- III -

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Akaza lucha sintiendo asco.

Asco por los cazadores débiles, asco por su propia debilidad.

Puede destruir de un ataque a los hombres, pero esquiva y evita lastimar a aquella a quien llaman Makomo.

Tanto ella como el pilar son extraordinarios oponentes, está seguro de que podrían mejorar hasta explotar su potencial. Pero la vida no les permite la suerte de ver un amanecer más.

Ella grita el nombre de su maestro cuando lo ve morir, algo que no hizo con el resto. Le muestra su amor, esa asquerosa debilidad. Ella es la última que queda.

Akaza sonríe al notar que la chica se mantiene firme aún con el dolor en su alma y sus heridas, se muestra fuerte a pesar de saber que no tiene oportunidad contra él.

Le encantaría dejarla ir.

Cuando Akaza se acerca, un nuevo aleteo alimenta al tornado.

Ella no retrocede, se prepara para morir atacando, exprime su fuerza de voluntad para no retroceder... Pero sus ojos muestran una profunda pena. Ojos preciosos y acuosos.

Ojos azules que le traen recuerdos.

"Hakuji, perdóname por ser una molestia".

Un destello de su vida como humano se reflejó en esa triste mirada.

—Koyuki–.

Ese nombre extraño y sin rostro que salió de sus labios lo hizo sentir terriblemente solo.

La ira lo invadió. Los recuerdos que en otra vida lo ayudarían a entrar en razón y rendirse, hoy regresan de forma diferente. Lo debilitan, sí, pero eso sólo lo enfurece y hace sentir extraño.

Fue su mano la que atravesó el pecho de la joven, fue su puño el que destruyó el corazón de Makomo cuando asesinó al pilar, entonces ¿Por qué es él quien siente un gran vacío?

Una extraña alucinación se sobrepuso en su mente al tener el cadáver de la chica entre sus brazos y días después ocurrió algo similar cuando logró rastrear al expilar y figura paterna de la pareja.

Sorpresivamente, le fue mucho más difícil deshacerse del anciano que de los cazadores. Sobre Urokodaki podía ver a su propio padre o a un hombre metido en un traje de entrenamiento.

Esas visiones lo atormentaron, susurraban en su oído que se detuviera, decían que ya era suficiente y lo llamaban por ese antiguo nombre que había olvidado. El dolor en su cabeza y corazón era desgarrador, lágrimas brotaron a borbotones cuando perdió la paciencia y asesinó brutalmente al hombre frente a él.

Cada golpe asestó con la ira de la soledad, golpes que en otro tiempo habrían sido dirigidos a su propio cuerpo ahora destruyen a un viejo inocente porque cree que sólo así se librará de las voces que lo torturan.

Gritó con furia que se marcharan, le ordenó a cada voz que lo dejaran tranquilo hasta que se detuvo y el silencio de la montaña lo abrumó. Lo único que se quedó en su mente fue una triste mirada zafiro.

 Lo único que se quedó en su mente fue una triste mirada zafiro

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