Capítulo 2

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La oficina me esperaba a las ocho de la mañana, como cada día.

  En la puerta, bajo mi nombre y el de mis dos compañeros del sexo masculino, decía «Director de proyectos». Nos llamaban «fondo de directores de proyectos». El trabajo representaba en mi vida bastante más de lo que yo estaba dispuesta a admitir. No me sentía a gusto cuando estaba lejos de la oficina durante mucho tiempo, como por ejemplo durante las vacaciones o las bajas por enfermedad, y siempre me alegraba muchísimo de volver a sentarme a mi mesa. Muchas veces, solo el trabajo me había ayudado a superar mis crisis personales.

  —¡No sé ni por dónde empezar! ¿Han visto todo esto? —Mi colega Mark profirió sus habituales lamentos en cuanto me vio y yo sonreí, aunque involuntariamente. A pesar de que mis colegas y yo no teníamos nada en común en el terreno personal, lo cierto es que me caían bien, lo cual hacía que trabajar juntos fuera muchísimo más fácil.

  —Bueno, Mark, no eres el único que tiene un montón de cosas que hacer. Estamos todos hasta aquí de trabajo.

  Mi respuesta estuvo a la altura de sus expectativas, lo mismo que el resto de mi comportamiento habitual. Aquel era nuestro ritual diario: él solo me escuchaba a medias, de la misma forma que yo prestaba muy poca atención a sus consabidos comentarios sobre cómo se presentaba el día, o bien los contestaba por inercia. Todo eso servía para darnos la sensación de estar muy unidos, y no nos distraía en exceso. En lo profesional, estábamos muy atareados con dos proyectos tan distintos, que raramente manteníamos una conversación profunda.

  Mi otro colega entró por la puerta con su habitual sigilo y me vio.

  —Buenos días —dijo, lo cual era, como yo ya sabía por experiencia, el inicio de una conversación de trabajo. Y no me decepcionó—. ¿Ya le has echado un vistazo a lo que te dejé en la mesa?

  Me giré y descubrí su informe abandonado sobre la pila de papeleo que se amontonaba en mi mesa. Negué con la cabeza.

  —No, todavía no —dije—. Yo también acabo de llegar. —Me acerqué a mi mesa y le eché un vistazo rápido al informe—. ¿Has adaptado el plan, como acordamos ayer?

  Él asintió.

  —Y también he introducido en el anteproyecto los cambios que querías. Creo que así reduciremos tu proyecto en unas doscientas horas de mano de obra. Ya lo verás en el esquema del proyecto. He impreso una copia de la nueva versión.

  —Muy bien. —Le sonreí, aunque con un gesto un tanto ausente, pues mi mirada ya se había desplazado hacia el siguiente papel, que estaba bajo el de mi colega. Mi mente era un hervidero de propuestas y soluciones alternativas. Tenía puesto el chip del trabajo.

  A lo largo del día, el trabajo demostró ser una distracción muy eficaz que me impidió pensar en las experiencias de la noche anterior. Por la noche, sin embargo, sufrí una auténtica tortura.

  Mirara donde mirara, veía su cara, sus ojos color azul, su forma de mirarme; a veces veía también sus manos y la forma en que me había… No, mejor no pensar en eso. Deseaba verla, pues no podía dejar de pensar en ella. Me sentía como una adicta que estaba pasando por el síndrome de abstinencia. No me hubiera extrañado nada que alguien hubiera intentado venderme droga de camino a casa.

  Enamorada de una prostituta… ¡increíble!

  Planeé con todo detalle nuestro siguiente encuentro.

  Transcurridas un par de semanas, me iría a dar una vuelta por la ciudad y me encontraría casualmente con ella. Nos saludaríamos cordialmente, compartiríamos un banana split en una heladería cualquiera y charlaríamos sobre nuestras experiencias en común.

Taxi a paris ( Juliantina)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora