Me desperté con la mente llena de pensamientos agradables. En todas y cada una de las fibras de mi cuerpo quedaban aún rescoldos de la pasión de la noche anterior. Me ardían los pechos y entre las piernas seguía notando palpitaciones.
Había oído hablar de sustancias que potenciaban la excitación sexual, pero tanto… ¡Y solo con un perfume! Sin embargo, esa no era la causa; la causa era ella, que había despertado en mí tantos sentimientos. Lo único que tenía que hacer era pensar en ella y me entraba un cosquilleo.
Me di la vuelta y me desperecé a mis anchas. Estaba sola en el sofá cama y ella me había tapado. Noté una pequeña punzada de resentimiento: en cierta manera, me habría gustado encontrarla a mi lado al despertar. Y sin embargo… ¿por qué iba a estar allí? El sol brillaba intensamente a través de los cristales de la ventana y proyectaba sombras sobre el suelo de linóleo. Así pues, no era precisamente temprano.
«¿Dónde estará?», me pregunté. El apartamento permanecía en silencio, no se oía ni un solo ruido. Eché un vistazo a mi alrededor, un poco enfadada. ¿Acaso también «acudía a domicilio»? A pesar de los celos, me eché a reír, pues me costaba imaginarlo. Y en el caso de que acudiera a domicilio, seguramente no lo haría tan temprano. Aun así, me quedó un rastro de incertidumbre.
Oí el ruido de la llave en la cerradura. Un segundo después, entró y de inmediato dirigió la vista hacia el sofá. Cuando vio que yo seguía allí, me sonrió con dulzura.
—Hola —dijo, con una voz sedosa que le había oído en muy pocas ocasiones. De hecho, solo se la había oído en la cama y cada vez que me hablaba con esa voz, yo me convertía en una romántica incorregible con la columna vertebral hecha de gelatina. Bueno, probablemente ya era una romántica incorregible. Esta vez también funcionó la voz y de inmediato me invadió una cálida sensación de ternura.
Llevaba una bolsa de papel entre los brazos y se dirigió a la cocina.
—He ido a hacer la compra —dijo mientras se alejaba, hablando en mi dirección. Sonrió a modo de disculpa—. Para empezar, no soy una gran cocinera, pero la verdad es que no tenía nada de nada en casa.
De repente se me ocurrió que jamás había pensado en ella como en alguien que también dedica tiempo a actividades tan cotidianas como hacer la compra, pero claro, hasta ella tendría que hacer de vez en cuando cosas «normales». Ni siquiera ella podía pasarse todo el día tumbada en la cama. Esa idea me provocó otra oleada de excitación sexual. «No es justo —pensé—, tampoco es que se pase la mayor parte del tiempo tumbada». «¡Y esa idea es bastante frívola!», cacareó una vocecita interior, desde alguna parte. «¡Ah, eres tú otra vez! —le dije—. Pensaba que ya me había librado de ti». No me contestó.
Regresó de la cocina y se detuvo a pocos pasos del sofá.
—¿Quieres algo? —me preguntó, convertida en la anfitriona perfecta—. «¿Para recuperar las fuerzas?», estuve a punto de preguntar, pero luego me contuve. La miré.
—Sí —dije, sin mala intención—, a ti. —Ella bajó la vista. «¿Me he pasado?», pensé. Pero entonces entreví su cara desde abajo—. ¡Te has ruborizado! —Estaba tan sorprendida que se me escapó.
—Sí. —Ella levantó la vista—. ¿Es que no puedo? —Se había puesto ligeramente a la defensiva.
—¡Sí, claro que sí! —Dije, tratando de reparar mi error—, es solo que me resulta… —me tragué la emoción que sentía— encantador.
Sonrió, mucho más tranquila.
—Hacía mucho tiempo que no me decían algo así —confesó, con dulzura.
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Taxi a paris ( Juliantina)
DiversosUn encuentro mágico, una atracción singular en un bar de Berlín cambiará el rumbo de dos mujeres. La protagonista, un prostituta lesbiana (que tiene por clientas a las mujeres más exquisitas de la burguesía alemana) se ve obligada a replantearse sus...