A lo largo del día no tuve mucho tiempo para pensar en ella.
Durante mi ausencia, se había acumulado tanto trabajo sobre mi mesa que me sentía como si estuviera tratando de excavar una montaña cuyo tamaño no disminuía nunca. A última hora de la tarde vislumbré por fin un pedazo de la superficie de mi mesa.
Cuando abrí la última carpeta de proyectos, su cara apareció de repente entre las páginas. Era la misma cara que tenía cuando se tumbaba relajada en la cama, la misma cara que tenía cuando se inclinaba sobre mí para besarme. La nostalgia se adueñó por completo de mí, igual que un instrumento de tortura. Le eché un vistazo al reloj: en una hora estaría en casa, tal y como había dicho, pero no tenía ni idea de cuándo me llamaría. Y yo no podía llamarla. A saber lo que estaría haciendo en ese momento. Preferí no imaginarlo, pero por supuesto, no pude evitarlo. Igual que una cascada, las imágenes se sucedieron por voluntad propia ante mí: la vi en la cama con otra mujer, la vi acariciando y besando a otra mujer. «¡No, eres demasiado romántica! ¡Recuerda lo que te dijo!
No, por el amor de Dios, ¡no!».
Me puse en pie y arrojé los proyectos sobre la mesa. La idea de seguir trabajando durante el resto de la jornada quedaba descartada. Y tampoco podía pensar en ella sin… Dadas las alternativas, lo mejor era que dejara de pensar cuanto antes.
Ya en casa, esperé con gran inquietud a que sonara el teléfono.
Intenté buscarme alguna distracción: puse un CD, pero al cabo de un rato ya no me gustaba; escogí otro y a los cinco minutos sucedió exactamente lo mismo. La tercera vez, me topé con un CD de Vivaldi. Contemplé la tapa durante varios minutos, pero no lo puse.
Me dediqué a recorrer el apartamento de un lado a otro, igual que había hecho tras pasar la primera noche con ella. De repente, me paré en seco: ¡ella no había dicho en ningún momento que pensara llamarme! Y lo cierto era que por la mañana se había mostrado considerablemente reservada. ¿Y si no pensaba llamarme esa noche? ¿Y si no pensaba llamarme nunca? ¿Qué pasaría entonces? No la conocía lo suficiente como para saber si lo único que había hecho había sido tomarse unas «vacaciones» conmigo, si yo solo había sido una aventurilla de verano sin salir de casa.
Y claro, después siempre pasa lo mismo: que tienes números de teléfono que no usas y, al cabo de un tiempo, acabas por tirarlos a la papelera.
Ya aquella mañana había tenido la sensación de que su despedida era excesivamente dramática, teniendo en cuenta que solo íbamos a estar un día sin vernos… En ese momento, sonó el teléfono. Me quedé paralizada durante unos segundos por el sobresalto y después me abalancé sobre el aparato.
Respondí. La línea permanecía en silencio, pero estaba segura de que al otro lado había alguien. «Otro psicópata que acosa a las mujeres», me dije, antes de coger aire para soltar mi habitual diatriba contra tales individuos.
—Hola —la oí decir.
El corazón me dio un vuelco y solté de golpe el aire que había almacenado en los pulmones.
—Hola —dije. Mi voz sonó un tanto áspera—. Me alegro de que hayas llamado —añadí, tras aclararme la garganta.
—¿No era eso lo que querías? —preguntó. Oh, no, estaba hecha polvo después de su jornada laboral. Su tono de voz transmitía agotamiento, indiferencia y profesionalidad.
—Sí —afirmé, como si no hubiera detectado nada en su voz—, pero igualmente me alegro. —No quería continuar aquella conversación telefónica, quería verla—. ¿Cómo estás?
—Bien —dijo—, un poco cansada. —«Si solo está un poco cansada, yo soy la reina de Saba», me dije.
El deseo de estar con ella era cada vez más fuerte, pero no tuve la sensación de que estuviera demasiado interesada en tener más compañía aquella noche, y eso me incluía también a mí. En estos casos, lo mejor era ir al grano.
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Taxi a paris ( Juliantina)
DiversosUn encuentro mágico, una atracción singular en un bar de Berlín cambiará el rumbo de dos mujeres. La protagonista, un prostituta lesbiana (que tiene por clientas a las mujeres más exquisitas de la burguesía alemana) se ve obligada a replantearse sus...