey? Lo más importante para mí eres tú y ahora sólo nos tenemos el uno al otro. 

Ice cream shop (Lukadrien)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora