3. Un espejo pintado

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El primer día hui del mar

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El primer día hui del mar. El segundo comenzó con un mensaje.

 El segundo comenzó con un mensaje

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No quise salir de mi habitación. La mañana se impregnó con el olor del servicio a la habitación que ordené con la operadora. Café, tostadas con mermelada, miel y huevos, salami, jamón, salchichas, frutas variadas, queso y panecillos típicos. No toqué nada.

La tristeza me hizo deslizar las cortinas que cubrían el ventanal hacia el balcón. La luz entró de golpe y los ojos me dolieron, en parte por el sentimiento, en parte por los atroces destellos de los rayos sobre la superficie del mar. Sentí que la inmensidad hecha cuerpo de agua me regresaba la mirada como un saludo entre viejos amigos en tiempos de guerra.

—No puedo creer que vayas a desperdiciar tus vacaciones de esa manera —había dicho mamá, notoriamente enojada. Deseé que me leyera la mente, pues así podría saber que ni siquiera había querido considerar abrirle cuando sus nudillos me llamaron golpeando sobre la puerta. Solo así entendería el gran esfuerzo que había supuesto el ponerme de pie y encontrarle los ojos.

—No pasa nada —calmó mi padre—. Si deja pasar este día, todavía le quedan diecinueve más. Además, estamos aquí para descansar. Déjala que desayune en su habitación.

—Solo me siento un poco mal —murmuré, suspirando ruidosamente después.

—Sí, Margory. Tú siempre te sientes mal.

Apreté mis labios en una fina línea.

No le dije a nadie del mensaje, pero entendí que haberlo dicho no hubiera cambiado ninguna de las reacciones. O quizá sí, la de mi papá. Seguramente, de saberlo, habría sustituido su comprensión por el rechazo racional que le ocasionaba la mención de Carver.

Papá la miró de forma recriminatoria y antes de que pudiesen decir cualquier otra cosa, me adelanté.

—Dejen a Ryo hoy —propuse—. Después del desayuno.

Mi mamá me miró con asombro y el enojo que mantenía sus labios fruncidos se esfumó sin dejar rastro.

—Podría ser —pensó papá en voz alta—. Ryo tampoco ha querido ir a conocer el mar. Ni siquiera ha querido ir a las albercas.

Perjurio | 1 de 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora