Capítulo Siete: El peso de las risas

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Era un día de descanso en la base militar, o al menos lo más cercano a uno. Los soldados aprovechaban el tiempo libre para relajar sus músculos adoloridos, revisar sus equipos o simplemente conversar en las áreas comunes. Soldier, sin embargo, tenía otro plan: insistir en que el general Torcher se tomara un respiro.

“General, nunca lo he visto relajarse. ¿No se cansa de ser tan… bueno, tan usted?” preguntó Soldier con una sonrisa traviesa mientras lo seguía como una sombra por los pasillos.

“Mi trabajo no es relajarme, Soldier. Es liderar y asegurarme de que soldados como tú no terminen cometiendo errores fatales,” respondió Torcher sin mirarlo, su tono seco pero acostumbrado ya al entusiasmo incansable de Soldier.

“¿Y qué hay de cuando no hay errores fatales que evitar? ¿O soldados que regañar? ¿Qué hace el gran general Torcher para divertirse?”

Torcher se detuvo en seco, girándose hacia Soldier con una mirada que, incluso detrás de la máscara, lograba transmitir incredulidad. “¿Diversión? Soldier, este no es un campamento de verano.”

Soldier puso los ojos en blanco, algo que Torcher probablemente no veía muy a menudo en un subordinado. “Pues debería serlo. Porque si sigo trabajando sin un día libre, terminaré viendo armas en mis sueños.”

“Eso ya debería estar ocurriendo. Si no estás soñando con estrategias de combate, no estás haciendo bien tu trabajo.”

La respuesta de Torcher habría sido intimidante para cualquier otro, pero Soldier solo se cruzó de brazos y soltó un exagerado suspiro. “Está bien, general, si no se tomará un respiro voluntariamente, entonces me encargaré de obligarlo.”

“¿Obligarme? Soldier, me gustaría verte intentarlo.”

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Un par de horas más tarde, Soldier había conseguido lo que parecía imposible: arrastrar al imponente general Torcher hasta una pequeña sala común donde un grupo de soldados jugaba a las cartas. Torcher, claramente incómodo, se cruzó de brazos y observó desde la esquina, como un halcón vigilando su territorio.

“Vamos, general, siéntese. Nadie va a atacarlo mientras estamos aquí,” insistió Soldier, arrastrando una silla hacia él.

“Esto es una pérdida de tiempo,” murmuró Torcher, aunque finalmente accedió a sentarse, más por rendirse ante la insistencia de Soldier que por interés propio.

La partida de cartas comenzó, y aunque al principio Torcher no participaba, no tardó en captar las reglas del juego. Soldier, en cambio, parecía tener una habilidad especial para perder.

“¡Pero si tenía un par! ¿Cómo es que tú ganas siempre?” exclamó Soldier, señalando a otro soldado que se reía a carcajadas.

“Tal vez porque no me paso el tiempo hablando en lugar de pensar en mi estrategia,” respondió el otro, burlándose amigablemente.

Torcher, para sorpresa de todos, dejó escapar un sonido bajo que podría haber sido una risa sofocada. Soldier lo miró como si acabara de presenciar un milagro.

“¿Eso fue una risa? ¿El gran general Torcher sabe reírse?”

“Cállate, Soldier,” respondió Torcher, aunque su tono carecía de la severidad habitual.

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Más tarde, cuando la sala quedó vacía y la mayoría de los soldados se habían dispersado, Soldier y Torcher se quedaron limpiando los restos de cartas y fichas del juego. Soldier, incapaz de soportar el silencio, comenzó a hablar.

“¿Sabe, general? Esto me recuerda a mi mejor amigo, Poley. Solíamos jugar a las cartas cuando éramos niños, pero él siempre hacía trampa. Decía que era ‘estrategia avanzada,’ aunque estoy seguro de que simplemente no sabía las reglas.”

Torcher, curioso pese a sí mismo, levantó la mirada. “¿Poley? ¿Es ese el policía del que hablaste antes?”

“Exacto,” dijo Soldier, sonriendo al recordar. “Poley es… bueno, un desastre en muchos sentidos. Pero es el tipo de persona que siempre aparece cuando lo necesitas. Como una sombra tonta pero leal.”

“¿Y cómo terminó siendo policía?”

“Ah, fue un milagro. Siempre decía que quería ser héroe, pero nunca pensé que lograría pasar las pruebas. Pero lo hizo. Ahora trabaja en un centro comercial, lo cual no es exactamente heroico, pero al menos tiene su placa.”

Torcher negó con la cabeza, su versión de una sonrisa. “Suena como un personaje interesante.”

“Lo es,” dijo Soldier, riendo. “Una vez, intentó detener a un ladrón en la tienda de donuts… pero terminó atrapado en la máquina de café. Tuvimos que llamar a los bomberos para sacarlo.”

Esta vez, Torcher no pudo evitar soltar una carcajada. Su risa era breve, pero sincera, y Soldier la recibió como un premio mayor.

“¿Sabe, general? Debería reír más. No es tan malo como parece.”

“Tal vez. Pero no te acostumbres,” respondió Torcher, aunque su voz tenía un tono más cálido del habitual.

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Esa noche, Soldier se fue a la cama con una sonrisa, sintiendo que, poco a poco, estaba rompiendo la barrera que separaba a Torcher del resto del mundo. Por su parte, el general se sentó en su oficina, revisando informes, pero con una sensación extraña de tranquilidad que no podía ignorar.

Ambos sabían que algo estaba cambiando, aunque ninguno estaba dispuesto a admitirlo todavía.

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( Cada capítulo demuestra un avance de la relación de nuestros protagonistas. )

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