Capitulo 18

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El miércoles salimos casi a la hora prevista, aunque lo cierto es que Esmeralda armó bastante bulla para sacarme de la cama a las ocho en punto de la mañana. Hasta me prohibió que tomara mi café matutino —a pesar de mis contundentes protestas— y me obligó a partir en cuanto me hube puesto algo decente encima. Me pasé un rato refunfuñando porque no me había dejado tomar café, pero después me quedé dormida en el coche. Cuando desperté, prácticamente estábamos atravesando ya el puerto de montaña.

—Ya casi hemos llegado, ¿lo ves? —me dijo, cuando se dio cuenta de que estaba despierta—. Mira que te gusta dormir, ¿eh?

—Sí, sí —farfullé. Esmeralda tenía tanta energía que me ponía nerviosa. Me recordaba a… ¡Basta! No se hablaba más de ese tema.
Aparcó el coche junto a la entrada del sendero y cargamos las mochilas.

—Pensaba que solo nos íbamos a quedar un par de días —protesté, al notar cómo pesaba la mochila que Esmeralda me acababa de dar.

—Supongo que no se te habrá olvidado que tenemos que subir todo lo que necesitemos para los dos días —me explicó alegremente, mientras me entregaba otra bolsa—. Y luego volver a bajarlo, claro. Allí arriba no hay supermercados ni servicio de recogida de basuras.

—Eso siempre me daba rabia —refunfuñé otra vez.
Me lanzó una mirada coqueta.

—Pues yo no recuerdo que en aquella época te quejaras.

—Entonces era completamente diferente —dije, sin hacer demasiado caso de su comentario.

—Cuanto más tardemos en subir, más tardarás en tomarte un buen café —insistió, dispuesta a no abandonar su buen humor—. Por cierto, que lo llevas tú en la mochila.

—Por eso pesa tanto —suspiré.

—¡Pues hala, vamos! —dijo, y echó a andar, tan contenta que parecía la jefa de una tropa de exploradoras. Yo me arrastré tras sus pasos.

Una vez arriba, teníamos que acondicionar un poco la cabaña antes de poder empezar a usarla. Era obvio que hacía tiempo que no se utilizaba. Y eso significaba ponerlo todo en marcha: el calentador, la caldera, el gas… Cuando por fin pude tomarme un café, ya había transcurrido otra hora.
Finalmente nos sentamos, momento que Esmeralda aprovechó para acorralarme.

—Bueno, y ahora me lo cuentas todo —hablaba muy en serio.

—No tengo nada que contar —dije, desviando bruscamente la conversación.

—Pues yo creo que sí —insistió, muy tranquila—. Si no tuvieras nada que contar, no te mostrarías tan reservada.

—Solo ha sido una aventura —dije, encogiéndome de hombros—, y bastante breve, por cierto. No tiene importancia.

—Claro, y como no tiene importancia, por eso has llevado últimamente una vida de ermitaña. ¿O es que tenías pensando meterte a monja? —Me miró. Lo sabía. Me conocía demasiado bien y no estaba dispuesta a creerse cualquier cosa que yo me inventara—. No hace mucho tiempo, te enamoraste de una mujer…
—Dijo, para facilitarme un poco las cosas.

—¡De una mujer! —me burlé, con todo mi desprecio—. Es una… —No supe cómo explicárselo.

Esmeralda pareció un poco enfadada.

—Bueno, pues claro que es una mujer, y no importa qué más sea, ¿o sí?

—Vale —era incapaz de defenderme ante su lógica—. Sí, desde luego es una mujer. ¡Y qué mujer! —añadí, con otro gesto de desdén.

—¿Y qué te hizo para que estés tan enfadada contigo misma?

Al principio, no presté mucha atención a sus palabras, pero después me di cuenta de lo que había dicho.

Taxi a paris ( Juliantina)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora