Esmeralda atravesó las puertas batientes del pub, me vio y se acercó a nuestra mesa. Antes de saludarme, le dio un repaso a mi acompañante.
—Así que esta es ella. —Me lanzó una mirada acusadora—. ¿Por qué la tenías tan escondida? —La miré con un gesto interrogante. «¿De qué está hablando?», me pregunté—. Venus se moriría de envidia —añadió. De no haber sido porque conocía muy bien a Esmeralda, habría jurado que solo estaba coqueteando, pero sabía que si alguna vez a lo largo de su vida había hablado en serio, era en ese momento—. Eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida —dijo.
Era un cumplido sincero, pero percibí cierta actitud a la defensiva junto a mí. Esmeralda también lo advirtió y se sentó.
Cogió la mano que había junto a la mía, sobre la mesa, para estrechársela. Al igual que en el restaurante de París, su primer impulso fue apartarla, pero Esmeralda no se lo permitió.
—No, no —insistió con amabilidad—, aquí estamos en familia. —Echó un alegre vistazo a su alrededor—. Y la verdad es que nadie se atrevería a negar lo que acabo de decirte. Me alegro de que estés mejor —dijo, ya un poco más seria—. Después de lo que me insinuó la tía Hildegard… bueno, no me dio muchos detalles, claro, por lo de la confidencialidad médico-paciente… pero pensé que te dejaría muchas secuelas. —Señaló la minúscula cicatriz de su hermoso rostro, la única que no desaparecía bajo el maquillaje—. ¿Es esa la única señal?
Mi amiga tragó saliva.
—Sí —dijo, al parecer sin importarle que Esmeralda le sostuviera la mano.
—¿Tía Hildegard? —pregunté, perpleja—. ¿La doctora es tu tía?
—Bueno, más o menos. Yo la llamo tía. Vivíamos en el mismo edificio cuando yo era pequeña. Era la típica chiflada adicta al trabajo y nadie sabía muy bien qué hacer con ella. No estaba casada y todo eso, porque siempre estaba demasiado ocupada con su trabajo. Durante un tiempo, se dedicó a tratar única y exclusivamente a prostitutas, por lo general sin cobrarles.
Al oír la palabra prostituta, mi amiga dio un brinco junto a mí.
—Ya, y por eso me la mandaste a mí —soltó muy despacio.
Esmeralda ni se inmutó.
—No, no es por eso. No conocía a nadie más. Gracias a la tía Hildegard, yo también quería ser médico, pero luego pensé que no conseguiría ganarme la vida, dado el modelo que tenía. —Se echó a reír—. ¡Menudo error!
Junto a mí, una mujer de hermoso rostro permanecía con la mirada perdida.
Esmeralda utilizó ahora ambas manos para sostener la mano de mi amiga.
—Sé lo que eres —dijo— y me da absolutamente igual. ¿Por qué no lo olvidas, al menos durante esta noche? —La expresión del rostro de Esmeralda cambió de repente—. Hay algo mucho peor —bromeó.
—¿El qué? —pregunté, aunque tenía una ligera idea.
—Que eres su novia. —Lo dijo mirándola a ella y señalándome a mí con el pulgar—, lo cual no sería así si yo te hubiera conocido antes.
—¡Esme! —farfullé, a modo de advertencia.
—No la pierdas de vista —me dijo Esmeralda, guiñando un ojo—. Ya sabes que no soy monógama.
—Y tanto que lo sé —suspiré teatralmente.
Esmeralda se inclinó y me dio un beso cariñoso. El objeto de nuestra competición amistosa se había apartado un poco y nos contemplaba alternativamente a Esmeralda y a mí como quien está presenciando un partido de tenis.—¿Puedo dar mi opinión? —preguntó, bastante indignada.
—¡No! —le prohibimos las dos al unísono.
Se ruborizó un poco, soltó definitivamente la mano de Esmeralda y se puso en pie.—Volveré cuando haya terminado el duelo —nos dijo—. Mientras tanto, voy a empolvarme la nariz. —Dio unos cuantos pasos y luego se volvió hacia nosotras—. Me quedaré con la que gane. —Parecía contenta otra vez y nos dedicó una encantadora sonrisa antes de irse.
—Madre mía —silbó Esmeralda—, está buenísima. ¿Cómo lo llevas?
—Fatal. —Me sujeté la frente. Estaba completamente segura de tener el aspecto de un caniche mojado.
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Taxi a paris ( Juliantina)
RandomUn encuentro mágico, una atracción singular en un bar de Berlín cambiará el rumbo de dos mujeres. La protagonista, un prostituta lesbiana (que tiene por clientas a las mujeres más exquisitas de la burguesía alemana) se ve obligada a replantearse sus...