Ten: Selfesteem

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Nunca antes había tenido tanto miedo por otra persona. No una que se atrevió a besarlo con tanta delicadeza y desespero simultaneo, no quien fue a su casa a pedir su mano, no a quien tenía tanto miedo de deshonrar y que incluso tras haberlo hecho y encontrarse asquerosamente mojado, lo besó con tal dulzura de naturaleza familiar.

—¿Qué dices? No voy a dejarte, eres mi flor, te he estado buscando toda mi vida, todo el mundo está buscándote, no puedo dejarte aquí cuando eres mi completa responsabilidad, no me hagas esto.

—No lo entiendes, estás en peligro.

—Eres tú el que está en peligro, llevas dos días sin comer cosa alguna, el corset debe molestarte tanto, tengo que llevarte a un médico pronto—mira abajo, revisando su cuerpo por quien sabe que motivo, pero no toca nada. —¿Puedes caminar? Déjame llevarte a casa, por lo menos.

Sólo intenta ser un buen prometido.

Cuando coloca ambas manos bajo sus piernas una fuerza extraña atraviesa su cuerpo y lo impacta contra el suelo frío.

—¡Vete! —Grita a la nada y el escalofrío que lo aborda es extracorpóreo. —Este no era el trato, él no tiene nada qué ver con esto, entiéndelo.

Me prometiste una vida, pediste mi mano—susurra el viento con violencia.

—¡No, no era la tuya, era la de él! —Donghyuck se arrastra despavorido, frente a Mark que trata de tomarlo por la cintura y llevarlo junto a él. —¡La vida no funciona así! Nadie nunca obtiene lo que quiere, ya no tienes la tuya, deja de exigirle a otros ayudarte, no me estás amando. ¡Sólo estás obsesionado con mi vida!

Quítate, Donghyuck, sabes que yo soy tu único futuro, soy tu única opción, nadie va a amarte como yo lo hago, yo soy el único que puede comprender cómo se siente ser tú, déjame hacerlo—su piel se eriza, es un grito del aire, muy agudo que resalta el pánico, tanto en la voz como en los oyentes.

—Vámonos, deja de luchar contra la nada, Haechannie—alienta Mark tratando de pararse. —Está bien, aquí estoy, estamos bien, cariño.

Entonces, el silencio reina, las hojas ha no crujen con fiereza, los árboles duermen, la lluvia se agota, Donghyuck respira.

Lo ha llamado solecito pleno, como lo llamaban cuando era niño, porque el sol hace crecer a los girasoles y porque los girasoles siempre miran al sol, como madre e hijo, como él y su madre. Le ha dicho cariño, como si realmente lo sintiera, Mark continúa con sus rezos:

—Sé que es difícil, pero prometo que voy a amarte, no tienes que amarme de vuelta, sé que no me conoces, sólo déjame decirte esto, realmente siento que puedo ser yo cuando te veo, también sé que no me has visto, que debes pensar que soy un completo loco, un demente de veintiún años que está arriesgando todo por un poco de tu voz. Por favor, déjame enseñarte a quererte a ti mismo.

No, no puedes.

Mark traga saliva y se levanta por completo, su pecho se hincha con valentía y Donghyuck cree que ha escuchado a Sungchan, pero luego vuelve cerca y se arrodilla.

—Lee Donghyuck, ¿te gustaría casarte conmigo? —Desliza de su solapa una bonita azucena blanca y la extiende con sinceridad para que Donghyuck la resguarde entre sus dedos amables. Es increíble que siga conservando su flor de nacimiento. —No quiero que temas, así que me entrego a ti, tampoco tienes que recibirme ahora, pero me gustaría que lo consideraras en la comodidad de tu hogar.

Luego atrapa su mano, Mark es cálido, no frío como Sungchan que sigue a sus espaldas. Se permite recibir un abrazo, incluso cuando el rostro del otro parece tan adolorido, experimentando por segunda vez un dolor tan profundo.

