Prólogo

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Cuando se alistó para esto, realmente no lo pensó muy bien.

A falta de dinero, necesitaba urgentemente encontrar un trabajo. Escuchó que solicitaban personal para un barco mercader y como tenía algo de experiencia por ayudar en barcos pesqueros, no lo pensó dos veces. Pero claro, los barcos de pesca solían irse algunos días cuando mucho, los de mercancía, casi el mes. Fue física y emocionalmente agotador, especialmente porque a pocas millas de llegar a casa, se había desatado una monstruosa tormenta

Estaba empapado hasta los huesos y juraba que sus manos estarían en carne viva por sostener y atar las cuerdas, encima tener que mantener el equilibrio en un piso resbaloso qué se movía constantemente por el brutal sacudir de las olas y la escasa visión qué la lluvia en la cara le provocaba.

Oían qué sus compañeros gritaban, pero no podía escuchar lo que decían, pues solo podía escuchar el crepitar de la lluvia clavarse en la madera del barco, el aullido del viento y los ensordecedores truenos.

Su escasa suerte se acabo cuando frente a ellos tenían una enorme ola a punto de golpear el barco.

-¡SUJETENSE!- Logró escuchar gritar al capitán.

Crowley solo pudo atinar a sujetarse del mástil, que era lo que tenia más cerca. Más pronto que tarde, sintió como el agua lo golpeó, casi como si la misma naturaleza deseara su muerte. Sus cansados y dolidos dedos se aferraron al poste de madera, literalmente, como si su vida dependiera de ello.

Cerró los ojos y solo escuchaba como el resto de la tripulación gritaba.

-¡AYUDA! ¡NO!- Era la voz del primer amigo, por así decirlo, que había hecho cuando se embarcó.  Abrió los ojos y este se encontraba deslizándose sin ton ni son por la cubierta.

Soltó una de sus manos para tomar la de su amigo, pero estaban tan resbaloso y el suelo de la cubierta era comparable con el del mismo océano. Nadie supo como pasó, ni el mismo Crowley, pero de un momento a otro, de entre estar sujeto al mástil y a su amigo, paso a patinar con su cuerpo por toda la cubierta sin saber donde era arriba y donde era abajo, sintió un fuerte golpe en el costado de su cadera, y antes de preguntar con que diablos había golpeado, se encontraba volando por los aires hasta que aterrizó en el oscuro mar.

Vaya, tan patética e intrascendente había sido su vida, y aun así lamentaba que todo terminara aquí. ¿De cuantas cosas se arrepentía? ¿De cuantas no? ¿Qué cosas le quedaban pendientes por hacer? Solo Dios y el Diablo sabrían.


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Por lo regular las selkies se refugiaban en cuevas submarinas, a diferencia de sus primos salvajes que se aglomeraban en la costa durante una tormenta. Esto porque eran más precavidas a la hora de exponerse en la superficie.

Aziraphale estaba bastante lejos de la cueva más próxima, esperando que varios de sus hermanos y hermanas estuvieran ahí también, no quería pasar la tormenta solo, cuando de repente, diviso una extraña maraña roja, que al acercarse, pudo ver que se trataba del cabello de un humano, que se hundía sin piedad en aquellas aguas.


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El Mar y la Tierra [Good Omens]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora