Al día siguiente fui a la oficina, aunque sabía que sería incapaz de concentrarme en el trabajo. Sin embargo, la perspectiva de quedarme en casa me parecía mucho peor. Como los ratones de la habitación. Y de día, ni siquiera podía utilizar eso como excusa. En el trabajo me limité a hacer lo imprescindible. Sé que ese día no fui la mejor trabajadora del mundo y, desde luego, tampoco fui la mejor jefa del mundo. Mis colegas del equipo de proyectos ya estaban más que acostumbrados a que no siempre estuviera de un humor excelente, pero lo cierto es que jamás me habían visto así: en lugar de tomar decisiones, las aplazaba; delegué todo lo que pude, pero lo hice tan mal que todo el rato tenía que responder a preguntas y hacer aclaraciones; y a los que tuvieron la mala suerte de tener que preguntarme algo no les quedó más remedio que aguantar mi mal humor.
Actué de esa forma hasta que ni yo misma fui capaz de soportarme un solo minuto más. Volví a probar con el gimnasio y después regresé a la oficina algo más relajada y de un humor más aceptable.
En cualquier caso, mi incapacidad para controlar la situación no me hacía precisamente feliz. Por experiencia, sabía que solo existían dos posibles desenlaces: o bien la convencía para que se comportara conmigo de la forma que yo deseaba, al menos en parte, o bien estaba condenada a pensar en ella durante mucho tiempo, oscilando entre la alegría y la esperanza, la decepción y la resignación. Aunque lo cierto es que no tenía ni idea de cómo conseguir lo primero, gracias a mis numerosas experiencias sabía que la segunda posibilidad era tan agotadora y estresante, que lo mejor era evitarla directamente. Llegué a la conclusión de que tenía que prescindir de un elemento —léase sexo— si quería disfrutar de los otros —léase paz y felicidad interiores—, ya que dichos elementos eran absolutamente irreconciliables. Y teniendo en cuenta de quién estamos hablando, inimaginables. Hasta ahora, todos nuestros encuentros habían tenido que ver con el sexo, así que no era capaz de imaginarla en otro plano. Nuestra relación, si es que la habíamos tenido, se basaba en eso, en el sexo. ¿Qué le propondría yo a una mujer a la que acabara de conocer, una mujer con la que aún no me hubiera acostado y con la que ni siquiera supiese si llegaría a hacerlo? Pues estaba bastante claro, le propondría algo normal y corriente, como ir al cine o salir a cenar. Claro… ¿por qué no? Lo peor que podía pasar era que me dijera que no y, en ese caso, bueno, superaría la decepción.
Me di cuenta de lo entusiasmado que se mostraba mi lado masoquista respecto a esa decisión. Esa noche pensaba dormir como un tronco. Mañana será otro día, me dije, tal vez el día perfecto para llamar a alguien...
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Hola!!! Este capítulo es un poco corto , pero espero que les guste.
Esta historia no es mía.
Como siempre dejen un comentario si pueden 😁
Un saludo desde Cuba ✌🏼
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Taxi a paris ( Juliantina)
RandomUn encuentro mágico, una atracción singular en un bar de Berlín cambiará el rumbo de dos mujeres. La protagonista, un prostituta lesbiana (que tiene por clientas a las mujeres más exquisitas de la burguesía alemana) se ve obligada a replantearse sus...