—Lo siento.

—No tienes que pedir disculpas, todo está bien, cariño.

Donghyuck sabe que no le pide disculpas al hombre a su lado, sino a Sungchan que tiene rostro impávido, como si el dolor no dejara que sus expresiones salieran a flote, una flor bien marchita que nada expresa.

—Debes descansar—responde con dolor.

¿Cómo lo haré si no me han olvidado? —Hay una mano sobre su pecho, rastreando la fisura que un amor pasado le causó, duele.

—Yo no puedo amarte—articula sin soltar a Mark. Llora, encontrando refugio en un abrazo fuerte y que no lo deja quebrarse en absoluto, que lo sostiene si se siente débil y que poco a poco alimenta su paz colocando sus labios sobre sus mejillas, no dejando que las lágrimas lleguen al suelo.

—Tú también lo necesitas, termina de llorar y te llevaré de vuelta—murmura inocente contra su piel. No hay segundas intenciones. Quiere su calma. —Tu madre está desconsolada, no tienes que regresar al bosque a buscar acogimiento, siempre puedes acudir a mí, no como un amante, como un amigo.

Su madre, eso es diferente. ¿Ella lo querrá a él o el dinero que puede traerle su matrimonio?

—¿Mark? —Busca en voz alta.

—No puedo hacer nada.

—¿Padre? —Trata de no separarse con violencia de Donghyuck, lo que complica mirar al sacerdote, inmediatamente el menor se aparta y esconde detrás, entre el amor y la muerte. —¿Qué hace aquí?

El hombre con túnica trae un ramo de claveles blancos en la mano y luce apenado en cuanto se acerca, sigue siendo madrugada, es extraño que alguien tan recatado aparezca en medio de la nada en tales horarios.

Taro—aspira Sungchan y la guirnalda cobra sentido.

—No te ha olvidado.

—¿Disculpa?

Cuando regresa la mirada, a ese tronco frente a las gipsofilias, sin pisarlas, más bien un lugar para admirar, bien puesto y que parece no haberse removido en años, junto a más pétalos que no pertenecen a Donghyuck; escucha un corazón latir con impaciencia, pero no es el suyo.

—Sungchan. Sungchan sigue aquí. —El sonrojo del padre resalta entre la bruma.

—Eso me gusta creer, gracias.

—No puedes hacerle esto a él, sabes lo que se siente—responde en dirección al difunto que se aparta y camina a un costado del hombre mayor. —Te lo ruego.

Realmente te amo, pero no eres mío—le cantan las hojas con fervor recorriendo su piel.

—Haechannie, tienes fiebre, vamos a casa, por favor.

Sabe que deben estar mirándolo como un completo demente, no le importa, necesita sacar el cuerpo de un muerto de su mente o sentirá la culpa de por vida.

Es empujado poco a poco y lo sigue porque sabe que Sungchan necesita un momento de privacidad, después de tantos años sabe que sigue vivo en favor de Shotaro, de su amor eterno y, Haechan comprende que el amor sí existe, tal vez no pueda abrazarlo por el momento, ni palparlo por la eternidad.

Sin embargo, cuando la lluvia empapa a los desafortunados en el funeral del pastor del pueblo y el viento empuja las popas, Donghyuck sabe que está bien, que el amor puede esperar, porque surge sin previo aviso, sale del suelo en un abrazo y da frutos mientras está sentado tocando el piano y un beso húmedo se posa con gracia en su sien, recogiendo una gardenia blanca que brotó directamente de su corazón.

—Creo que, después de dos años, realmente quiero casarme contigo. Me cansé de fingir que estoy casado cuando no lo estoy.

—Con este anillo, te pido que seas mío—dice Mark con un clavel blanco entre los dedos, como si estuviera preparado para ese momento.

O más bien, esperándolo con ansias.

—Acepto.

Si hay amor en tu vida, nada te faltará.

FIN

LIMERENCIA [MARKHYUCK x 2CHAN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora