Las emociones y los sentimientos no deberían influir en la toma de decisiones; por muy cuerda, inteligente y serena que sea una persona, cuando es impulsado por el calor del momento, es impredecible e irracional. Como en esos momentos, donde Takemichi debió pensarlo con la cabeza fría, antes de dejarse llevar por Mikey, ese tonto y berrinchudo chico que volcaba su mundo impresionantemente.
Entre los besos húmedos y toques descuidados, Takemichi desnudó a Mikey y Mikey desnudó a Takemichi. La ropa desparramada en el suelo siseó con cada paso torpe hasta la cama, era una escena rebosante de emoción y energía, la tensión era palpable por la forma en la que no parecían tener suficiente del uno y del otro, siempre frotándose, mientras buscaban la forma de encajar.
Takemichi empujó a Mikey a la cama, siendo el primero en tomar el control, lo giró en el colchón, hasta dejarlo tumbado boca abajo. Mikey intentó moverse, quiso luchar por un poco de dominio, pero no pudo hacer más que jadear sorprendido cuando Takemichi mantuvo el agarre a su cintura, aprisionándolo con fuerza.
—No te muevas, Mikey-kun, ¿no era esto lo que querías? —Takemichi reclinado sobre el cuerpo de Mikey, susurró tras su oreja, lamiendo el contorno con parsimonia y deseo.
El cuerpo de Mikey tembló, dividido entre la excitación y la curiosidad. Takemichi podía ser altivo cuando quería, pero era la primera vez que parecía tener control incluso sobre sí mismo. La mera sensación de que estaba siendo dominado erizaba su piel.
—No puedo quejarme, Takemicchi —agregó Mikey, como si no estuviese del todo afectado.
Takemichi sonrió de lado y abrió las piernas del chico, para meterse en medio. Sus dedos se deslizaban por la suave piel, pellizcando las zonas blandas que hacían vibrar de placer el cuerpo debajo del suyo. Mikey podría ser muy receptivo, un toque en los pezones lo derretía y un apretón en sus caderas era suficiente para que moviera las nalgas en busca de más. Y si algo había aprendido Takemichi era que debía aprovecharse de eso.
—Eres tan sensible, te toco y pareces un animal en celo —susurró Takemichi, retorciendo un pezón entre sus dedos.
Mikey se arqueó y respondió, ahogado por la necesidad:
—Solo por ti, Micchi.
—¿Y por qué estabas con ese chico en la cafetería? ¿por qué me ignoraste? —Era ahora o nunca, quería saber, necesitaba saber. Besó el cuello de Mikey, deslizando sus labios por los hombros tensos y la espalda sudorosa, mientras sus manos seguían tanteando tanta piel a su alcance.
—No es lo que parece, yo... no sé por qué te ignoré —respondió Mikey, retorciéndose por la quemazón de su cuerpo. Era como estar sumergido en lava caliente por la devoción que Takemichi le mostraba, pero al mismo tiempo era brusco y desinhibido.
—Eres tan cruel, Mikey-kun —dijo Takemichi, irguiéndose de golpe para alcanzar en su mesita de noche el lubricante—, solo estás jugando conmigo, ¿verdad? —continuó, apartándose de Mikey para empapar sus dedos con el líquido viscoso y frío, y deslizarlo en medio de las piernas del chico, por el miembro desatendido y las nalgas.
Fueron toques superficiales y algo flojos, que terminaron cuando el primer dedo tanteó la entrada. Mikey se estremeció y cerró sus ojos, doblándose en la cama hasta quedar a gatas, casi como si estuviese exponiéndose a Takemichi y lo hacía, porque era tan descarado que no podía aguantarse y esperar.
—No sabes lo que dices, Takemicchi. Yo jamás te engañaría.
Mikey gimoteó cuando el primer dedo empujó de un tirón dentro de él, Takemichi no le dejó acostumbrarse cuando el segundo dedo llegó tan profundo como el primero y juntos empezaron a moverse, primero con languidez y luego con vehemencia, escarbando en su interior como si quisiera hallar los secretos del universo. La preparación fue rápida y descuidada, envolviéndolos a ambos en una delgada capa de placer y gozo.