4. Visto un león

32 6 0
                                    

—Me gustaría saber cómo sucedió todo esto —comentó mamá en voz alta—

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—Me gustaría saber cómo sucedió todo esto —comentó mamá en voz alta—. ¿Es alguna clase de conspiración?

Ryo parpadeó. La duda que le provocó la última palabra pronunciada bailó detrás del brillo de sus ojos.

Todos estábamos dentro del ascensor. Papá llevaba una bolsa de malla apta para la arena y el agua, con bolsillos interiores que guardaban mayoritariamente las pertenencias de Ryo. Debajo de nuestros conjuntos vestíamos los trajes de baño. Mamá lucía su cabello suelto, el mío iba desenredado y arreglado en trencitas reunidas dentro de un moño. Los chicos usaban gorras para evitar la insolación.

—No lo es —repliqué—. Se dice que a la tercera va la vencida, y es nuestro tercer día de vacaciones. Todo va teniendo sentido, ¿no?

—Los habríamos obligado si no mostraban la iniciativa —reconoció papá con una gran sonrisa—. Así que yo no necesito explicaciones, solo disfrutar de un gran día soleado en familia.

Aquella tarde me tomé la libertad de abandonar el celular en lo alto de la torre. La desconexión quitó de mi pecho un par de cargas emocionales, ayudando a llenar de aire mis pulmones. Aún así, rehuía del trato y la conversación, mostrándome despistada, pensativa y taciturna. En definitiva, el día anterior había progresado de forma importante con el tema de Ryo, pero continuaba siendo un paso que no estaba terminado de dar.

Con la esperanza de facilitarme la vida, seleccioné un vestido de la colección enganchada dentro del armario de mi habitación, combinándolo con zapatos ligeros y abiertos. Sobre del hombro portaba un bolso propio lleno con diversos objetos para mi cuidado personal.

Saliendo del elevador el desayuno se convirtió en tema de conversación para mis padres. Ryo y yo caminamos en silencio, él con los ojos muy abiertos y los míos escondidos tras unas gafas de sol. Encontramos las albercas a escasos metros de las torres, diseminadas con la intención de formar un camino hasta el océano que permanecía lejos de nuestros sentidos.

—Esa de ahí se ve bien —juzgó mamá mirando con diligencia al primer depósito artificial de agua que se encontró con nosotros—. No hay mucha gente y está tranquilo.

—Por allá está el mapa del Atlas —papá llamó la atención de todos hacia un gran panel que marcaba con uno de sus dedos—. Yo digo que lo revisemos, quizá hay algo más interesante y menos convencional.

—Hay toboganes —mencioné, cáustica—. Entran en la categoría de "más interesante y menos convencional", ¿no?

Mamá rodó los ojos con desgana.

Obviamente no iremos a un tobogán el primer día de Ryo en una alberca —determinó ella—. Así que, como estoy cansada, nos quedaremos en esta de acá y no escucharé más opiniones.

Papá se giró hacia mí y yo levanté ambos hombros.

—¿No te cansas de ser una persona resentida por frustraciones, fracasos y disgustos, arruinando la felicidad de otros? —Demandó respuesta con un gesto teatral.

Perjurio | 1 de 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora