Douakaza

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Akaza, un joven que trabajaba en una florería en sus tiempos libres y daba clases de artes marciales se encontraba mirando por la ventana de su departamento.

Era invierno y nevaba de vez en cuando,
aquella noche había estado nevando así que a la mañana siguiente tomó  sus cosas y se dirigió a un pequeño lago donde algunos disfrutaban pasar tiempo en familia y patinar cuando se congelaba el agua.

Había caminado un poco llegando a un lugar alejado donde dejó sus cosas e inició a intentar patinar, con algo de éxito se alejó un poco de sus cosas, de hecho mirando a su alrededor se dio cuenta que ya no había nadie cerca. Se sintió un poco aturdido y poco tiempo después, gracias a un movimiento brusco el fino hielo que yacía a sus pies se quebró haciéndolo caer al agua siendo incapaz de moverse gracias a las bajas temperaturas que el agua ofrecía.

Se desmayó

Un dolor punzante en todo su cuerpo lo hizo reaccionar, abrió sus ojos agitado encontrándose en plena noche, abajo de un árbol algo cerca de una cálida fogata. Temblando se aferró a una tipo túnica roja con detalles negros que cubría gran parte de su cuerpo e inició a caminar rumbo a aquel calor que tanto necesitaba.

Unas manos sujetaron sus hombros y lo ayudaron a llegar a su destino, se volteó para ver a aquella persona, un hombre/muchacho rubio de interesantes ojos se encontraba ahora a su lado.

Sin esperar nada sus ojos volvían a cerrarse, entonces el contrario le dirigió la palabra. Fue irritante escuchar su tono de voz, era como si se estuviera burlando de él, aún así se dispuso a escuchar.

-Una desgracia-tomaba el brazo del peli rosado el cual estaba morado de la poca circulación de sangre que  en éste había.

-Quién diría que tan bella damisela se vea atrapada en esta situación- tomaba a Akaza de los hombros y lo arrullaba junto a él

-¿Damisela?- Logró articular con la voz temblorosa y baja.

-Vaya, pensé que habías muerto ya-

¿Qué clase de psicópata se quedaría junto a un cadáver si ese fuera el caso? Se preguntaba mentalmente, ese hombre desprendía un gran olor a sangre y Akaza no sabía si era porque él mismo estuviera congelado pero aquel hombre también se sentía frío. Siempre había escuchado rumores e historias de los dichosos demonios mas nunca las había creído del todo.

-¿Demonio?- quiso haber preguntado "¿Eres un demonio?" pero su condición no le permitía decir más de una palabra.

-Así es, ¿cuál es su nombre? Soy Douma- creó una corona de flores cristalinas que puso a la vista del de ojos rosados para después ponérsela al no demonio. Akaza lograba distinguir sus risas, se estaba burlando de él.

No le quedaba nada por hacer, si aquel ser no lo mataba moriría de alguna hipotermia o algo así -Akaza- miraba el horizonte, era una bella vista, si iba a ser lo último que miraría se conformaba.

-Akaza-dono entonces, estás de mala suerte, no como hombres- Todo este tiempo había estado manoseando su cuerpo y Akaza por todo el entumecimiento no había sentido nada, al parecer el calor de la fogata lo estaba ayudando e inició a sentir todas las caricias que le daba.

-Al principio pensé que eras una dama, tienes unas tetas impresionantes- seguía.

Akaza estaba avergonzado y enojado, estaba iniciando a sentir su cuerpo, no le dolía, llevaban más de dos horas así. Por el contrario el rubio de atrás suya se reía por lo bajo ante los escalofríos gracias al frío y exitación del de cabellos rosados.

Iniciaba a aumentar el calor en los pantalones del de ojos amarillos.

-supongo que es hora- se levantó tirando al suelo a quien estaba sentado en su regazo segundos antes, antes de que cayera a la fría nieve lo cargó e inició a dar saltos largos hacia una casa que parecía de alguna familia rica. Fue al patio trasero y sin hacer ruido entraron por la ventana encontrando a una chica de cabellos morados y negros mirándolos fijamente con el seño algo fruncido.

Su enojo se convirtió en curiosidad y algo de preocupación al ver al acompañante del rubio, hizo que el más alto lo colocara en la cama para después rebuscar entre sus cajones algunas jeringas y medicamentos  los cuales fueron aplicados a un tembloroso akaza el cual se vio envuelto por el sueño y volvió a dormir.

-¿Qué le hiciste?- la chica miró con desagrado a su acompañante el cual seguía mirando con morbo al chico dormido.

-Descongelarlo- sonrió.


Años después, cada invierno de esos fríos días al llegar del trabajo se convirtió en una rutina diaria encontrar algún detalle de hielo a dónde fuera que fuera. Era irritante la voz de aquel idiota pues lo acompañaba todas las noches, pero las maravillas que le obsequiaba lo derretían.

Habían empezado a salir por algunos años convirtiéndose en una parejita melosa. Mas bien, el cariñoso siempre es Douma y Akaza le correspondía como podía.

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-Quiero estar toda la eternidad contigo- dijo un sonrojado Akaza que era "devorado" por el rubio que tenía por pareja.

-Conviértete en demonio- proclamó el contrario.















En aquella pequeña ciudad se sigue contando la leyenda de dos almas que siguen vagando por aquel lago congelado en los inviernos, si logras estar en su lugar más oculto, donde la luna es más resplandeciente y el paisaje luce tan irrealista podrás observar a una bella pareja cerca del calor de una fogata.





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