Capitulo 17

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Desde que nos habíamos conocido, no había pensado en nada que no fuera ella. Por lo menos, había dedicado el menor tiempo posible a pensar en otras cosas, y ahora me daba cuenta.
Trabajaba hasta muy tarde y mis compañeros empezaron a hacer bromas y a decirme que no estaría mal que pusiera una cama en el despacho, ya que de todas formas no me marchaba nunca. Yo lo prefería así.
Reprimía cualquier síntoma de arrepentimiento, por mínimo que fuera. Si de repente me descubría pensando en ella, aniquilaba de inmediato esas ideas. Cuando hacía falta, me consolaba recordándome que una relación con una prostituta —ahora ya podía pronunciar la palabra— estaba condenada al fracaso desde el principio. Sí, claro, aún estaba enamorada de ella, pero… ¿cómo habría sido nuestra relación al cabo de uno o dos años? Jamás había insinuado ni por casualidad que tuviera intención de dejar su profesión y dedicarse a otra cosa. Y yo me había empeñado en negar que estaba celosa de todas y cada una de sus clientas. La quería para mí sola.
¿Y? Es normal, ¿no? Una relación con una mujer que, desde luego, no vivía en el mundo «normal» —signifique lo que signifique—, que vendía su cuerpo como quien vende una mercancía, era una contradicción en sí misma. Desde el principio habíamos tenido visiones distintas del mundo.
¿Seguro? Y entonces… ¿de qué nos habíamos reído juntas? Oh, eso no eran más que cosas sin importancia, cosas de las que se reiría todo el mundo.
A medida que transcurrían los días, me iba convirtiendo en una ermitaña. Estaba muy poco en casa y cuando estaba, no respondía al teléfono. De hecho, ya hacía tiempo que lo había descolgado. Iba a comprar a otra ciudad o, por lo menos, a otra parte de la ciudad.
Teniendo en cuenta que vivíamos muy cerca la una de la otra, el peligro de encontrármela por casualidad aumentaba considerablemente si realizaba ese tipo de actividades en mi barrio.
Antes había hecho casi lo imposible por encontrármela y no había funcionado. Ahora que era mejor que no nos viésemos —por lo menos, para mí era mejor no verla— estaba segura de que acabaríamos encontrándonos.
Al cabo de unos días, una ex novia me llamó al trabajo.
—Bueno —dijo, cuando contesté—, menos mal que por lo menos te encuentro en el despacho. Parece que no tienes teléfono en casa. ¿O es que ya no vives allí?

—Ah, hola, Esmeralda —la saludé, aunque sin demasiado entusiasmo.

—Y me parece que las cosas tampoco te van muy bien. —En eso tenía razón—. ¿Estás enamorada? —me preguntó, con curiosidad. Me conocía demasiado bien.

—No —negué, en un tono que desaprobaba su pregunta.

—Ajá… —Hacía demasiado tiempo que Esmeralda me conocía como para quedarse satisfecha con esa respuesta—. ¿Te ha dejado?

—¿Qué si me ha dejado? —Me reí desdeñosamente—. Yo la he dejado a ella.

—Pues no pareces muy contenta. —No era una pregunta. Se había limitado a establecer un hecho.

—Pues sí —repliqué, en un tono un tanto desafiante—. Sí, estoy muy contenta.

—Ajá —prosiguió Esmeralda—, es peor de lo que pensaba.

—No pasa nada —insistí, tozuda como una mula—, estoy muy bien.

—Ya, ya lo veo —dijo Esmeralda, sin utilizar ningún tono en particular—. ¿Todavía te quedan días de vacaciones? —prosiguió, cambiando radicalmente de tema.

—Me deben un montón de días —contesté, sorprendida—. ¿Por qué?

—El motivo por el cual te he llamado es que quiero irme fuera un par de días y busco una mujer que me acompañe. Tú eres la primera en quien he pensado.

—Pero Deborah…

—Deborah no tiene tiempo. Está con los exámenes finales y la verdad es que si estoy por ahí la molesto y no puede estudiar. Por eso quiero irme unos días, para que pueda estudiar con tranquilidad. —Todo aquello parecía muy lógico.

—Sí, pero… —Esmeralda siempre había tenido la virtud de pillarme desprevenida con ideas como aquella. En esta ocasión, sin embargo, la sorpresa fue mayor de lo habitual.

—A Deborah no le importa que tú me acompañes. Sabe perfectamente que entre nosotras dos ya no hay nada. —No parecía en absoluto que estuviera tratando de convencerme de algo, sino que se limitaba a enumerar un hecho tras otro. Siempre me había maravillado su capacidad lógica.
Todo aquello iba demasiado rápido para mí.

—Ya, pero…

—¡No quiero excusas! ¡Nos vamos a la montaña! ¿Te acuerdas de la cabaña?
Me acordaba muy bien. La cabaña había sido nuestro primer nidito de amor y allí habíamos pasado juntas los mejores momentos de nuestra relación. Cuando pensé en la cabaña, casi se me escapó una lágrima.

—Sí —dije, tragando saliva.
Ella, sin embargo, hizo caso omiso de mi nostalgia.

—¿Cuándo crees que puedes cogerte esos días libres? Le eché un vistazo a mi mesa.
—Bueno… la verdad es que… la verdad es que tengo muchas cosas que hacer. Voy un poco atrasada.

Se echó a reír.

—Lo entiendo —dijo, como si pensara en voz alta—, tú siempre has sido así.

—¿Qué quieres decir con eso? —le pregunté, muy ofendida.

—Bueno, dime —dijo, pasando por alto mi pregunta—, ¿cuándo puedes irte? ¿Mañana, pasado mañana? —Las palabras «la próxima semana» o «el mes que viene» no parecían formar parte de su vocabulario.

Finalmente, me rendí, pues sabía que cuando Esmeralda quería algo, lo conseguía. A fin de cuentas, yo también la conocía bastante bien.

—Dentro de un par de días —supuse— creo que habré terminado o bien delegado la mayor parte del trabajo.

—Muy bien —afirmó, como si ya lo supiera de antemano—, pues entonces el miércoles. Te recogeré a las ocho de la mañana.

—Por lo visto, ya lo tenía todo planeado.
—¿A las ocho? —repetí.

—Ya sé que a esas horas no estás despierta, pero se tarda dos horas en llegar allí. Conduciré yo. Y después hay que caminar media hora más montaña arriba. —Sonaba a itinerario estricto.
«No se aceptan cambios», pensé.
En realidad, la cabaña estaba bastante apartada. Allí arriba no había carreteras asfaltadas, ni siquiera una pista decente de tierra.

—Vale —acepté mi derrota—, si conduces tú…
Esmeralda se echó a reír.

—¿Acaso no conducía yo siempre? —Esperó un momento, pare ver si yo tenía algo más que decir—. Bueno, pues entonces hasta el miércoles. Y sé puntual. Si no, te sacaré a rastras de la cama. —Todavía se reía cuando colgó.

Tras aquella llamada, empecé a sentir una especie de vértigo. Me había acostumbrado tanto a mi solitario estado de melancolía, que de repente me sentí como si me hubieran lanzado desde una catapulta.

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Buenas por aquí ✌🏼

Espero disfruten como siempre el capítulo. Voten y comenten me gusta leerlas. Saludo desde Cuba 😎🇨🇺

Taxi a paris ( Juliantina)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora